La cárcel oculta los problemas, pero no los hace desaparecer

Esta semana, mientras los sueños de grandes militantes y pensadoras del feminismo como Angela Davis tomaban cuerpo en las calles de Euskal Herria con masivas movilizaciones contra el sexismo y la discriminación y en favor de la igualdad y la justicia, sus pesadillas se encarnaban en Xabier Rey, cuyo cuerpo sin vida era trasladado desde la cárcel de Puerto de Santamaría hasta Iruñea.

Es conocida la crítica al sistema carcelario que realiza Davis. Según ella, el sistema punitivo basado en la prisión trata de ocultar los problemas políticos que nuestras instituciones son incapaces de afrontar, bien por déficit de interés o por superávit de otra clase de intereses. En el Estado español, la prisión es la forma más común de negación de un problema político o social. Esta máxima sirve por igual, con todas las diferencias y matices que hagan falta, para la desidia en problemas sociales como la desigualdad y todas sus problemáticas asociadas, para cercenar la libertad de expresión, para reprimir a la insurgencia armada vasca o para atajar la desobediencia pacífica catalana. Si los sistemas judicial y penitenciario muestran la salud de un estado de derecho, la del Estado español es ínfima.

La tristeza de los familiares de Rey y de su comunidad por la muerte de un ser querido en condiciones crueles tiene otra tristeza añadida: la que provoca la pobreza de discurso y de espíritu de una clase política incapaz de abandonar por un momento su guion, sus cálculos, y empatizar con el sufrimiento de una familia destrozada y de una parte importante de la sociedad vasca.

En una semana en la que han querido poner la carga de la prueba sobre los derechos humanos encima de la izquierda abertzale, ni Iñigo Urkullu ni Uxue Barkos han sido capaces de mostrar públicamente su pesar por la muerte de un ciudadano vasco en la cárcel a mil kilómetros de su casa. Los lehendakaris son los máximos representantes de los ciudadanos vascos, también de las personas presas, y deben ser garantes de sus derechos.

¿Existe un sufrimiento justo?
Un político que se finge justiciero pero que no es ciego sino tuerto ante las injusticias, que es estricto con los desprotegidos y dócil con los poderosos, que es irresponsable respecto a sus potestades e implacable respecto a las responsabilidades de los demás, que pone excusas donde debería encontrar soluciones… tiene casi imposible ejercer el liderazgo en un país que busca la paz y la democracia. Un político así no aspira a ser un estadista, es poco más que un sheriff moralista y rencoroso. Invocando a los muertos del pasado no se puede esquivar el cadáver que estaba ayer encima de la mesa. No hay violación de derechos humanos mayor ahora.

Ni siquiera era necesario que dijeran que es injusto. Aunque, siguiendo su lógica perversa y vista su parcialidad, ¿acaso creen que algún sufrimiento es justo? Bastaba con meter una frase en sus discursos de ayer sobre la violencia y las víctimas, o incluso fuera de esos discursos. Era suficiente con mostrar su pesar, acompañar el duelo de la familia, mostrar su compromiso para que Rey sea el último preso vasco que muere en una cárcel a cientos de kilómetros de su casa. Lo había hecho Arantxa Tapia a las pocas horas de conocer la noticia, ¿qué les impedía reproducir algo tan sencillo y sensato? ¿El miedo a la reacción de quienes apuestan por esta política vengativa o la creencia de que eso favorece a la izquierda abertzale? En ambos casos, no deja de ser triste.

Con la razón no basta, pero no hay debate
Su posición no es de fortaleza moral y políticamente no tiene más recorrido que la reproducción de un pasado en el que, sin embargo, unos han asumido sus responsabilidades y pagan por ellas con su vida y otros quedan impunes. Eso provoca un ventajismo que nuestra clase política no debería alimentar, porque acabará teniendo efectos perversos. Éticamente hay mucho menos debate del que ellos creen y políticamente mucho más.

«La prisión se convierte en una manera de hacer desaparecer a la gente con la falsa esperanza de hacer desaparecer los problemas subyacentes que representa», sentencia Angela Davis. La muerte de Xabier Rey es la triste demostración de que el conflicto vasco no ha desaparecido, porque ese conflicto no es otro que la voluntad del Estado de subyugar a la nación vasca y a su ciudadanía. Eso no va a ocurrir, pero eso mismo hace que sean despiadados. Toca respirar hondo, y seguir luchando por la libertad.

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