Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Sr. Rajoy, ¿son estos sus brotes verdes?

Pagar parte del salario en productos enlatados forma parte de la propuesta hecha por la Patronal Conservera de Pescados y Mariscos a sus trabajadores. El autor remarca que con esta propuesta se «han disuelto, sin más, los avances que los trabajadores lograron, con hambre y sangre, durante los dos siglos largos anteriores».

Leí con una profunda irritación como trabajador la propuesta salarial que hizo la Patronal Conservera de Pescados y Mariscos a sus trabajadores. Si la información es cierta y con ello cuento, me he sentido sumergido en las nieblas de un pasado que creí no iba a regresar jamás. Me agobió un ramalazo de vergüenza que me revolvió, una vez más, contra mi ciudadanía española, ese pesado fardo que me muele todos los días la espalda. Lo más grave es que la patronal citada defiende su postura suponiendo la cobertura absoluta y sin matices que le dará el partido en el Gobierno, convertido de pleno en arma del empresariado frente a la masa trabajadora. No creí, Sr. Rajoy, que los suyos pudieran llegar a tal atropello, sobre todo en un periodo electoral que de seguir con estas manifestaciones le llevará a usted, por fin, al ostracismo político. Calculo, para hablar tan rigurosamente, que a nuestra ciudadanía le quedará la dignidad suficiente para enfrentarse a este tipo de sucesos. Las entidades empresariales se ven con tal poder en las instituciones, y hasta en el Consejo de Ministros, que le han desbordado a usted despreciativamente. Ahora sí que es usted un estricto registrador de la propiedad; de la gran propiedad. Usted no gobierna; transcribe acuerdos adoptados fuera de la Moncloa. El Estado español vive en un libertarismo de covacha. Pero antes de seguir adelante resumamos la propuesta de los conserveros en sus principales puntos.

Punto primero: La patronal conservera ofrece a sus trabajadores abonarles el salario básico de 930 euros distribuido entre un 60% en metálico y un 30% en productos enlatados de la firma en que trabajen.

Punto segundo: Un aumento paulatino del horario laboral que vaya desde las 1.730 horas en 2015 a 1.770 en el 2019.

Punto tercero: Que la distribución irregular de la jornada, que llega ahora al 7%, pueda alcanzar hasta el 15%.
Punto cuarto: Se abre la puerta a que puedan considerarse laborables todos los días de la semana, de lunes a domingo.

Esta propuesta está hecha a comienzos del siglo XXI. No se trata de un convenio en el seno de las corporaciones menestrales o artesanales de la Edad Media. Es decir, se han disuelto, sin más, los avances que los trabajadores lograron, con hambre y sangre, durante los dos siglos largos anteriores. Los Mártires de Chicago son ya un recuerdo borroso. La mayor parte de las organizaciones sindicales se han reducido, quizá más aún que en Norteamérica, a entidades intermedias de gestión y base de la promoción política de sus máximos dirigentes. Lo que más sorprende, al menos a mí y a los que piensan del mismo modo, es que esta regresión a un poder empresarial despótico se haga a velocidades tales que la estructuración de la respuesta de los trabajadores apenas reúna las condiciones mínimas de vigor y concienciación. La patronal, como se decía en los viejos tiempos de lucha, sabe que tiene perfectamente guardadas las espaldas.

Si se mira a fondo la situación en que vivimos y se hace un cuidadoso estudio de campo, se llega a la conclusión de que pasamos por un periodo histórico en que los sectores civiles de la sociedad sienten una extrema comezón militarista –tanto para mandar como para obedecer– en su forma de entender la empresa, el trabajo, el consumo y la convivencia. Y esto no constituye únicamente un pálpito de quienes vivimos fieles a los auténticos fines de la democracia que es el «gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo», como proclamó en el siglo XVIII Lincoln, tan superado ya por la sociedad dominante norteamericana. Se trata de una realidad cotidianamente constatable. Una realidad que impregna la calle.

Richard J. Barnet, en su obra «La economía de la muerte», escribe cosas como la que sigue: «En 1944 Charles E. Wilson, presidente de la General Electric, hablando con la Army Ordnance Association propuso, literalmente, una economía de guerra permanente. O sea, unas relaciones continuas entre la industria y los militares». Creo que vivimos en una sociedad de dictaduras «liberales» que han sembrado una confusión ladina en la cabeza del trabajador deslumbrado por el «progreso» ante el que se ve situado. El ciudadano qualunque no tiene ojos decididos para verse a sí mismo y comprobar la situación en que se encuentra, sino para observar el brillante entorno en que se desenvuelve cotidianamente. De sujeto más o menos activo ha pasado a espectador fascinado. Por su parte, la confianza que tiene el empresariado en el sistema, al menos el gran y mediano empresariado, es tal que abre su ventana y aborda estas cuestiones sin el más mínimo recelo sobre el resultado. Tal, ahora, en España, que se enfrenta a una cita electoral que en circunstancias simplemente normales pondría en peligro la victoria de sus representantes en las urnas.

¡Pagar en especie! El primitivismo de esta iniciativa abre increíbles dificultades a la producción y el comercio. Destruye el orden más elemental tanto en el proceso de producción como en el ámbito de las familias. Es una iniciativa que puede parangonarse perfectamente con la forma colonial en que se abona su trabajo a las masas obreras de Bangladesh, de la India o de muchos países africanos. Poco a poco ese tipo de propuestas va reintroduciendo un esclavismo que supera la pura significación moral respecto a los individuos para definir el triste modo material de funcionar lo económico. Esto sucede además en pleno Occidente, no en un lejano territorio del que apenas tengamos noticia. El empresariado conservero ha introducido el «top manta» en la negociación sindical. ¿Qué hará el trabajador que acepte esta invención? ¿Competir con su propia empresa reintroduciendo algo así como un estraperlo? ¿Reducir su mesa a un amargo rancho penitenciario?

Va a seguir rutas por el estilo el nuevo empleo que según el Sr. Rajoy está creando por cientos de miles su Gobierno? Valdría pedir a la Moncloa, aprovechando incidentes de este carácter, que cuando habla del crecimiento del empleo aclare el mecanismo seguido para hacer los cálculos y manifieste cuál es el contenido y la duración de tales empleos. Hay que evitar que los anuncios de supuestas victorias sobre la crisis ahonden aún más la herida que aflige a los individuos. Moralmente interpretado el verbo, gobernar es mucho más que acumular números vacíos de realidad humana sobre una sociedad literalmente triturada. El gobierno es una tarea que exige un elevado compromiso moral con el pueblo sobre el que se ejerce. Y no solo eso. Ese compromiso ha de trasmitirse cotidianamente con un lenguaje claro y repleto de respeto hacia la ciudadanía. En todos los órdenes.

Sr. Rajoy, si es verdad que, como usted ha dicho brillantemente, «hay que hacer lo que hay que hacer», le diré que usted no lo ha hecho.

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