Se buscan tránsfugas
La palabra más utilizada durante este proceso de investidura ha sido la de «degradación democrática». Su causante ha sido el PSOE y su «parada de monstruitos». Lo han dicho en "Abc", "El Mundo", Antena 3, Telecinco, "El Mundo", "Diario de Navarra", etc.
Lo sostiene gente de la prensa adicta al PP, que dan a entender que cuentan con un artilugio que mide dicha degradación. Lo que tiene mérito. Pues, para saberlo, digo yo, dispondrán de un artefacto que tase su calidad, como se hace con el agua. Y no sé si existen aparatos que midan la calidad del consumo democrático y en consecuencia puedan tasar su grado de excelencia en que se encuentra la democracia española. Además, sería necesario saber cuáles son los elementos que certifican dicha calidad. Y aquí la unanimidad no parece universal. Por ejemplo, ¿cuál podría ser el nivel de calidad democrática del Borbón al dar vía libre a Feijóo sabiendo que su partido está dispuesto a pactar con un partido obsesionado por cercenar derechos y libertades, que no reconoce al colectivo LGTB, que niega la violencia de género, que reduce presupuestos para ayudas sociales y que derogará la Ley de Memoria democrática? Estamos, sí, ante una monarquía constitucional, pero, ¿democrática? Si lo es, no lo demuestra.
En ocasiones, se habla de cuál es la ciudad o comunidad autónoma de España donde el agua que se consume es de mayor calidad. Algún día se llegará a debatir cuál es el pueblo, ciudad o comunidad autónoma españolas donde la calidad democrática sea la de más alta calidad. ¿Son más democráticas las comunidades gobernadas por la derecha que las regidas por la izquierda? ¿Cómo medir la calidad democrática de una comunidad o ciudad? ¿Lo hará el CIS, de Tezanos? ¿El GAD 3? Mejor que no.
Si partimos de la premisa de que la calidad democrática depende de la ciudadanía y de la clase política que dicen que la representa, la cosa se complica. Bueno, se complica o se «descomplica», porque existen actitudes, comportamientos y hechos que ponen en solfa esa calidad democrática.
Materia distinta sería aceptar que, por culpa de cuatro «desgarramantas», haya que establecer que la calidad democrática de España tenga categoría A, B o C. Hacerlo sería caer en una generalización tan injusta como poco precisa. Un ejemplo actual. Que la Federación española de Fútbol esté presidida por un tipo que debería dedicarse a pulir calabacines, no significa que la Federación Española sea un nido de gañanes. Pero su comportamiento, tampoco, ayuda a tener una visión piadosa de una Federación que consiente tener como presidente a un impresentable.
El espectáculo esquizofrénico del PP actual sería otro ejemplo. En su carrera desbocada por conseguir los cuatro votos del apocalipsis para que su líder llegue a presidente, su rufianesca apuesta por la compra de tránsfugas en el mercadeo de la política, ¿no degrada la democracia? Que haya políticos que defienden con tanto descaro el transfuguismo para llegar al poder, ¿demuestran que la democracia se la trae floja?
Sonroja ver al PP arrastrarse como una babosa del campo por la arena política para conseguir cuatro votos, imitando a aquellos sátrapas romanos, Cepión y Lenas, que sobornaron a los asesinos de Viriato, -Aulax, Ditalco y Minuro-, homólogos a los que el PP llama «barones críticos del PSOE», «socialistas buenos» o «ciudadanos de bien» y a los que pretende convertir en traidores o «asesinos de Sánchez». ¡Si esto no es degradar la democracia ya se dirá de qué cirugía mafiosa se trata!
En cambio, alegra saber que la derecha haya mejorado sus modales con respecto a sus abuelos y padres ideológicos. Fracasaron en su intentona de 1936, pero para desgracia de los españoles, decidieron seguir con la asonada llevando al país a una guerra fratricida. Hoy, las derechas que han ganado unas elecciones, pero sin el aval parlamentario que les facilite la investidura ipso facto, no se han tirado al monte, ni han invocado a santa Bárbara para salir del estado catatónico en que se encuentran.
Pero, ¡ojo!, no dice que esos cuatro votos que busca pescar en el caladero de la sinvergüencería, servirán, caso de conseguirlos, para aupar a «vocacionales golpistas», devotos del 36 y unos compañeros de un viaje que no garantizan nada bueno para la calidad democrática del país.
Si las formas de conducta son reflejo de unos contenidos programáticos, hay que concluir que los del PP son tan desleales como hipócritas. Incriminan la «ambición de poder de Sánchez», pero jalean a Feijóo y su cuadrilla intentando «pactar» con quien hasta la fecha han tenido como el prófugo más buscado de España, llamado Puigdemont, el gran «desvertebrador» del país, por no decir «el gran puta hijo de la gran puta» (sic).
El PP podrá argüir que es el más democrático por cuanto fue el partido más votado en las últimas elecciones. Pero eso sólo demuestra que fue el más votado. Nada más. La cuestión está en qué hace con ese resultado. Hasta ahora lo que ha hecho solo ha producido negras vibraciones. Lo que ha demostrado es mostrar un fondo antidemocrático irreductible. Presumirá de partido constitucional, pero de democrático no guarda ni las formas.
El fin que se propone no puede ser bueno si para conseguirlo utiliza un medio propio de trileros. Su declaración de amor a España con el que salpica sus discursos patrioteros, uniformes y autoritarios en contra de las libertades individuales, que son las que importan, es pura baba verborreica.
Se dice que «el fin justifica los medios», atribuyendo la frase a Maquiavelo aunque nunca la escribiera. En realidad, pensaba lo contrario. Más bien pensaba que estaba loco quien piensa que el fin justifica los medios. Porque nunca un buen fin justifica la utilización de unos medios malos. Cuando esto ocurre, la ética arroja a la ciénaga.
Los medios usados muestran la verdadera naturaleza de nuestras intenciones. Y no pueden ser buenas, cuando los medios utilizados para conseguirlas pisotean los principios éticos más elementales. Hacer apología del transfuguismo, como ha hecho el PP, lo desnuda como un partido que deja mucho que desear en términos democráticos. Y el monarca, al darle vía libre, también. Deberían mirárselo.