Retratos de golpistas
Navarra parece ir en otra dirección. Su gobierno mantiene los retratos de los más eminentes golpistas del 36 en el lugar donde todo el mundo pueda verlos.
La colocación en el Palacio de Diputación de Navarra de los retratos de tres de sus vicepresidentes durante la II República –Salinas, Yanguas y Arraiza Baleztena– fue catalogado por la Presidenta del Gobierno foral como un «acto de justicia» hacia quienes «defendieron la democracia y unos valores de compromiso social y cívico». En el caso de Salinas y de Yanguas, cabe. Pero, ¿lo fue en el caso de Arraiza?
Veamos. Arraiza fue vicepresidente desde 1935 a 1940. Es decir, ejerció el cargo durante el tiempo en que tuvo lugar la mayor masacre en esta tierra perpetrada en nombre de Dios por los carlistas y falangistas, quedando claro que, desde el 18 de julio de 1936, esa misma Diputación «arraizana» apoyó el bando de Mola con todas las consecuencias. Dicha entidad jamás pidió que se detuviese la barbarie que se estaba cometiendo por pueblos y ciudades de Navarra.
Arraiza nunca defendió la democracia. Ni los valores cívicos y sociales que respaldó jamás estuvieron inspirados por ella. Idéntica actitud adoptaron los dirigentes navarros de derechas. Desde que se instauró la II República, su obsesión fue conspirar contra ella hasta destruirla. Al no conseguirlo por medios democráticos, apoyaron el golpe de Estado de los militares africanistas. Obtenido el poder, siguieron imponiendo la Dictadura hasta su muerte.
Los sucesivos vicepresidentes, es decir, Tomás Domínguez, Martínez Morentín, José María Arellano, Miguel Gortari, Félix Huarte, Amadeo Marco… jamás se arrepintieron de su connivencia con el franquismo. Dirigieron la gobernación de la provincia bajo la férrea directriz de una dictadura infame. No tuvieron escrúpulos en poner la institución al servicio del franquismo. Y, por supuesto, todos y cada uno tiene su retrato en el palacio de Diputación. Y aquí estaría parte de la paradoja. Mientras que en el resto del país, las asociaciones memorialísticas se dejan la piel limpiando el espacio público de símbolos franquistas, señalados por la Ley de Memoria Democrática, Navarra parece ir en otra dirección. Su gobierno mantiene los retratos de los más eminentes golpistas del 36 en el lugar donde todo el mundo pueda verlos. ¿Y homenajearlos? Habrá de todo. A fin de cuentas, ¿cuál es fin de esa permanente exposición? ¿Como agradecimiento por los servicios prestados? ¿Como recuerdo de su paso por dicha institución? En fin, ¿existe un criterio unánime que justifique la colocación de unos retratos de reconocidos golpistas como si fueran egregios representantes de la sociedad y de la democracia? ¿Quién contará la historia de estos sujetos? ¿El cazador o el león?
La cuestión se embarulla si se recuerda que, en junio de 2020, el Parlamento de Navarra acordó retirar de la sala de gobierno el retrato del rey emérito por causa de una investigación abierta por la Fiscalía del Tribunal Supremo. Para algunos, dicha decisión fue incompleta y sectaria, ya que por esa misma razón de estética o de ética, el retrato de Urralburu, condenado por corrupto, debería haber seguido el mismo camino del contenedor. Pero no fue así. A propósito, ¿qué razón se aduce para mantener el retrato de Urralburu habiendo sido condenado por la Justicia por corrupto?
Si el retrato de un corrupto no debe figurar en una sala de gobierno por imperativo categórico de la ética, ¿no debería suceder lo propio con los retratos de personas que representan lo más antidemocrático que ha habido en Navarra y cuyos nombres siguen despertando la repulsa de una parte de la sociedad? ¿Mantenerlos en el palacio de Diputación no es, en cierto modo, una manera de homenajear y exaltar su actuación durante la guerra?
Si es así, y tratándose de una anomalía ética, habría que actuar con más delicadeza. Supuesta la sensibilidad del Gobierno foral actual en esta temática, ¿ha pensado en el daño que la presencia de estos retratos puede ocasionar a las familias de las víctimas asesinadas por la política de exterminio del 18 de julio de 1936? ¿No ha reparado en que los retratados no solo apoyaron, sino que ejecutaron la misma política de exterminio que los golpistas? Cualquiera entiende lo desagradable que debe ser que el retrato de la persona que firmó la pena capital de tu padre o de tu abuelo aparezca expuesto como si fuese una gloria provincial. Y no sólo. Saber, además, que dicho retrato se ha pagado con tu dinero.
Si el Parlamento fue capaz de retirar el retrato del rey por corrupción, también pudo hacer lo propio con los retratos de quienes fueron conniventes con el golpe de Estado. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Es más grave el delito de la corrupción que el asesinato de miles de personas?
Considérese, además, que estos retratos, al margen de su valor simbólico y estético, revelan lo que siempre fueron: vana ostentación, propia de reyes y de nobles, de gentes que se sienten superiores al resto de los seres humanos, forjadores de la historia universal.
¿Recuerdan el poema de B. Brecht? «¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? En los libros aparecen los nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?». Estos retratos son imagen de esa concepción autoritaria e individualista de la historia que condenaba el poeta. En pleno siglo XXI, se sigue pensando que la historia la hacen únicamente los reyes y, en este caso, los vicepresidentes de Diputación y presidentes del Gobierno foral.
Se comprende que quienes se sientan herederos ideológicos de los vencedores de la guerra se muestren satisfechos por tales «retratos». Pues gracias a los retratados, Navarra es lo que es. Eso dicen. Demostración contundente de que tales retratos no son nada inocentes en su apariencia estética. Siguen enalteciendo el golpismo y el régimen dictatorial.
En situaciones así, lo mejor es aplicar la navaja de Ockham: reducir propuestas y elegir la más justa con las víctimas. Si la presencia de esos retratos causa dolor, ¿no sería lo más ético hacerlos desaparecer? Es lo que cabría esperar de una democracia que respetase la Ley de Memoria Democrática.