De ángeles y demonios

En mayor o menor medida, todo el mundo se rige en sus palabras y acciones por sus propios demonios y sus ángeles, por decirlo de alguna modo y sin tinte teológico alguno. Cualquiera es capaz de discernir cuándo le guían sus mejores propósitos e intenciones, sus deseos más liberadores y cooperativos, y cuándo opera desde las obsesiones, los complejos y la mezquindad. Esto se ha visto claramente tanto en la declaración de ETA sobre el daño causado como en algunas de las reacciones oficiales.

Merece la pena releer la declaración. Es solemne, contundente y honesta. Así lo ve mucha gente, tanto entre quienes estaban a favor como en contra de ETA. Una lectura sin prejuicios alimenta la empatía. Claro que, por terapéutico, no está mal dejar campar un poco a los demonios, siempre que luego se recupere el sentido constructivo y una voluntad política emancipadora.

Reaccionario busca vencedores y vencidos

Está claro que la oratoria no es la mayor virtud de Iñigo Urkullu, pero su reacción a la declaración de ETA pone además en entredicho su nivel de comprensión lectora. Eso, o evidencia una terrible mediocridad, pobreza de espíritu, falta de liderazgo y de madurez. Triste es también que nadie en la sala levante la mano y le diga lo que muchos piensan. Que no se planten ante ese iracundo reaccionario y le digan que ya está bien, que con sus obsesiones y rencores está frenando al país en este momento histórico, que debería ser de reconciliación y proyección a futuro en clave de paz y libertad.

Si toda persona mínimamente honesta aceptará, aunque sea íntimamente, que la declaración de ETA le ha sorprendido por ir más allá de lo que casi todos esperaban en forma y fondo, lo mismo ocurre con la reacción del lehendakari, solo que en sentido inverso. Aunque no cabía esperar mucho –nada parecido a una solemne declaración con liderazgo, visión y retórica de estadista–, no se podía prever que fuese tan ventajista en su mensaje y torpe en la escenografía.

Urkullu, que al parecer se cree no ya ángel sino virgen en su larga trayectoria política, olvida, por ejemplo, que siendo él presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento torturaron a centenares de conciudadanos suyos sin que él moviese una ceja. O que se ha segregado y segrega a unas víctimas de otras.

Obvia que el PNV gobierna con el partido que fundó los GAL, aún impunes hoy en día, y recogió a una parte de los «polimilis», que en su disolución se mostraban «orgullosos» de su historia, sin que hayan hecho ademán de enmienda. Del PSOE, conviene aceptarlo, han venido algunas de las reacciones más pausadas y constructivas a la declaración de ETA, quizás porque en su caso el sufrimiento no es impostado. No como en algunos representantes de Podemos y su «nueva política», calcada del Pacto de Ajuria-Enea. Una lástima.

Del PP nada cabía esperar, pero sí cabe recordarle todas las veces que ha mentido sobre su voluntad de cumplir con los derechos humanos si ETA hacía esto o aquello. Jugar con rehenes y sus familias es bien cobarde. En Euskal Herria son marginales, aunque el PNV insista en homologarlos democráticamente.

Hasta aquí, los demonios.

Una de las claves es «al pueblo vasco»

Los dos manuscritos de ETA, tanto la declaración sobre el daño causado como la nota explicativa, han roto las trincheras mentales de muchas personas. Eso quizás no cambie su visión sobre la historia de la organización vasca, pero las reacciones sí les harán repensar la que tenían sobre el discurso oficial de «demócratas y violentos». Es cierto que ha empujado a otra gente al cinismo o la frivolidad, porque no se lo esperaban y les molesta que su razón quede en entredicho. Pero la decantación ya ha ocurrido. Jugar a la humillación y caer por la pendiente de la crueldad requiere una disposición que, pese a todo, es socialmente minoritaria en Euskal Herria.

Se cumplen en esta postrera iniciativa de ETA tres de las principales máximas del cambio de estrategia de la izquierda abertzale: la unilateralidad, no esperar nada a cambio sino tomar las mejores decisiones de las que sean capaces en cada momento; hablarle a la sociedad, no a los poderes o a las estructuras; y la colaboración con la comunidad internacional. Tiene además otros valores socialmente relevantes, ligados a una tradición de ética revolucionaria, como es no ceder al cinismo, asumir responsabilidades, ser honestos y actuar con empatía.

Suena angelical, pero ni en política ni en la vida nada es tan sencillo como el «buenos y malos». Lo que sí debe aspirar una sociedad es a ser mejores, a ofrecer su mejor versión, a hacer todo lo que está en su mano por uno mismo y por los demás. Con esta declaración de ETA la sociedad vasca ha dado un gran paso en ese sentido.

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