Víctor Moreno
Profesor

Y San Fermín bendijo a los nazis

Si el nazismo y el franquismo no fueron hermanos, sí alcanzaron la categoría familiar de primos carnales

En abril de 1945, Salvador de Madariaga publicó un artículo en “The Times” afirmando que «el régimen español era idéntico con el sistema de los nazis teñido por la Gestapo». Para desmentir tal «infamia», Pérez Torreblanca, entonces Jefe Superior de Libertad vigilada (sic), replicó que «todos los crímenes comunes han sido juzgados con arreglo a las leyes anteriores al 18 de julio de 1936 y algunos delitos políticos fueron juzgados según Códigos posteriores». Y asunto concluido.

En honor de Madariaga podría afirmarse que la Historia le dio la razón. Si el nazismo y el franquismo no fueron hermanos, sí alcanzaron la categoría familiar de primos carnales. Nadie como las derechas españolas desearon con tanta intensidad que Alemania ganase la guerra. Y, de hecho, ni con su derrota la dictadura y su aparato de información jamás condenó a Hitler y, a posteriori, porfiaron para que los nazis enjuiciados en Núremberg fuesen declarados inocentes por los crímenes de guerra perpetrados.

El idilio entre el nazismo y el proto-franquismo fue intensísimo, en especial el cultivado por los dirigentes de la Falange y de las JONS. En el caso de Navarra lo fue sin paliativos. Puro delirio en “Arriba España” y “Diario de Navarra”, más en el primero que en el segundo, aunque las afinidades de «Garcilaso» con Hitler no las superaría ni el más furibundo falangista, fuera Suñer o el cura Yzurdiaga. «Garcilaso» fue nazi de los pies a la cabeza.

Son infinidad los hechos que confirman ese entusiasmo febril hacia el nazismo por parte de las autoridades políticas locales que determinaban el curso de los acontecimientos de los navarros. Junto con ellos, estarían los vergonzantes pregoneros, figuras de salón que se despepitaban en pedantes halagos hacia el nazismo, entre ellos, y no el único, el ubicuo José María Pérez Salazar, quien, con el tiempo, se convertiría, por supuesto, en demócrata de toda la vida.

Me detendré en el hecho muchas veces contado, aunque no reproducidas las palabras con las que “Arriba España” recibió la presencia de trescientos soldados alemanes en los sanfermines de 1940. El periódico falangista aclaraba que eran «los mismos –altos, silenciosos y rubios– que los noticiarios y las fotografías nos han situado en Praga, Varsovia, La Haya, Bruselas, París y Hendaya». Evitó añadir que entre ellos se encontraban con toda seguridad quienes bombardearon Gernika, Durango y Eibar. Calificaba su presencia como «un insospechado paréntesis hacia la victoria final».

La parada en Pamplona era especial, porque «mientras aquellas ciudades de una Europa verde los veían pasar por derecho de conquista, Pamplona los acogía por derecho de hermandad». Lo dije. Como hermanos de leche de toda la vida. Nada extrañaría que «los jefes alemanes presenciaran la procesión de San Fermín acompañados de autoridades y personalidades de la ciudad» (“Arriba España”, 9.7.1940).

Las razones de esta invitación debía saberlas muy bien el cronista de “Arriba”, pues aseguraba que «en su dolor, en los aciagos días de la guerra, los legionarios alemanes pusieron su esfuerzo para que esas fiestas fuesen algún día posibles». ¡Toma ya! Las fiestas de San Fermín de 1940 se las debía Iruña a los alemanes. Siendo así, era lógico interpretar, aunque solo desde el absurdo histórico, que «otra vez Pamplona oía en sus calles el paso de los soldados alemanes, desde los días imperiales cuando pasaban los tercios de Carlos de Gante. Y otra vez se sentía en el aire fresco y transparente de viejo grabado que volvían los días de una empresa común de unidad, de conquista y de destino». Entiéndase. De unidad, conquista y destino en lo universal falangista.

Por si fuera poco, hasta San Fermín tuvo su aquel en este asunto. Porque, «hace pocos años hubiera parecido imposible que en su mañana festiva la imagen morena, plata y malva de San Fermín bendijera a grupos de soldados verde gris, venidos desde aquel Amiens que él condujo al seno de la Cristiandad». No era para menos. Se trataba de soldados que «hace tres años empezaron la salvación de Europa para los que ahora la están felizmente coronando». Y que dicha salvación, basada en la civilización cristiana, se iría al garete, a pesar de la bendición del santo moreno.

Y, mientras el Ayuntamiento obsequiaba a los jefes con un «vino de honor, a los soldados les rodeaba en la calle la más viva y exaltada simpatía. Racimos de mozos ofrecían a los alemanes, sonrientes y llenos de entusiasmo, el vino caliente y bravo de nuestra tierra. Más allá, al son de las gaitas, mozos con el gorro militar alemán y soldados alemanes con las boinas y los sombreros de paja y los rojos pañuelos al cuello, bailaban la jota más frenética y bulliciosa. Durante un día, sajones, prusianos, bávaros y turingios fueron pamploneses de corazón. El cariño es capaz de estos imposibles».
 
Seguro que sí. Pero, quizás no fuese ni el vino, ni el cariño lo que «puso» a esos alemanes en trance sanferminero, sino el estimulante “Pervitin”, precursor de la metanfetamina, cuyo consumo era habitual entre las tropas alemanas. Dejémoslo estar.

El éxtasis llegó cuando el torero Curro Caro brindó a los jerarcas alemanes su mejor faena. “Arriba” dijo que en plaza «todos los espectadores en pie les ovacionaron largo rato, mientras sonaba el Himno Nacional y el Deutschland über alles».

“Diario” reprodujo la foto del jefe militar de los alemanes saludando al torero. “El Pensamiento Navarro” comentaría lacónico que «la faena se la brindó Curro a una representación del Ejército alemán, que ocupaba varios palcos de la plaza».

El 20 de octubre de 1940, se repitió la escena en las Ventas de Madrid. Himmler, jefe de las SS, y su comitiva asistieron a otra corrida de toros, espectáculo que le pareció «cruel». Hasta se dijo que vomitó. En el cartel publicitario, junto con los nombres de los diestros, Marcial Lalanda, Rafael Ortega, «Gallito» y Pepe Luis Vázquez, figuraban las flechas de la Falange y la Esvástica.

Luego, dirían que Madariaga mentía. Ya.

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