José Ignacio Camiruaga Mieza

Tu libertad termina donde comienza la mía

«Mi libertad termina donde comienza la del otro». Esta sabiduría filosófica de Jacques Rousseau, es decir, de la Ilustración, debe aplicarse hoy más que nunca. Evidentemente, la libertad de los medios de comunicación no está en entredicho, pero todo derecho va acompañado de un deber. Si por ejemplo se condenó, con razón, a quienes atacaron a los editores de Charlie Hebdo –7 de enero de 2015-, no puedo dejar de preocuparme por una determinación «miope» de «cierta ofensa satírica» ​​de los «símbolos religiosos», ya sean judíos, cristianos o musulmanes. Esta no es la manera de afirmar y proteger el derecho a la sátira, a manifestar la propia opinión y a la diversidad de opiniones.

La profanación y el fundamentalismo son ataques a valores como la libertad de pensamiento y de religión, que necesitan respeto y equilibrio en todas sus formas. Minimizar y hacer más domésticos los distintos «iconos», tanto religiosos como culturales, podría ser un camino hacia un sano exorcismo tanto de la profanación como del fundamentalismo.

Sin embargo, existe el deber de detenerse ante lo que podría ofender gravemente esa sacralidad hacia un sentimiento religioso de las personas y de las sociedades. La verdadera secularización no solo no ofende los sentimientos religiosos de nadie, sino que hace todo lo posible para proteger el respeto y la libertad de los diferentes caminos de sentido del ser humano y de las creencias religiosas.

No tener en cuenta lo que provocó la mencionada masacre de París con reacciones desproporcionadas e injustificables es grave. Por supuesto, la libertad de la sátira debe continuar con el respeto a esos «iconos» que son la base de esos valores, que tienen derecho a no ser vilipendiados, sino más bien respetados.

Ciertamente esto no debe justificar ningún acto de violencia de ninguna intensidad. Pero si queremos vivir en paz en una sociedad ahora multicultural, no se puede ignorar cuál es la piedra angular de las creencias culturales y también religiosas de cada componente étnico que forma el tejido social de una comunidad civil.

Yo creo que una persona no se puede burlar de la religión de otro. Toda religión tiene dignidad y no puedo burlarme de ello. Y sí creo que hay límites a la libertad de expresión. Es verdad que Europa es el continente también de la Ilustración y que existe derecho a ser irónicos, con respecto, también a todas las religiones, como al resto de las realidades sociales. Por eso, también creo que es necesario abrir un espacio un poco más sereno de reflexión.

Burlarse de las religiones puede provocar una reacción, aunque sepamos que no se puede reaccionar violentamente. Fundamentalistas, integristas, violentos -como demuestran las guerras religiosas del pasado- los ha habido y los hay en todos los campos: en el ámbito cristiano (no sólo católico, por supuesto), en el islámico y en el campo no religioso confesante (incluyendo en esa expresión el antiteísmo, el ateísmo, el anticlericalismo…). Los ejemplos históricos son innumerables. Pero hoy ¿podemos intentar identificar las bases fundamentales de un diálogo que tenga como objetivo el bien común de la civilización europea? Está claro que debe existir un acuerdo básico compartido, un «contrato social». Y una negociación democrática, con vistas a la libertad, la igualdad y la fraternidad -principios también de la misma exquisita Ilustración-.

Personas de confesión religiosa y no religiosos confesantes solemos pedir que se condene el asesinato y la violencia, cuando estos se producen y hechos en nombre de la religión, como «guerra de fe» o como defensa violenta del honor herido. La igualdad (civil) entre los seres humanos postula que nadie tiene derecho a matar a otro. Y los terroristas de todo el mundo no son personas religiosas, sino bárbaros asesinos.

Los no religiosos confesantes piden a los cristianos, y al resto de las confesiones religiosas, que acepten la libertad de opinión, la libertad de expresión y la libertad de prensa. Quienes rechazan las religiones, quienes las consideran un mal que hay que superar, quienes las consideran responsables de inocular en el corazón humano la semilla de la intolerancia y, por tanto, de la violencia, deben poder expresarse: tienen pleno derecho a hacerlo. La libertad (civil) postula que nadie tiene derecho a impedir que otro exprese sus ideas.

Cristianos y personas de otras confesiones religiosas piden a los no religiosos confesantes que rechacen la burla del sentimiento religioso, y que lo acepten como expresión y fenómeno del ser humano, es decir, que no se puede considerar un bien común ridiculizar lo que otros veneran, en su corazón, como sagrado. La fraternidad (civil) postula el respeto de los sentimientos ajenos en la medida en que se perciben como la esencia de la propia personalidad. No obstante, se puede aceptar que, en una reflexión seria y ponderada, incluso la argumentación adopte la forma retórica de la ironía.

Y lo mismo ocurrirá con los argumentos antirreligiosos contrarios y opuestos. Ambos pueden expresarse libremente y es de esperar que se encuentren y dialoguen abierta y justamente, incluso con ironía socrática. Pero, ¿qué sentido tienen la ofensa gratuita y el desprecio burlón de los sentimientos religiosos de los demás? ¿Los chistes blasfemos o las caricaturas, incluso a veces pornográficas, sobre Dios fomentan la solidaridad intercultural e interreligiosa? ¿Son un signo de civilización tolerante, como para proponerlos, por ejemplo, en las escuelas públicas, o son un signo de incivilidad intolerante como para no permitirlos en el espacio público?

En el fondo, yo creo que está la cuestión de la igualdad en la dignidad personal. Y quisiera no salirme del más exquisito enmarque del horizonte de la Ilustración. Creemos y decimos, con razón, que todos los ciudadanos no solo son iguales ante la ley, sino que también tienen la misma dignidad social sin distinción de sexo, raza o religión. ¿Es aceptable ridiculizar y burlarse de la identidad sexual de una persona? ¿Y del color de su piel? ¿Y de la fe religiosa de su corazón?

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