José Luis García
Doctor en Sicología, especialista en Sexología

Sexo y agresiones sexuales (XVI): El modelo de caza y captura

Insistimos en esta tradición cultural en la que se han educado todos los hombres y mujeres durante siglos y que, en ese contexto, el agresor no solo no es considerado un tipo enfermo, sino más bien un hombre normal, socialmente adaptado y aceptado porque tal conducta era generalizada.

En estas mismas páginas hemos hablado de diferentes aspectos relativos a las agresiones sexuales a mujeres, una lacra que, aunque ya es más visible, sigue estando oculta, porque la mayoría no se denuncian, en la medida en que se producen en entornos cercanos a las víctimas, lo que puede facilitar que los agresores vivan con sensación de impunidad, siendo más probable su reincidencia. No hay que olvidar que el impulso sexual es una poderosa motivación de la conducta.

En cualquier caso, siempre deben ser inaceptables en una sociedad moderna que pretende ser igualitaria.

En un reciente informe de la Fiscalía, se constataba que las chicas menores agredidas toleran en alguna medida esta situación, ofreciendo menos resistencia, quitándole importancia y hasta disculpando al agresor, de tal modo que es su familia la que denuncia.

Vimos, por ejemplo, que el consumo de pornografía agresiva y violenta, en determinadas circunstancias podría ser considerado un factor de alto riesgo y la urgente necesidad de hacer investigaciones fiables, fundamentalmente para diseñar programas de prevención eficientes.

Hoy quisiéramos señalar otro factor que tiene que ver con el modelo cultural de caza y captura que ha caracterizado las relaciones entre hombres y mujeres a lo largo de la historia, relacionado claramente con el porno violento. En realidad, en muchos subgéneros pornográficos los guiones literarios –por llamarlos de alguna manera– tratan de eso: el hombre busca la manera de conseguir a la mujer, de someterla, obligándola a realizarle una felación y luego hacerla suya, es decir, follarla como sea, bien con dinero u otros subterfugios o engañiflas.

Y en esta oportunidad, hablamos solo de los maltratos físicos dejando para otro día los maltratos sicológicos que así mismo hay que visibilizarlos y denunciarlos. En una ocasión una mujer después de una charla que impartimos, nos confesaba que «no me pegaba, pero me dolía».

Hay hombres que agreden sexualmente a una mujer porque, entre otras razones, creen que pueden hacerlo, se consideran con el privilegio de hacerlo, a tenor de la consideración cultural atávica de que son superiores a las mujeres y de que la relación sexual entre un hombre y una mujer es una especie de cacería, en la que se valora las piezas conseguidas y se alardea de ello con los amigos, o se sube a internet, como suelen hacer los de las manadas, exhibiendo el trofeo: la mujer violada y vejada.

Insistimos en esta tradición cultural en la que se han educado todos los hombres y mujeres durante siglos y que, en ese contexto, el agresor no solo no es considerado un tipo enfermo, sino más bien un hombre normal, socialmente adaptado y aceptado porque tal conducta era generalizada. En muchos chistes y comentarios, conversaciones entre hombres, florecen multitud de micromachismos que evidencian que este modelo no está extinguido. Cuando oímos a algunos dirigentes, hombres y mujeres, de partidos ultraconservadores, tenemos la convicción de que lo que nos proponen es volver a la caverna y que la mujer debe estar en casa con la pata quebrada. Cosiendo botones, decía una dirigente de Vox hace unos días. O poniendo en tela de juicio los datos oficiales o, simplemente, inventándose los datos. Cuando no asociándolos de manera inaceptable e irresponsable con los flujos migratorios.

La inmigración y las agresiones sexuales son dos cuestiones con las que hay que tener exquisito cuidado so pena de echar gasolina al fuego. Y la historia está llena de episodios dramáticos y sangrientos cuando se instigan estas actitudes y sentimientos irracionales que tienen que ver con el racismo. Nos tememos que eso es lo que pretenden.

Pero reitero ese escenario que promueve dicho modelo y en el que, el comportamiento que se espera de los hombres, es que las cacen, porque ellas están para ser cazadas, excepto la madre, la hija y la esposa, aunque a algunos hombres ni siquiera les vale esa línea roja en las relaciones incestuosas. Todas las demás son susceptibles de serlo, ya que se piensa que, en el fondo, les gusta y lo están deseando, como muestra el porno. Los procedimientos y estrategias que se ponen en marcha son extraordinariamente variopintos; sin embargo, todos ellos tienen como finalidad someterlas y poseerlas.

Desde la seducción con glamour hasta el uso repugnante de la burundanga, pasando por la manipulación, el engaño o simplemente el terror, todas estas tácticas deben ser entendidas como un mecanismo de control de los hombres sobre las mujeres y que, al hacerlo y no ser pillado o denunciado, se está reforzando esa conducta agresiva. Cualquier mujer se da cuenta de ese juego. Algunas aplicaciones para ligar superconocidas tienen su fundamento y su éxito en esas reglas.

Esta forma de proceder puede tener un carácter políticamente correcto o puede ser más grosero, incluso deleznable, pero el agresor cree que una vez «cazada» puede hacer con ella lo que le venga en gana, todas las veces que quiera. Y parece estar convencido –o quiere creérselo para justificar su felonía– de que ella lo sabe y que, más tarde o temprano cederá, bien sea con unos azotes, unas palabras groseras o cualquier otra forma de presión.

Es cierto que aun cuando todos los hombres hayan sido educados con unos valores similares, no todos cometen agresiones, a pesar de que haya determinados movimientos sociales que consideran que todos podrían hacerlo y que solo depende de la oportunidad. A mi modesto entender creo que, aun teniendo oportunidad, no todos los hombres lo hacen, y que muchos de los que pudieran hacerlo en el futuro, podrían evitarse con programas científicos y profesionales de educación sexual y con unas actuaciones familiares adecuadas y persistentes en el tiempo, dirigidas a los chicos desde corta edad. Esto debería ser es una prioridad social.

Es urgente que la educación sexual, esa que hemos propuesto reiteradas veces, profesional y científica, asociada a la salud y promotora de una mejor salud sexual, sea una realidad en las escuelas y en las familias navarras, de tal manera que se vaya desmontando gradualmente ese modelo trasnochado e inaceptable, en una sociedad que anhela llegar al respeto escrupuloso y a la equidad en las relaciones entre hombres y mujeres.

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