Iñaki Egaña
Historiador

Visionarios

«Lo que jamás han querido ver esos videntes de pacotilla es que el movimiento de liberación vasco jamás ha asentado su actividad en un genio bélico o un estratega de quilates. En Madrid entendieron quizás que era un batalla militar. Y ahí fracasaron».

Llegó la fecha marcada supuestamente por los mayas para el fin del mundo y aquí estamos, pellizcándonos la piel y mirándonos al espejo para asegurarnos de que la sangre continúa circulando y la vida no se ha parado. Era un camelo. Malparados han resultado los videntes y, aunque más de uno puso una vela a San Judas Tadeo, no hizo falta siquiera alarmarse. El anuncio no era sino una nueva argucia para vender reliquias.


La historia del fin del mundo, nada que ver con aquel plagio de Vargas Llosa, era un invento para fomentar el turismo en Guatemala y Chiapas, llenar gratis páginas de diarios y espacios televisivos y tener acogotados a un puñado de ilusos. Los efectos nos abruman. Tikal y Chichén Itzá han sufrido daños irreparables mientras algunos gringos robaban todo aquello que recordara a civilizaciones anteriores.


Otros, anclados en un pasado que nunca existió, suspiran por aquellas sociedades, tan clasistas y esclavistas como las actuales, bordeando los límites del ridículo político, avalando las tesis del «buen salvaje», como si la lucha por la emancipación no fuese el gran aporte de los hombres y mujeres que soportan este plantea.


No hemos llegado a la estación de término. Más de la mitad de la humanidad, sin embargo, vive el borde del fin del mundo. Su universo inmediato se reduce a unos días. No hemos abandonado el reino animal. Palabrería. El progreso afecta únicamente a un sector del planeta. Sin algo que llevarse a la mesa, a la espera de un insignificante golpe de fortuna, cientos de millones de compatriotas viven en el infierno.


Estamos rodeados de charlatanes con incontinencia y de vendedores de relojes sin cuerda ni pila que mantenga sus manecillas. Hablan por hablar, para relatar sus mentiras como si fueran verdades. Y no saben que una de nuestras tareas es, precisamente, recopilar sus estupideces. Las de los videntes.


Y no me refiero a los videntes en el sentido más estrafalario de la palabra. Que los hay. Hace ya muchos años, en la peña Batxikabo, cerca de Gaubea, la virgen se apareció a tres jóvenes que dijeron haber adquirido facultades sobrenaturales. Uno de ellos, ungido por la gracia mariana, se lanzó desde lo alto de un pino para volar como los ángeles y se rompió la crisma.


Más recientemente, los servicios secretos españoles, entonces liderados por Juan Alberto Perote, contrataron a videntes, zahoríes y exorcistas para lograr dar con el paradero del industrial Emiliano Revilla, secuestrado por ETA en Madrid. No dieron con su escondite, como es sabido.


Me refiero a los otros videntes, a los profesionales que reciben unos sueldos astronómicos, sentados en escaños parlamentarios, sedes ministeriales u oficinas de agrupaciones políticas. Han hecho de la palabrería, del circo, su oficio. Y, con una cara mayor que la de un mandril, lanzan sus discursos, sentando cátedra.


En ocasiones, parece como si los parlanchines se lanzaran al ruedo mediático sin paracaídas y que, en consecuencia, sus errores son parte de una apuesta fallida. Un truco. Un capítulo de la estrategia de confusión. Aznar y Bush sabían que en Irak no había «armas de destrucción masiva», tal y como Mario Fernández conocía perfectamente que no iba a acabar con los desahucios, en contra de lo que había anunciado al día siguiente del suicidio de la socialista Amaia Egaña. Estas cuestiones forman parte de las estrategias comunicativas.
Sabemos que la mentira y la visión son una fórmula de hacer política, de engatusar, de abrillantar las palabras sin otra intención que robar, maltratar o asegurar el reparto injusto de la riqueza. Hace cinco años España era jauja, desde Bankia hasta el boom inmobiliario. El que no se enriquecía era tonto, o casi. Humo. Más que visionarios eran mentirosos, compulsivos.


Los tests de estrés europeos resultaron una farsa. Descomunal. ¿Es la visión cierta, la de los candidatos para el Nobel de Economía? En 2011, el Dexia belga tenía una excelente nota, hasta la quiebra. El Bank of Ireland más de lo mismo, en 2010. Lehman Brothers, el cuarto banco de EEUU, quebró en 2008 arrastrándonos a la crisis financiera actual, después de falsear sus balances. Los papanatas seguían diciendo que era una anécdota. Cien bancos norteamericanos han quebrado en la última década. La mayoría de ellos tenían un futuro espléndido.


Volviendo a casa, no quiero balancearme en aquella mítica ensalada verbal del ya retirado Xabier Arzalluz, cuando nos condenó a comer berzas hasta la eternidad si no completábamos su crucigrama. Enriquecer a unos cuantos accionistas de Iberduero cercanos, por cierto, al partido de Arzalluz, a través de Lemoiz y, por extensión, de la energía nuclear.


Visionarios cercanos precisamente al expresidente del EBB anunciaron con toda la solemnidad necesaria que en el momento en que ETA dejara las armas se produciría el pleno empleo en Gipuzkoa. No fue hace demasiado, sino apenas diez años, cuando los patronos guipuzcoanos tuvieron la percepción. Hoy no hay violencia revolucionaria y el paro afecta a casi un 10% de Gipuzkoa.


De Madrid nos auguraron, cuando los socialistas llegaron al poder, que iban a crear 800.000 puestos de trabajo, de los que, por extensión, nos tocarían algo así como un 9%. Una predicción nefasta porque lo de los 800.000 resultó ser los puestos aniquilados cada año.
Desde la capital española habló también el entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, que categorizó diciendo que tenía un plan para salvar la cultura vasca y perpetuar el euskara. Pero para ello había que dar un paso incomprensible, que solo los inteligentes, y quizás la FAES, lo entenderían: cerrar “Egunkaria”. Nada de aquello se cumplió, excepto el cierre del diario.


No hace falta tener memoria de elefante para describir decenas de estas ocurrencias que los mentores de patrias grandes y pequeñas habían dejado para la ocasión en que ETA anunciara el cese de su actividad armada. Andoni Ortuzar, a quien colocan como sucesor de Arzalluz en un proceso exprés, ya adivinó hace unos años que la izquierda abertzale se iría diluyendo como un azucarillo. Su partido participó del tongo para que así fuera, cuando la Ley de Partidos trampeó el escenario. Mirando para otro lado. Pero no fue así. En dos años, la izquierda abertzale no sólo no se ha disuelto sino que ha alcanzado techos electorales en diversas consultas.


Ha sido precisamente ETA la que mayor número de videntes ha generado en su entorno. En honor a la verdad, aunque la mayoría de los visionarios habría que catalogarlos en el depósito de su enemigo, algunos también procedían de sus propias filas. Apostando por focos guerrilleros en Urbasa, para contagiar a las masas obreras y campesinas, o describiendo un escenario de negociación más propio de Vietnam o Argelia que de Euskal Herria.


Los asientos de su enemigo, a fin de  cuentas de la emancipación vasca, pronosticaron la «desaparición», «liquidación», «exterminio»... de la disidencia. Lo cierto es que la apuesta en esa línea ha sido la más importante entre las estratégicas de Madrid. Todos los años, desde 1968, la dirección de la organización armada, cierta o no, caía en poder de las policías española o francesa. El Juicio de Burgos (1970) fue planteado como el juicio final.
El desplome tras la delación de El Lobo, las deportaciones de militantes a América y África, la aplicación de la euroorden, la muertes de Argala o de Txomin Iturbe, las detenciones de Bidarte, las entregas de policía a policía, las razias... incluso los «daños colaterales» producidos por la propia ETA (en especial desde el atentado de Hipercor), han sido tomados como el final del fin. No ha sido así y, hoy, la estrategia política iniciada hace medio siglo está encaminada con un caudal humano evidente.


Lo que jamás han querido ver esos videntes de pacotilla es que el movimiento de liberación vasco jamás ha asentado su actividad en un genio bélico o un estratega de quilates. En Madrid entendieron quizás que era un batalla militar. Y ahí fracasaron, porque cientos de militantes vascos que manejaron el timón en estos 50 años, tuvieron por consigna, consciente o inconscientemente, lo que Sun Tzu había escrito hace más de dos mil años: de la guerra de guerrillas sólo interesa su aplicación política.

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