La metáfora de que la política es como los negocios solo sirve a quienes dominan y ganan
Si, como sostienen Donald Trump y sus amigos oligarcas, la política mundial fuera como una empresa, tras el maltrato que le dio el viernes a Volodimir Zelenski cuando el presidente ucraniano iba a entregarle la mitad de la explotación de los recursos naturales de su país, hoy quizás Zelenski estaría en Moscú, negociando unos acuerdos en los que hablarían de paz, soberanía y neutralidad, garantías de seguridad, reconstrucción y tratados económicos. Gran parte de los territorios con los que mercadea Trump están bajo dominación rusa, a 8.000 kilómetros de Washington. El único que puede entender esto como un negocio es el colono. A pesar de que a corto te beneficie, es difícil estar cómodo en este escenario. En buena lógica, la Unión Europea debería pujar por entrar en esa negociación y recobrar su soberanía estratégica.
Si Turquía aplicase leyes de mercado, valoraría en su justa medida el alto el fuego del PKK y la oferta de Abdullah Öcalan de abrir un proceso que suponga «el reconocimiento de una política democrática y un marco legal». La estabilidad es un valor económico y político, pero para Ankara cierto caos es rentable.
A veces, ni la economía es solo economía
Si los negocios no tuviesen la relación perversa que tienen con la política, Ignacio Sánchez Galán no tendría la desvergüenza de pedir que Iberdrola deje de pagar impuestos a la vez que presenta ganancias récord de 5.612 millones de euros. Claro que las derechas española, catalana y vasca le han condonado los impuestos de esos beneficios. Extraño negocio.
Si en el ámbito sociolaboral el criterio negociador fuese solo económico, UGT y CCOO no se aliarían con la patronal vasconavarra para evitar negociar un salario mínimo propio, adaptado a las capacidades del tejido socioeconómico del país, a los equilibrios de poder y a las necesidades de las clases populares. Pero su lealtad principal es con España, no con los y las trabajadoras; al menos, si no se sienten españoles.
La batalla del relato es un error de cálculo
Si la política vasca tuviese en cuenta un cálculo de coste y beneficio, la batalla del relato dejaría paso a la inversión en memoria, y la tortura dejaría de ser el fantasma que visita a la sociedad cada pocos días.
Por supuesto, si uno solo de los torturadores de los más de 6.000 ciudadanos y ciudadanas vascas que sufrieron ese tormento estuviese preso por esos crímenes de lesa humanidad, no se juzgaría de nuevo a Iratxe Sorzabal por un proceso basado en torturas. Si la Ertzaintza no hubiera estado implicada ni un poco –el informe oficial cita 336 casos–, los debates y el reconocimiento serían más sencillos, quizás.
Ejemplar es lo opuesto a ejemplarizante
Dicen que en los negocios la escala importa, y que grande es siempre mejor. Si así fuera, un pueblo diminuto como Uruguay –de las mismas dimensiones que Euskal Herria pero con un Estado– nunca alcanzaría su relevancia actual. Con diplomacia, voluntad de generar y repartir la riqueza, un compromiso con el Estado de derecho y la democracia, a través de un legado militante vertebrado en el Frente Amplio y personificado en Pepe Mujica, Uruguay es ejemplar y ayer Yamandú Orsi asumió perseverar en esa línea.
No hay que ser Sergei Lavrov para entender que hacer política no es como dirigir una empresa. Que hay otros factores históricos, otras pulsiones y causas. La política no es igual que los negocios, ni igual que la ética o la religión, aunque a menudo convivan y se solapen. En todo caso, hay cuestiones comunes que transcienden: abusar, amenazar y chantajear está mal. En ese caso, sí, aceptarlo es un muy mal negocio.