GAIAK
Fotografía: Ainara Rueda

Travesía a bordo del ‘Juanita Larando’


Coincidiendo con el quinto centenario de la primera vuelta al mundo completada por Juan Sebastián Elkano, el patache construido por Albaola recorre este verano la costa de Euskal Herria con el objetivo de poner en valor el patrimonio marítimo vasco.  

El día amanece espléndido en Deba. La cita es a las 8.45 en el pequeño embarcadero que hay en el río, cerca de la estación de Euskotren. La idea es recorrer el trayecto hasta Zumaia a bordo del ‘Juanita Larando’, un patache construido de manera artesana en los astilleros de Albaola, en Pasaia, y que desde el pasado mayo recorre la costa vasca por etapas para poner el valor el patrimonio marítimo en unos tiempos en los que «hemos dado la espalda a la mar», un territorio de gran importancia a lo largo de nuestra historia.

Prueba de ello es el protagonismo de personajes naturales de Euskal Herria en la primera vuelta al mundo, cuyo quinto centenario se cumplirá este próximo septiembre. Por eso esta iniciativa se ha bautizado como ‘Elkano Itsas Herria’, fruto de la colaboración a tres bandas entre Elkano Fundazioa, Albaola y el Museo Marítimo de Donostia.

Cuando llegamos, la tripulación ya está colocando los remos. Xabier Agote, presidente de Albaola y capitán de la nave, va dando las órdenes. Mikel, uno de sus lugartenientes habituales, no escatima con la grasa, que reparte generosamente en los estrobos para que la acción de bogar resulte mucho más fluida.  

El patache es una nave de dos mástiles que se usaba para comerciar por los puertos de la costa y en tareas de vigilancia, aunque también fue empleada por corsarios. De hecho, el ‘Juanita Larando’ debe su nombre a una tabernera donostiarra que poseía dos de estos barcos y cuya posada sirvió como refugio y punto de reunión de quienes se dedicaban a asaltar y robar otros barcos.  

Además del capitán, el pasaje de este pequeño viaje la componen dieciséis tripulantes que pondrán su esfuerzo al servicio de la causa, los dos polizones de 7K y ‘Xarpa’, un perro con vocación de lobo de mar. Una parte de los primeros son fijos, personas que colaboran habitualmente en las aventuras de Albaola. Otros son ‘fichajes’ reclutados en cada puerto, en algunos casos remeros y remeras de los clubes del entorno, como Zumaia, Orio o Mutriku.

Se han dado casos en los que las personas apuntadas a una etapa concreta habían entendido que se trataba de un paseo turístico y han aparecido en el muelle de salida vestidas de domingo e incluso con zapatos de tacón. «Posiblemente culpa nuestra, que no lo habíamos explicado bien», asume Agote. No hace falta ser un experto ni estar en una gran forma física, apuntan, pero sí conviene llevar ropa cómoda, agua, algo para picar y crema para el sol.  

Esto tiene poco que ver con la Telmo Deun –una trainera de competición ronda los 200 kilos y el patache pesa 17 toneladas y tiene 15 metros de largo (eslora) y 3,5 de ancho (manga)–, así que se dan unas instrucciones sobre cómo manejar el remo, de más de seis metros de longitud. ‘Boga estribor, zia babor…’, y el barco gira para poner proa hacia la desembocadura y decir adiós al pequeño grupo que ha venido a despedirnos. A base de paladas vamos llegando al final de espigón. La mar aparenta estar lisa como un plato, pero la cubierta comienza a bambolearse bajo los pies. Es la hora de descubrir el poder de la biodramina.

Con la playa de Deba a la vista se ordena recoger los remos e izar las velas. Primero el trinquete, que se alza sobre la proa, la punta delantera de la nave. Luego la mayor, en el centro. Desde cerca observa las maniobras Lara, a bordo de una zodiac y lista por si se produjera cualquier emergencia que requiriese una evacuación. Se nota la experiencia de parte de la tripulación a la hora de manejar drizas, obenques y escotas.

Pasa casi una hora y seguimos ante la playa de Deba. Mala señal. Calma chicha con algún golpe de viento que llega desde la dirección más insospechada. Incluso nos hace retroceder y obliga a arriar la mayor durante unos minutos. Durante la espera, Xabier Agote saca un cubo y explica que se puede utilizar si alguien tiene una necesidad fisiológica y no puede aguantar. Aquí no hay baños ni agua corriente, por lo que se da por hecho que en caso de apuro el resto de los tripulantes mirará fijamente hacia el horizonte y sin girarse durante los minutos que hagan falta.  

Sobre las 10.00 parece que el dios Eolo se apiada del patache. Empuja a unos tres nudos por hora unos 5,5 km/h–, suficiente para navegar hacia el este paralelos a la costa. Ahí se alza el monte Andutz, al que se sube desde Itziar por una empinada ladera. Y a sus pies la cala de Sakoneta, visita imprescindible con marea baja.

Es la hora de contar anécdotas de viajes pasados, de travesías sin más cartas de navegación que un mapa de carreteras, y también de verbalizar proyectos futuros, como construir una embarcación usando para su esqueleto huesos de ballena. Suena a reto.

Del pañol de proa surgen unos trozos de queso y unas botellas de sidra, regalo de un tripulante que completó una etapa anterior. Zierbena fue el punto de arranque para adentrarse en la ría hasta Bilbo y asomarse nuevamente al Cantábrico por Getxo. Y de ahí puertos de Bizkaia como Plentzia, Bermeo o Lekeitio, entre otros, antes de continuar durante el mes de julio por buena parte de Gipuzkoa e incluso tocar tierra en Lapurdi.

Para este próximo setiembre queda Getaria, el día 6, coincidiendo con el quinto aniversario de la vuelta al mundo, luego Donostia en Euskal Jaiak y el remate final en la bahía de Donibane Lohizune y Ziburu.

El flysch desfila ante los ojos. En lo alto la ermita de San Telmo, y a su izquierda la playa de Itzurun, en la que hace no mucho desembarcaron Daenerys Targaryen, Jon Snow y compañía. A falta de dragones, ‘Xarpa’ demuestra que es el más rápido arrebatando trozos de queso de las manos descuidadas. Ya se sabe, oveja que bala… Mientras, un barco con turistas se acerca para sacar fotos a nuestra pintoresca nave.

Finalmente, el viento se ha portado generosamente, y el ‘Juanita Larando’ llega antes de lo previsto a la desembocadura del Urola. Falta más de una hora para el recibimiento oficial, así que es el momento de plegar velas y arrojar el ancla ante las miradas de quienes disfrutan del día en la playa de Santiago.

Mientras, en tierra firme, en el punto en el que el Narrondo vierte sus aguas en el Urola, se va montando la exposición itinerante que se instala en cada localidad y que en sus paneles cuenta por un lado la travesía de Elkano y por otro una breve historia de cada puerto en el que ha recalado esta iniciativa.

A bordo del patache caen los minutos, hasta que llega la hora de levar el ancla y volver a sacar los remos. Alrededor revolotea media docena de bateles de Beduola Elkartea, una asociación de Zumaia creada en 2004 para conservar el patrimonio naval de una localidad que conocida desde hace cinco siglos por sus astilleros. En tan buena compañía se remonta un tramo del río, hasta el lugar de desembarco.

Aguardan varias decenas de personas, locales y turistas picados por la curiosidad al ver llegar una embarcación tan llamativa. Entre ellos se encuentra el zarauztarra Andoni Egaña, que entona algunos bertsos de bienvenida, y el alcalde Iñaki Ostolaza, que pronuncia unas palabras. La singladura toca a su fin, pero antes de despedirse Iñaki Goikoetxea, de Elkano Fundazioa, echa las redes entre el público. «Estaremos aquí unos días con la exposición, pero luego necesitaremos remeros para ir hasta Orio», deja caer. Mejor sin tacones, claro.