2022 URT. 29 - 10:20h La ciudad perdida de Gede, el intrigante y misterioso Machu Picchu de Kenia Oculto en la espesura de un bosque tropical de África del Este, subyace un misterio: las ruinas de la ciudad perdida de Gede, una intrigante maravilla arqueológica conocida como el Machu Picchu de Kenia. Imagen de las ruinas de Gede. (GETTY IMAGES) Pedro Alonso-EFE (Fotos: Getty Images) La ciudad perdida de Gedea, urbe suajili, ha desconcertado durante décadas a arqueólogos e historiadores por la falta de referencias a este emplazamiento en fuentes históricas, pero sus vestigios prueban que albergó una civilización avanzada antes de su abandono en el siglo XVII. Situada a pocos kilómetros de las aguas turquesas del océano Índico que bañan la turística localidad de Watamu, en el sureste de Kenia, el yacimiento ocupa una pequeña porción de la reserva de Arabuko Sokoke, el mayor bosque costero de África oriental. «Fue una de las ciudades más antiguas establecidas en la costa del Índico. Se empezó (su construcción) en el siglo XII. Llegó a ocupar 45 acres (18 hectáreas), de las que únicamente se han excavado 12 acres (unas 5 hectáreas)», explica a Efe el guía Hudson Mukoka, al precisar que su población pudo alcanzar unas «3.000 personas». Gede, que significa «preciosa» en la lengua de los oromos (uno de los pueblos que habitó la urbe), es un remanso de paz quebrada solo por el canto de las cigarras –“la música del bosque”, según Mukoka– y las travesuras de los monos que salen al paso de los visitantes. Espíritus al acecho La tribu mijikenda, que vive actualmente en las inmediaciones, venera desde antaño las ruinas, que considera sagradas y custodiadas por “Los Ancianos”, espíritus al acecho de intrusos que osen profanar el lugar. Sin embargo, Gede pasó inadvertida durante siglos hasta la llegada de los colonizadores británicos. En 1884, el explorador John Kirk redescubrió la urbe, aunque las excavaciones empezaron en 1948 supervisadas por James Kirkman, pionero de la arqueología suajili Kirkmam topó con un entorno casi sobrenatural. «Cuando comencé a trabajar en Gede –dijo–, tenía la sensación de que algo o alguien estaba mirando detrás de las murallas, ni hostil ni amistoso, pero esperando a lo que sabía que iba a suceder». A la sombra de baobabs, higueras y tamarindos, esos trabajos sacaron a la luz una sofisticada urbe edificada con piedra coralina sobre calles trazadas dentro de dos murallas concéntricas: la interna protegía a la élite y la externa todo el recinto. «Este es el gran palacio, que se dividía en dos zonas: una residencia privada y un área de actividades públicas. Al rey le llamaban sultán», señala Mukoka ante los escalones de la imponente puerta principal, aún en pie, con arco de exquisita labor. Asombran también los restos de ocho mezquitas, entre ellas la llamada “gran mezquita”, donde se conservan el minbar (púlpito) y la quibla orientada a la Meca, que «funcionaba como un altavoz y producía un eco», aclara el guía, quien de repente grita «¡Allahu akbar” (Alá es el más grande)! para recrear ese efecto acústico. El yacimiento presenta asimismo ruinas de casas con baños e inodoros, pilares funerarios ornamentados y hasta un sistema de alcantarillado, obras que desmontan el (erróneo) estereotipo de que África carecía de desarrollo antes de la invasión colonial europea. «Los visitantes dicen que (el emplazamiento) se parece a Machu Picchu», comenta a Efe el Mukoka, en alusión al famoso santuario del imperio inca en Perú. Al igual que Machu Picchu, Gede encierra muchos enigmas, como la causa de su abandono, que pudo deberse, según diversas teorías, a una falta de agua (nada menos que 28 pozos se han hallado en la urbe), un conflicto armado o una devastadora enfermedad. Unas tijeras españolas Para descifrar esa incógnita, el paleontólogo keniano-estadounidense Chapurukha Kusimba, de la Universidad de South Florida (EEUU), hace excavaciones con ayuda de National Geographic para responder a una pregunta: «¿Qué ocurrió realmente?». «Una de las cosas que queremos averiguar es si la población de Gede fue víctima de la peste negra», la epidemia que causó estragos en el mundo en la Edad Media, explica el profesor Kusimba, quien ha descubierto en los pozos «literalmente miles de ratas negras», roedores a los que se culpó de la enfermedad. El paleontólogo se siente intrigado también porque la urbe no consta en documentos históricos, ni siquiera en los mapas de los portugueses, que arribaron a finales del siglo XV a Malindi (a 16 kilómetros de Gede) y «eran grandes cartógrafos y lo anotaban todo». De lo que nadie parece dudar es de que la ciudad fue un relevante y próspero centro de intercambio comercial en el océano Índico. No en vano, apunta Mukoka, los arqueólogos han desenterrado monedas de China, cuentas de Venecia (Italia), lámparas de hierro de India e incluso «unas tijeras españolas (de hierro) del siglo XVI» que pueden contemplarse en el pequeño museo anexo al yacimiento. «Esto –agrega– es una prueba de que (Gede) comerciaba con pueblos de distintos países. Los objetos hallados indican que la ciudad alcanzó su cenit entre los siglos XV y XVI», preámbulo de la decadencia que acabó sentenciando a muerte a la urbe. Pese a la importancia de las ruinas (monumento histórico y popular atracción turística) y la nominación del Gobierno de Kenia, Gede no ha logrado todavía ingresar en la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco, aunque el profesor Kusimba cree que «merece estar ahí».