Aster Navas

Ciudad tomada

«Voy andando por una ciudad que ya no es la ciudad por la que voy andando», dice K. C. Iribarren hablando de Donostia. Esa es la frase que me vino a la cabeza este pasado sábado recorriendo la Parte Vieja y asomándome a sus playas: en La Zurriola me sentí mayor, fuera de lugar.

Santi, el donostiarra que nos hacía de cicerone, nos había recomendado madrugar y aparcar temprano por Amara: «hay días en que no queda otro remedio que cerrar la ciudad».

Quiero pensar que sus habitantes y quienes los representan sabrán lo que tienen entre manos, que tendrán calculada la pérdida de identidad que supone un turismo de ese calibre, la especulación inmobiliaria que propicia, los ingresos que ese despropósito genera. Que les saldrán las cuentas.

Mientras comíamos en una sociedad tuve la sensación de que los locales, los nativos se reunían allí, que La Artesana era, en el fondo, un refugio. Como en el cuento impagable de Julio Cortázar, "Casa tomada"; ese en que sus protagonistas van siendo desplazados, desalojados de su propio hogar por unos desconocidos. Poco a poco e inexplicablemente. En fin.

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