Catalunya rompe amarras y no viaja sola

Nada es igual desde ayer en Catalunya. Y con el tiempo tampoco lo será en Euskal Herria ni en el Estado español, porque el efecto del paso dado ayer por el procés se asemeja a una piedra lanzada a un lago que va creando círculos concéntricos. La declaración de ruptura aprobada por el Parlament a mediodía de ayer supone la carta de defunción de una era, la de la sumisión, y el certificado de nacimiento de otra, la de la decisión. La cascada de movimientos del soberanismo, a cual más audaz y a la vez más sensato y eficaz, ha acabado abriendo un boquete en el muro construido durante décadas por Madrid. Un muro que tiene como ladrillos las decisiones políticas que niegan pertinazmente a naciones como Catalunya y Euskal Herria y como argamasa a instancias como el trampeado Constitucional, pero que ya no para el proceso, como explicita la declaración. Ahí está la auténtica revolución. El compromiso con la desobediencia a la injusticia es la señal de que Catalunya ha roto amarras y sale a mar abierto.

Que el viaje no va a ser fácil es una obviedad. Lo remarcó Raül Romeva (Junts pel Sí): «Si no es hoy, será mañana; si no somos nosotros, serán otros; pero este país hace tiempo que dice que ha llegado la hora de ir a por todas». La frase alude innegablemente a las dificultades externas, y quizás también a las propias discrepancias internas que tendrán que resolverse más pronto que tarde. Pero la declaración es ya un cambio de paradigma radical. El miedo ha sido utilizado por el Estado español como herramienta paralizante frente a los independentismos. Desde hoy solo es una excusa para quien quiere quedarse parado, gestionando unas migajas de soberanía antes que ganarla toda.

Catalunya se pone en marcha, en un mar tremendamente agitado pero con rumbo fijo. No avanza solo, le comprenden quienes en todo el mundo entienden que su causa es democrática, y le acompañan los soberanistas vascos con su larga historia de desobediencia. Bon viatge.

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