René Behoteguy Chávez

Venezuela: la necesidad de tomar partido

Aun con críticas serias a la conducción del Gobierno de Nicolás Maduro, aún con dudas sobre el horizonte que plantea el proceso constituyente, como latinoamericano y como persona de vocación antiimperialista me parece que sería éticamente reprobable no tomar partido y posición claramente.

Pase lo que pase de ahora en adelante, el legado de Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana es fundamental para la historia no solamente de Latinoamérica sino del mundo. Porque cuando en 1999 se da el primer triunfo electoral de Chávez y este se convierte, al margen del resistente pueblo cubano, en el primer gobierno antineoliberal y antiimperialista de Latinoamérica posterior a la caída del muro de Berlin, hace, en los hechos, trizas el paradigma planteado por el filósofo Francis Fukuyama e implantado en el mundo entero a partir del llamado «consenso de Washington» de que la historia había acabado y que no era siquiera imaginable un destino distinto al predominio de la economía capitalista de libre mercado, combinada con una simulacro de democracia liberal puramente representativa controlada también desde los mercados. A partir de allí, la primera década del siglo XXI va a estar signada en América Latina por la emergencia de movimientos sociales y gobiernos de izquierda y que además de cambios sociales a favor de las mayorías sociales van a generar un proceso de integración regional inédito y que va a abrir una importante brecha al control histórico del imperialismo norteamericano sobre los países latinoamericanos.

Los últimos años, en cambio, estamos asistiendo a un evidente reflujo de los movimientos progresistas en parte, y habrá que reconocerlo, producto de su propias inconsistencias y contradicciones, pero fundamentalmente merced a una avanzada de agresiones económicas y políticas combinadas por los sectores oligárquicos de los respectivos países pero, apoyada y coordinada claramente por la administración norteamericana. En este sentido, la batalla que se libra en estos días en las calles de Caracas es fundamental para dilucidar el futuro de los procesos continentales y no puede dejar indiferente a nadie.

Desde mi perspectiva personal, no se pueden negar las enormes deficiencias del proceso venezolano y en particular del gobierno de Nicolás Maduro. Porque si bien, y eso está suficientemente contrastado, la causa fundamental de la escasez de productos básicos y medicinas, es resultado de una inclemente guerra económica que intenta desestabilizar al Gobierno, no es menos cierto que es lógico y previsible que la derecha venezolana y los Estados Unidos comploten contra la revolución bolivariana y que esto no justifica la falta de iniciativa del Gobierno de Maduro, tanto a corto plazo en arrebatarle a las clases oligárquicas el control sobre la importación y distribución de alimentos como, en un plazo mayor, sustituir las importaciones y transformar la naturaleza rentista y monoproductora de petróleo de la economía venezolana, que además la hace mucho más vulnerable a la manipulación, de mercados que no controla. En este sentido, cada vez queda más claro que no es factible mantenerse en una resistencia pasiva a los embates de la derecha y que la revolución, o se profundiza en un sentido anticapitalista y de arrebatar el control económico a las élites oligárquicas, o estas, tarde o temprano acabarán derrotando por desgate al Gobierno bolivariano. Espero que la Constituyente lejos de ser una huida hacia adelante, marque camino en esa dirección.

De hecho, la derrota electoral sufrida por el Gobierno bolivariano en las elecciones parlamentarias de 2015 es una prueba de ese desgaste, porque el contundente triunfo de la derecha no se debió a que haya aumentado sustancialmente su caudal electoral sino, a la abstención de amplios sectores populares cercanos al chavismo que, decepcionados, cansados y en señal de protesta se quedaron en casa. En ese momento la oposición nucleada en la MUD parecía tener claro que, tarde o temprano el desabastecimiento y la crisis económica agravada por una caída importante del precio del petróleo que en ese momento se situaba en los 37 dólares el barril (tres veces menos que en los mejores momentos del proceso bolivariano), con un trabajo previo de desgaste desde la Asamblea Nacional mayoritariamente opositora, harían que las siguientes elecciones sean el entierro del Gobierno de Maduro. La pregunta obvia es, por que ante este escenario la oposición se ha lanzado recientemente a esta agresiva campaña desestabilizadora en la que, al parecer tanto ellos como sus aliados desde los medios de comunicación del poder capitalista, parecen estar poniendo toda la carne en el asador para, cueste lo que cueste incluida la sangre de decenas de personas, derrocar por la vía de la fuerza al Gobierno de Maduro o llevar la situación a un extremo tal que justifique una intervención extranjera.

La razón es simple en realidad y, como todo lo que tiene que ver con Venezuela, tiene el petróleo como telón de fondo y es que, a día de hoy el precio del barril de petróleo merced a un acuerdo de la OPEP, tiende a un alza no espectacular, pero sí sostenida en el tiempo, y se sitúa ya en los 52 dólares. Esta subida, permite un respiro al Gobierno y da la posibilidad de estabilizar en alguna medida la situación económica, lo cual permitiría mejorar el abastecimiento y ampliar políticas sociales recuperando así a los sectores descontentos del chavismo, aquellos que se abstuvieron en 2015 pero que jamás apoyarían a la MUD.

Esto ha sido leído por la administración norteamericana con claridad, y se han percatado que, el triunfo de la derecha en las próximas elecciones ya no es tan seguro como pensaban, así que, han decidido lanzarse en una furiosa ofensiva que es, en los hechos un violento intento de golpe de estado que, al contrario de ser causado por la crisis y desabastecimiento como aducen los medios de comunicación en el Estado español, busca perpetuarlos y evitar que la situación económica se estabilice porque entienden que esto favorecería a Maduro. Lo que deja claro es que, tanto a la oposición derechista como a los Estados Unidos, lo último que les interesa es la vida cotidiana del pueblo venezolano y que lo que persiguen con estas protestas es fundamentalmente, recuperar control sobre un país que posee en la franja del Orinoco, las mayores reservas de crudo del planeta y que, por otra parte es fundamental para articular procesos de integración antiimperialistas en la región. Por eso mientras los líderes sociales muertos cada semana en la hermana Colombia supuestamente en paz, no salen jamás en ningún telediario, tenemos la propaganda antibolivariana irradiada por los medios en el desayuno, el almuerzo y la cena todos y cada uno de los últimos días.

En este escenario, aún con críticas serias a la conducción del Gobierno de Nicolás Maduro, aún con dudas sobre el horizonte que plantea el proceso constituyente, como latinoamericano y como persona de vocación antiimperialista me parece que sería éticamente reprobable no tomar partido y posición claramente.

Porque ante una oposición violenta que no tiene reparos en quemar gente en las calles y que en el fondo, pretende una regresión al neoliberalismo al estilo de Macri o Temer, además de entregarle los recursos naturales y posiciones estratégicas a Estados Unidos y en contra un Gobierno que aún con sus errores y deficiencias es no solamente legal y legítimo sino representante de las clases populares en rebeldía que levantaron y levantan las banderas de la esperanza en un futuro distinto, me queda claro con quien hay que estar. Porque además y, probablemente esto sea lo más importante, basta ver que mientras las barricadas opositoras se levantan en los barrios ricos y de de clase media alta, son los barrios populares y obreros los que salen en defensa del sueño bolivariano; esto permite vislumbrar que en la batalla de las calles de Caracas se juega un episodio más de la lucha de clases y allí sí que se me quitan las dudas, yo me pongo del lado de los obreros, los campesinos, los indígenas, en fin los eternamente excluidos, los pobres de la tierra con los que junto a José Martí «quiero yo mi suerte echar». Yo tomo partido por la revolución bolivariana.

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