Víctimas todas, por dignidad
En más de once ocasiones consideré necesario repetir en el Parlamento de Navarra la comparación personalizada de víctimas de la violencia de diferente signo. Jose Javier Múgica es víctima de la violencia y Gladys del Estal también; Mikel Zabalza es víctima de la violencia y Tomas Caballero también; Mikel Arregi es víctima de la violencia y Francisco Casanova también; Juan Atarés es víctima de la violencia y German Rodríguez también; Ángel Berrueta es víctima de la violencia y Joaquín Imaz también…
La lista es larga porque las víctimas mortales de la violencia de ETA en Navarra suman 48 o 49 y las victimas de otras violencias de motivación política suman un número similar o incluso mayor.
La aportación emblemática de las victimas al futuro es su contribución ejemplarizante para la convivencia en paz y en igualdad y para ello es imprescindible, por dignidad democrática, tener en consideración a todas las víctimas de todas las violencias.
El síndrome de «los caídos» es la aberración de considerar como víctimas a las que lo son de una violencia y excluir de la condición de victimas a todas las demás. La gran iniquidad del franquismo consistió precisamente en que habiendo sido la sublevación militar la responsable de todas las muertes en la guerra, tanto las de un bando como –incluso– las del propio bando de los sublevados, pretendió y mantuvo hasta el final y muchos años después la inicua diferencia entre unos y otros; caídos y olvidados, lo cual constituye un verdadero síndrome social del que siguen aquejados los herederos del franquismo. ¿Había víctimas en los caídos? Por supuesto que sí y los causantes de tales víctimas eran los militares sublevados y los esbirros civiles –por motivos económicos, ideológicos o seudorreligiosos– que les secundaron.
Se atribuye a Arturo Campión la frase de que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Seguramente el contenido de esa frase no es rigurosamente cierto, pero contiene una profunda reflexión a tener en cuenta. En Navarra no deberíamos repetir el desastroso ejemplo del franquismo y sus inicuas postrimerías.
La dignidad de la consideración de las víctimas como emblema de paz e igualdad en el futuro se logra en la medida en que se es capaz de sufrir el dolor del antagonista, en la medida en que se llega a no solo comprender sino ponerse en lugar del antagonista.
La comparación entre víctimas de una y otra violencia es un requisito indispensable para poder analizar y por lo tanto superar realidades históricas tan importantes como la de tortura. Las numerosas ocasiones en que organismos nada sospechosos como Amnistía Internacional han requerido al Estado español para establecer protocolos y tomar sencillas medidas para erradicar no solo la realidad, sino incluso la sospecha o posibilidad de la tortura están además ahora en candente actualidad con los últimos exabruptos de Mr. Trump.
Estamos en el sexto año del cese definitivo en el uso de la violencia por parte de la organización ETA, hace ya mucho tiempo que deberíamos haber sido capaces de dar pasos hacia la superación de las exclusiones recíprocas en la memoria de las violencias padecidas. No se trata de buscar ninguna equiparación; no hace falta igualar nada, pues cada caso es como es; lo que hace falta es tener en cuenta todas las realidades. En las comparaciones con las que se abre este artículo no se dice que un caso es igual al otro; se dice «y también».
La sociedad Navarra no estuvo en condiciones de superar el nefasto síndrome de «los caídos». Muchos de nosotros tenemos familiares en cualquiera de las listas; yo en las listas de los fallecidos en el lado de los sublevados como consecuencia de la sublevación. Tenemos la oportunidad de ser conscientes de que solo dignificaremos el recuerdo de las víctimas de antes y de ahora en la medida en que dicha memoria no sea excluyente. La no exclusión es el símbolo y el contenido de la aportación al futuro en paz de las víctimas que es el perdón, la paz y la igualdad social en el futuro.
Lo peor que se puede efectuar con respecto a las víctimas es su utilización para las luchas banderizas, en lo que además conociendo algunas de ellas no estarían de acuerdo, si pudiesen decirlo. Algunas organizaciones de víctimas son grupúsculos políticos que defienden unas ideologías muy concretas y que para hacerlo, a falta de argumentos políticos utilizan y por lo tanto prostituyen el recuerdo de algunas víctimas. Las víctimas de ETA son víctimas de la violencia y las víctimas de los grupos parapoliciales y de los excesos policiales también.