Jack Kerouac: el escritor, su camino y los fantasmas de la Ruta 66 2020 URR. 24 - 16:55h Koldo Landaluze Un año después del 50 aniversario de la muerte del escritor y poeta estadounidense Jack Kerouac, seguimos la estela de aquel viaje iniciático que plasmó en su obra cumbre, ‘En el camino’. Un mapa existencial que adquirió forma definitiva en la mítica Ruta 66. Considerado pionero de la Generación Beat junto con los escritores William Burroughs y Allen Ginsberg, Jack Kerouac siempre será relacionado con los creadores que apostaron por dejar la brújula en casa para dejarse llevar por el itinerario que dicta el libre albedrío. Vapuleado por la cirroris, Kerouac murió a primera hora del 21 de octubre de 1969 a los 47 años de edad, en Florida, y tres días después, su cuerpo yacía en la Casa Funeraria Archambault, en Lowell, la pequeña localidad de Massachusetts donde Kerouac nació el 12 de marzo de 1922 en el seno de una humilde familia francófona canadiense. Durante su funeral, el escritor Allen Ginsberg, otro de los fundadores beat y de la contracultura estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial, leyó algunos de los poemas que Kerouac incluyó en ‘Mexico City Blues’, una colección publicada en 1959 inspirada en ritmos y pulsaciones de jazz. Su obra más influyente fue ‘En el camino’, que recoge las vivencias que compartió con su amigo y también escritor Neal Cassady en una serie de viajes que compartieron entre 1947 y 1950 a lo largo de Estados Unidos. Esta obra, la segunda novela de Kerouac, está protagonizado por personajes inspirados en William Burroughs, Allen Ginsberg y Neal Cassady, además del propio Kerouac, que ejerce de narrador bajo el nombre de Sal Paradise. El propio autor reconoció que la inspiración para elaborar el estilo espontáneo y pop de ‘En el camino’ fue un hallazgo accidental, fruto de la correspondencia que mantenía con Cassady. El propio Kerouac dijo: «Me vino la idea del estilo espontáneo de ‘En el camino’ al ver lo bien que Neal Cassady me escribió cartas, todas en primera persona, rápido, disparatado, confesional, completamente serio, todo detallado, con nombres reales en su caso. También recordé la advertencia de Goethe, es decir la profecía de Goethe que el futuro de la literatura Occidental sería de naturaleza confesional; también Dostoyevsky profetizó lo mismo». Kerouac calificó las cartas de Cassady, la principal de 40.000 palabras –«toda una novela corta. El mejor escrito que nunca había visto, mejor que ningún otro de Estados Unidos, o al menos lo suficientemente bueno como para que Melville, Twain, Dreiser, Wolfe, se revuelvan en sus tumbas». Crónica de un viaje físico e interior «Con la aparición de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera». Ésta es una de las primeras frases escritas por Kerouac o, mejor dicho, por su alter ego en la novela, Sal Paradise, para dar comienzo a un viaje que resumía los anhelos y representaciones artísticas de toda una generación. El «rollo», como se conoce al primer borrador de ‘On the Road’ –‘En el camino’–, fue escrito a máquina por Kerouac en solo tres semanas y en una misma tira de papel, se convierte así en una guía de viajes única para recorrer Estados Unidos de costa a costa, al tiempo que constituye toda una declaración de intenciones en torno a la vida y sus requiebros. De Nueva York a San Francisco y vuelta a Manhattan pasando por Chicago, Denver, Los Ángeles… este mapa dictó las pautas creativas de un viaje que, físicamente, se concretó en la referencial Ruta 66. Símbolo de la cultura estadounidense, inmortalizada en su cine, literatura y música popular, la Ruta 66 vivió años en el olvido antes de convertirse en lugar de peregrinaje para viajeros sin brújula y ávidos de experiencias de libertad, una historia que rescata el documental ‘Almost ghost’. ‘Almost ghost’, testimonio de una carretera Dirigida por Ana Ramón Rubio, el largometraje documental ‘Almost Ghost’ cuenta con tres protagonistas que han sido testigos y artífices de la resurrección cultural y turística de esa carretera construida en 1926 y que el gobierno descatalogó y eliminó de los mapas en 1985. Uno de sus protagonistas, Harley Russell, es un anciano de 73 años que vive de las propinas que recibe en su destartalado local de Erick (Oklahoma) con su espectáculo de «músicos mediocres». Amparado en un tono irónico, Russell revela ante la cámara que sabe perfectamente lo que buscan los turistas y se lo da: «quieren ver al auténtico 'redneck', buscan la experiencia alocada y fuera de los estrictos cánones de la moral americana». Lowell Davis, otro anciano que supera los 80 años, se presenta como la primera persona que se instaló en Red Oak II (Missouri). Después de trabajar durante 13 años como director de arte de una agencia de publicidad, se retiró a ese pueblo abandonado y se dedicó a rehabilitar casas y a manualidades artísticas de todo tipo. En su testimonio, el segundo protagonista recuerda la célebre novela de John Steinbeck «¿Conoces 'Las uvas de la ira'? Pues así es como crecí yo». Al igual que la familia de Russell, multitud de personas fueron sacudidas por la Gran Depresión, entre ellas miles de granjeros expulsados de sus tierras que se vieron obligados a emigrar a California. La Ruta 66 fue el principal itinerario de esos emigrantes y de los que años después, durante la Segunda Guerra Mundial, buscaban trabajo en la industria bélica, mientras que en los 50 se convirtió en la principal carretera de buscadores de ocio y rememoradores de leyendas de asfalto y polvo. Ruta 66, las etapas de un viaje sonoro y literario Conocida también como ‘La calle principal de América’ o ‘La ruta madre’, esta iconográfica vía además de unir Chicago y Los Angeles, se transformó en escenario de leyenda y fuente de inspiración para infinidad de temas musicales. Polvo, asfalto recalentado por el sol y las llantas, seis cuerdas de guitarra que transmiten la esencia de una ruta y un viaje entre espejismos recreados a golpe de leyenda y una línea recta salpicada de rayas discontinuas que se pierden en un horizonte que, a ojos del viajero, parece inalcanzable. Siguiendo las pautas de un ritual establecido por los tres acordes de un rock, una voz rememora los dos números de una ruta mediante el siguiente estribillo «en lo profundo de Louisiana, cerca de Nueva Orleans. En el camino de vuelta, entre los árboles de hoja perenne, hay una cabaña hecha de tierra y madera, donde vive un chico de pueblo llamado Johnny B. Good que nunca aprendió a leer y a escribir, pero que podría tocar la guitarra como quien toca una campana...». Mientras Chuck Berry anima el compás vital de aquel Johnny que tocaba su guitarra mientras observaba el paso de los trenes, damos comienzo a una ruta que comienza en Chicago y avanza hacia el Este en dirección a St. Louis, allí donde nacieron tipos como Miles Davis o el citado Chuck Berry. Siguiendo la línea de asfalto atravesamos localidades como Springfield o Rolla, puerta de entrada del Parque Nacional bautizado como el escritor blanco que fue seducido por el Mississippi, Mark Twain. Cuentan las crónicas que aquella carretera primitiva seguía su curso por el viejo Oeste y atravesaba las tierras de Oklahoma y que durante el siglo XIX se erigió como territorio de diversas tribus de nativos norteamericanos. Fueron estos los paisajes que un día también transitaron quienes se aferraron a la vida Durante la Gran depresión y que John Steinbeck reflejó en su novela ‘Las uvas de la ira’, es la tierra inhóspita –la ‘Ruta Madre’ que fue denominada por Steinbeck– en la que surgieron vagabundos sin brújula que cruzaron el país viajando clandestinamente a bordo de aquellos trenes que el viejo Johnny B. Good veía pasar. Fue, en definitiva el paisaje surcado por raíles y asfalto que dictó la ruta de Woody Guthrie, el bardo que decoró su guitarra con una declaración de principios: ‘Esta máquina mata fascistas’. Mientras dejamos atrás Oklahoma, los ecos pasados de esta ruta nos guían hasta Nuevo México y a su capital Santa Fe. A partir de este punto la Ruta 66 cruzaba territorio Navajo y llegaba hasta Gallup, considerada la capital de los nativos norteamericanos ya que este lugar simbolizaba el epicentro de su espíritu indomable. El recorrido sigue su curso a través de Petrified Forest, un conjunto de árboles milenarios cuya visión evoca todo tipo de conjeturas alucinógenas. Una vez cruzado este espacio anacrónico, nuestros ojos topan con los emblemáticos muros naturales del Gran Cañón del Colorado. Refugiados en su silencio, al borde mismo de sus abismos, el viajero se deleita con la visión de un entorno salpicado de abismos que refulgen bajo el sol. A lomos de una motocicleta o a bordo de un Mustang descapotable, nos dejamos llevar por los paisajes desérticos surcados por carreteras infinitas que nos invitan a tomar bifurcaciones que parecen no llevar a ninguna parte. Llanuras de arena y moteles olvidados acaparan protagonismo en un viaje que avanza en una obsesiva línea recta que hipnotiza al viajero. Hubo un tiempo en que la ruta alcanzabas la ciudad de Los Angeles y atravesaba sus carreteras principales. Hubo un tiempo en que el viaje culminaba aquí y nunca llegaba al mar.