Kepa Bilbao Ariztimuño
Escritor

¿La guerra forma parte de nuestro horizonte existencial?

La guerra nos acompaña desde el inicio de los tiempos, hasta el punto de que hablamos de ella no solo como uno de los rasgos de nuestra realidad como seres humanos, sino que la percibimos como un mal insoslayable imposible de erradicarlo de nuestro horizonte existencial. Ello suscita inmediatamente el tema de las causas, de si es una característica esencial de la condición humana, de la discutida naturaleza humana y/o de nuestras estructuras sociales.

El tema de las causas, no confundir con las justificaciones o motivos que se dan para iniciar una guerra, es profundamente debatido en la filosofía, la historia y las ciencias sociales, y tiene interés su teorización a la hora de formular posibles propuestas a propósito de los medios para evitar las guerras. Partiendo de la aceptación de que las causas de las guerras pueden ser variadas, complejas y con distinto peso en cada situación, podríamos agrupar las doctrinas que las explican en dos grandes grupos: las genetistas o biologicistas y las ambientalistas o culturalistas.

Mientras que el primer grupo sugiere que la guerra es un resultado natural de instintos competitivos y agresivos profundamente arraigados en nuestra biología, como la sostenida por el etólogo Konrad Lorenz, uno de los pioneros en el estudio del comportamiento animal, o la más abstracta de la pulsión de muerte de la que habló Freud, el segundo grupo sostiene que la guerra es una construcción cultural y una consecuencia de factores históricos, económicos, sociales y políticos específicos, con independencia del modo de ser de los humanos en cuanto tales y que puede superarse con cambios institucionales, económicos, educativos y morales.

Desde luego es una clasificación un tanto tosca, pero a efectos expositivos puede ser útil si no se la presenta de manera excluyente. Entre otras cosas, porque los humanos somos un resultado complejo de nuestras capacidades biológicas y del ambiente sociocultural en el que crecemos, vivimos y nos movemos. Cuestión distinta y discutida es la proporción de unas y otro, de ahí la oposición básica de las dos tendencias.

Esta diferenciación, por otro lado, tiene su interés por su correspondencia con otra dicotomía que es la que opone las aproximaciones individualistas a las holistas o globalistas, en la consideración del ser humano y la sociedad, cuando se aplica al problema de en qué medida los cambios históricos pasan o deben pasar más por la modificación de los individuos que por la reforma de las estructuras sociales o a la inversa. Es decir, cuando discutimos si primero tenemos que cambiar nosotros y nosotras para que cambie la sociedad o para que cambiemos nosotros y nosotras hay que cambiar primero la sociedad.

En el marxismo, tanto la violencia como la guerra hunden sus raíces en las relaciones sociales de producción, las guerras son una consecuencia del capitalismo, de las rivalidades imperialistas y de la lucha de clases, no de la discutida naturaleza humana.

Para los realistas, la guerra es fundamentalmente una cuestión de poder, de interés, de necesidad y de supervivencia. La tradición realista se apoya en una concepción antropológica pesimista. Tiene una visión escéptica hacia cualquier idea tendente a pacificar de manera definitiva la comunidad internacional. Desde la perspectiva del realismo en las relaciones internacionales, la guerra es el resultado de la competencia entre naciones, una constante en la política internacional debido a la anarquía del sistema internacional, a la ausencia de un gobierno mundial. Proponen la vía de la paz relativa a través de la diplomacia.

Para la tradición de pensamiento de los pacifistas jurídicos que va de Kant, Kelsen o Bobbio hasta Ferrajoli, la paz no es un problema moral abstracto, sino de técnica jurídica. La finalidad del pacifismo jurídico será la de hacer del derecho internacional el instrumento clave para acabar con las guerras.

En mi opinión, si bien es un hecho que la guerra es un fenómeno recurrente de la experiencia humana, no creo que se pueda afirmar que es consustancial al ser humano. La biología no condena a la humanidad a la guerra. Guerrear no está en nuestros genes. Las guerras no son inevitables, como si fueran en última instancia actos tan independientes de nuestros actos y decisiones como una catástrofe natural. Su existencia está más relacionada con decisiones específicas de individuos y contextos sociales que con una necesidad biológica.

Ahora bien, su persistencia en la historia pone de manifiesto la complejidad de erradicarla y nada nos indica que no vaya a ser así en el futuro. Tampoco podemos predecir con certeza lo contrario.

Así como la humanidad ha demostrado una gran capacidad para guerrear, también ha demostrado una gran capacidad para la paz, la cooperación y la resolución de conflictos a través de medios no violentos. Se puede decir que conviven en nosotros y nosotras de forma permanente elementos contrapuestos, tanto fuerzas que impulsan al conflicto, a la guerra, como otras que promueven la paz y la cooperación, que se manifiestan de forma variada y con desigual fuerza en distintas situaciones.

En cualquier caso, el hecho de que las guerras formen o no parte de nuestro horizonte existencial no debe ser una excusa para no seguir cultivando esas fuerzas internas y sociales que impulsan la paz, porque eso tiene el potencial de transformar no solo nuestras vidas, sino el mundo en el que vivimos para construir sociedades más justas, equitativas y pacíficas.

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