Claro que «en tiempos de desolación, no hacer mudanza», pero sin empeñarse en los errores

La decisión del EBB de dar por amortizado a Iñigo Urkullu y buscar otra candidata o candidato a lehendakari de la CAV refleja a las claras la crisis que se ha instalado en el PNV. Empezando por el trauma interno que supone, por la decadencia institucional que implica y por la personalidad problemática de los actores implicados.

Precisamente, la trayectoria de Urkullu está marcada por la intriga y los conflictos internos, y él ha terminado por ser víctima de uno de ellos. Tras una juventud de disciplina, crecimiento personal y cargos, Urkullu llegó a ser presidente del EBB dentro del pacto logrado con Andoni Ortuzar y Joseba Egibar tras el fracaso del liderazgo de Josu Jon Imaz, por quien él mismo había apostado.

Luego pasó a ser lehendakari tras apartar a Juan José Ibarretxe, con el que tuvo una relación «tirante». En el fondo, Urkullu consideraba que su Plan fue una desviación. Ibarretxe obtuvo grandes resultados, PSE y PP gobernaron solo gracias a las ilegalizaciones de la izquierda abertzale, pero Urkullu creía que ese plan no se correspondía con la tradición jelkide. En esa lógica, termina en brazos del PSE y obsesionado contra el independentismo de izquierdas.

Ser lehendakari era su sueño, pero desde el principio se vio que no tenía claro qué pensaba hacer una vez logrado el puesto. Su carácter irritable y moralista, obsesivo con algunas cosas y personas y despreocupado de otras, ha provocado una andadura errática. El balance es triste y tiene más que ver con las cosas que se ha empeñado en que no sucediesen que con un legado político en positivo. Su ambición ha sido negativa. Todo ello en un momento histórico, tras la decisión de ETA de dejar las armas y deshacerse.

Con Urkullu lehendakari, la tradicional bicefalia jelkide se mantuvo, pero mutó su jerarquía, colocándolo como primus inter pares respecto a Ortuzar. La rama bien se rompe o bien vuelve a su ser. Con la liquidación de Urkullu, parece que la naturaleza se impone. Ahora bien, el balance de Ortuzar no es mejor y su liderazgo está tanto o más desgastado.

La crisis del PNV va mucho más allá de Urkullu

De un tiempo a esta parte, la hipótesis de que el PNV buscase otro líder se planteaba en toda mesa o tertulia que tratase la política vasca. Los y las contertulias veían tanto la necesidad de renovarse del partido como la dificultad de descabalgar a un Urkullu que había dejado claro que quería seguir. En general, la sensación era de que no era posible, de que llegaban tarde, pero sobre todo de que no se podía hacer a buenas. Por eso, la hipótesis solía decaer. Y al final así ha sido, a malas, porque no podía ser de otra manera.

La legislatura previa hubo problemas de desconexión entre el Ejecutivo y el partido. La pandemia afectó a instituciones, sectores y personas, pero la soberbia de Lakua ha enfadado a todo el mundo. Los sucesivos malos resultados electorales han supuesto un duro golpe. La imbatibilidad del PNV quedaba en duda. Con los pactos de la vergüenza en Gipuzkoa, Durango y Gasteiz han retenido poder, blindado la red clientelar y reforzado la alianza con el PSE, pero han abortado alternativas más constructivas.

La crisis del PNV va más allá de Urkullu. Que hayan perdido hasta el control y la elegancia da cuenta de ello. Consultas discretas que trascienden, maniobras mal ejecutadas, filtraciones en medios no afines, demandas un tanto despiadadas a su burukide pidiéndole que dé el paso atrás él, negar lo evidente para acabar provocando más ruido… Hacer todo mal, para tomar la única decisión correcta que podían tomar. Por su interés partidario, y por el del país.

Ojalá acierte en los cambios. Es hora de que el PNV abra el juego, coopere honestamente con otras fuerzas y dé el relevo en temas y áreas importantes para la sociedad vasca. Es hora de otros liderazgos.

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