2023 MAR. 17 - 20:50h Jugarse la vida para adelgazar: botulismo y más riesgos del turismo sanitario Las listas de espera eternas o los altos precios de los tratamientos empujan a los pacientes a tomar otras vías que pueden poner en riesgo sus vidas. Desde toxina botulínica mal inyectada o en cantidades indebidas, a operaciones mayores sin los controles adecuados, todo por adelgazar. La desesperación de los pacientes les hace recurrir a medidas extremas para adelgazar. (GETTY IMAGES) Adaya González (Efe) Precios mucho más baratos, listas de espera en cirugía bariátrica interminables y la desesperación por encontrar un milagro a bajo coste están empujando a las personas con obesidad a buscar una solución en Turquía, aun corriendo graves riesgos para su salud. El botulismo ha sido el último en saltar, pero no es el único. Hasta hoy, el Centro Europeo para el Control de Enfermedades (ECDC) ha informado de un total de 67 casos –12 en Alemania, 1 en Austria y Suiza y 53 en Turquía– de botulismo iatrogénico (el que aparece tras la administración de la toxina con fines terapéuticos o cosméticos) en pacientes que se han tratado en este país para adelgazar entre el 22 de febrero y el 1 de marzo. Los expertos avisan de que las unidades de obesidad españolas se están llenando de pacientes con complicaciones derivadas de intervenciones bariátricas realizadas en Turquía, algunas con resultado mortal, como la menor sevillana de 17 años que falleció hace justo un año durante la operación. Un tratamiento experimental En el Estado español se comercializan tres tipos de toxina botulínica tipo A (bótox); más allá de su uso estético, en especial para las arrugas de la cara, se administra para tratar migrañas o distonías musculares, por ejemplo, y siempre en centros hospitalarios, aunque está contraindicada para pacientes con enfermedades neurodegenerativas como la miastenia. Aplicada a la obesidad, «solo se ha utilizado en estudios de investigación, adecuadamente controlados y aprobados por los comités éticos correspondientes» y usando técnicas y cantidades adecuadas, sin que se hayan reportado efectos adversos significativos, explica Sergio Valdés, del Área de Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (ObesitySEEN). De ahí que, de momento, «deba considerarse un tratamiento experimental». A diferencia de sus otros usos, en obesidad requiere de un procedimiento endoscópico que debe realizar un especialista en medicina digestiva: con esta técnica, se inyecta la toxina en varias zonas del estómago, induciendo así su parálisis para retrasar su vaciamiento, con lo que la sensación de saciedad dura más tiempo, lo que puede implicar una potencial reducción en la ingesta y pérdida de peso. Pero su eficacia no está contrastada con estudios que hayan arrojado resultados concluyentes, por lo que «no se debe administrar a ningún paciente fuera del marco de un estudio de investigación», sentencia el experto. Turquía copa el mercado negro Todavía no se ha esclarecido si estos 67 casos son consecuencia de una mala aplicación de la técnica, un exceso de unidades de toxina inyectada o el producto en sí. «En nuestro sector, Turquía es famosa porque vienen muchos lotes de toxina de allí que no está autorizada aquí, pero entra por el mercado negro porque es muchísimo más barata», indica Petra Vega, médico estético de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME). Lo más habitual en su campo es usar 50 unidades, máximo 100, dependiendo de la zona y el género del paciente; para la obesidad, lo más estandarizado han sido inyecciones de 200, cantidad que se puede superar en neurología para la espasticidad, pero en estas cantidades es «extremadamente difícil» desarrollar botulismo y, de hecho, no se han descrito casos. De cualquier modo, sus efectos son temporales, de no más de seis meses, otro de los factores que condicionan su validación: «¿hasta qué punto, habiendo otros tratamientos mucho más eficaces como los fármacos que ya hay disponibles, compensa hacerse una endoscopia, que exige sedación, cada seis meses?», se pregunta Vega. Mientras se aclara qué ha llevado a esta situación, que el ECDC prevé que empeore con más casos, los expertos piden estar muy atentos a los síntomas, que pueden derivar de leves a mortales si no se tratan a tiempo. «Diagnosticar botulismo es todo un desafío», afirma Andrea Ciudin, coordinadora de la Unidad de Tratamiento Integral de la Obesidad del Hospital Vall D'Hebron; sus síntomas son variados e inespecíficos por lo que, ante su aparición, el paciente debe informar enseguida que se ha sometido a uno de estos tratamientos. Problemas para respirar o tragar y debilidad son algunos de ellos: «la toxina paraliza los músculos más cercanos al estómago, como los de la garganta; si se ha puesto más cantidad de la debida o donde no tocaba, provoca la parálisis de toda la musculatura, incluida la implicada para respirar, el diafragma y los músculos intercostales». Que es lo que ha pasado con varios de estos pacientes que han acabado en la UCI. Los otros riesgos La circunstancia agravante es que este problema no se reduce a este tratamiento, señala esta experta en cirugía bariátrica, sino que van a Turquía a someterse a estas operaciones mayores. Intolerancias a la comida o al agua porque les hacen suturas muy estrechas, malnutriciones severas porque no han seguido la suplementación de vitaminas y minerales que estos pacientes necesitan de por vida ni tampoco han tenido el seguimiento de un equipo multidisciplinar, o sangrados provocados por los puntos de la cirugía, que les saltan incluso en el avión en el que se montan apenas unas horas después de operarse, son los más comunes. «Tenemos un 30% de población adulta obesa y la que necesita cirugía puede llegar al 10%, pero las listas de espera son eternas», censura Ciudin; de hecho, la cirugía bariátrica es la que más días de retraso acumula, más de 400. Dentro de las que necesitan cirugía, no todas cumplen los criterios para operarse en la pública, donde el cuestionado Índice de Masa Corporal (IMC) sigue siendo el principal requisito. Quedan descartados los casos de trastornos de la conducta alimentaria. Con lo que estas personas recurren a Turquía por «pura desesperación». «No encuentran soluciones ni aquí ni en ningún lugar del mundo a su enfermedad, porque la obesidad es una enfermedad para la que el único tratamiento que se da es mandarles a caminar y que coman menos». Operarse en Turquía cuesta prácticamente tres veces menos que en el Estado español, con cifras que a veces no superan ni los 3.000 euros. «Creo que los seres humanos buscamos el milagro y, además, que sea barato», añade Vega; la doctora precisa que los riesgos de estos viajes no son exclusivos de las personas con obesidad, «a nosotros nos han llegado hombres con VIH tras hacerse injertos de pelo», comenta, pero en su caso «lo pasan muy mal» al ver cómo fracasan en sus innumerables intentos por adelgazar con dieta. Las sociedades científicas desaconsejan encarecidamente este turismo sanitario y emplazan a las autoridades a actuar: «estas personas tienen que valorar si su salud tiene que estar de rebaja. Aquí los médicos nos quejamos de todas las normas que ponen, pero al final es por la seguridad del paciente. Y eso tiene un precio, porque es la salud lo que nos estamos jugando», remata Vega.