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Frank Delgado
Trovador

«No quiero despegarme jamás de la etiqueta de ‘trovador’»

Exponente de la denominada segunda generación de la nueva trova cubana, el cantautor Frank Delgado se encuentra inmerso en una ambiciosa gira que pasará por diversos puntos de Euskal Herria y la península, y que culminará con el concierto que ofrecerá en el Kafe Antzokia bilbaino el 31 de octubre.

Frank Delgado. (NAIZ)

Para comenzar, háblenos de su relación con Euskal Herria, donde ya ha tocado unas cuantas veces.

De toda la vida, allí en Cuba, conocí refugiados vascos en la isla y, entre otras cosas, aprendí que no podía decirles que eran españoles (risas). Cuando tenía unos 20 años, empecé a conocer el nacionalismo vasco porque había tenido relación con mucha gente de Euskadi. Así que, aunque todavía no había venido nunca, para mí no era una tierra desconocida, sabía que había un país que se llamaba Euskal Herria, conocía el nombre de todas las provincias… todo eso lo sabía incluso antes de venir a tocar en Bilbo por primera vez hace 31 años con Silvio (Rodríguez). Después de aquella primera experiencia, estuve un tiempo en Galicia, y me reclamaban para tocar mucho por aquí; y aparte de las capitales, conocí un montón de pueblos: Hernani, Zumaia, Ermua, Lekeitio, Getxo, Arrasate, Soraluze…

La propuesta de hacer esta entrevista nos llegó, de manera indirecta, como recomendación de Joseba Sarrionandia. ¿Qué relación ha tenido con el escritor?

Para hablar de esto, tengo que empezar a hablar de La Bombilla Verde, un local de trovadores que hay en La Habana, regentado por un vasco, Guillen García, que es quien ha organizado esta gira. Es un lugar de referencia para los que les gusta la trova, un sitio por donde pasa mucha gente de Euskal Herria y Catalunya, pero también andaluces, canarios… Y por allí solía andar un tipo muy respetado, profesor universitario, que más tarde supimos que era ‘Sarri’, uno de los escritores más importantes en Euskal Herria, y nos fuimos enterando de la historia de cuando se escapó de la cárcel, metido en unos bafles… Era como una leyenda, un tío muy querido, que siempre estaba con la comunidad vasca en los recitales en La Bombilla, y coincidía mucho con él.

«Todos los cubanos tenemos títulos y formación superior, yo por ejemplo, soy ingeniero hidráulico, pero luego, ¿qué haces con eso?»

¿Cuáles son las diferencias entre cómo se vive la cultura aquí y cómo se vive en Cuba?

En Cuba la cultura es casi como una tabla de salvación, aquí hubo una gran política cultural que ha hecho que seamos los principales exportadores de músicos del mundo... como dicen en Argentina, ‘Tú calientas la pava y el otro se toma el mate’… pues eso es lo que hacemos en Cuba: formamos los mejores músicos de Latinoamérica y después se van a trabajar a otros países, algo que pasa también en otros campos, como la ciencia o el deporte. Somos los principales exportadores, pero no sabemos qué hacer con tanto talento. Todos los cubanos tenemos títulos y formación superior, yo por ejemplo, soy ingeniero hidráulico, pero luego, ¿qué haces con eso? Parte de la culpa de esta situación la tiene la política de Estados Unidos, pero parte también la tenemos nosotros, que no hemos sido lo suficientemente creativos para que la gente se quede. Lo bueno que pasa en Cuba es que, cuando se va uno, ya tienes detrás otros 25 igual de buenos y con una formación del carajo. Es una pena que se marchen, pero es que hay que ser muy ‘comemierda’ para no hacerlo, siendo una eminencia en campos muy concretos y sabiendo que van a vivir mucho más holgados.

Centrándonos ya en su carrera, usted sale en un momento en que ya están ahí músicos como Pablo Milanés o Silvio Rodríguez. ¿Fueron su primera inspiración?

De siempre noté que me gustaban los cantautores, esa figura quijotesca con guitarra… recuerdo de muy joven ir a ver a Silvio, Pablo, Serrat, Viglietti… esa figura seria, circunspecta, intelectualmente formada, me atraía, no me gustaban tanto los músicos populares, que me parecían que hacían algo impostado. A mí me gustó siempre la música de trovadores, que me parecen gente muy normal, y he estado influenciado por la música de los grandes cantautores como Quico Pi de la Serra, Labordeta, Aute, María del Mar Bonet... A los cubanos les gusta más la música popular y el baile, y para ellos la trova es la música de los intelectuales aburridos que no saben bailar… que, en gran parte, es lo que somos (risas).

Sin embargo, a veces parece que la trova tiene más público porque es fiel y excluyente, y al que le gusta la trova es difícil que le guste la música popular chabacana. De hecho, Silvio se hizo famoso en Cuba cuando se dieron cuenta de que era famoso en otros países.

Recuerdo con gran cariño ir a ver aquellos primeros conciertos y encontrarme con gente con una sensibilidad especial; Silvio, Pablo Milanés, Vicente Feliu, Noel Nicola, Sara González… a mí me maravillaba esa cosa de los tipos que se defendían con una guitarra, y además, tenían un gran universo intelectual, como por ejemplo, Cesar Portillo con una compleja formación ética y filosófica, y un gran dominio del idioma. Luego José Antonio Méndez era diferente, Teresita Fernández era sentarse a oír improvisar sobre los que pasaba en ese momento y contarte historias de vida… me influyó todo aquello porque los trovadores son comunicadores, nunca se han sentido músicos ni poetas.

¿Cree que el trovador, especialmente en Cuba, ha estado excesivamente marcado por la política de su país?

Hay gente que ve el término ‘trovador’ como algo antiguo y oficialista, cuando siempre ha sido todo lo contrario, ya que los trovadores siempre han sido gente muy consecuente, que defiende unas canciones que son totalmente personales e intransferibles, porque normalmente, es muy difícil que alguien las interprete como el autor. El trovador también es un ser muy individual y generalmente humildes, ya que para nosotros lo más importante en la música no es el dinero. 

Concierto de Frank Delgado (Guillen GARCÍA)

Otra cosa que es innegable, es que las y los cantautores y trovadoras son hijas e hijos de su tiempo, obligándose de alguna manera, a contar lo que sucede en el día a día, ¿verdad?

Sí, pero a contarlo como le dé la gana a cada uno, porque cada uno tenemos diferentes visiones de lo que está pasando. Hay gente que se intenta desmarcar del término ‘trovador’ porque, para muchos, todavía son los tipos que cantaban a la revolución, algo que podía ser cierto, sobre todo en la primera etapa, cuando hacían aquellas canciones épicas por encargo. Pero hay otra generación que nació después del 59 y no conocieron el capitalismo, fuimos gente con una conciencia crítica y empezamos a escribir sobre cosas que creíamos que no estaban bien hechas y que, en principio, hasta fuimos rechazados, no fuimos reconocidos de inmediato, por ser sospechosos de ser subversivos. Empezamos a cantar en los 70, la época en que empieza el turismo masivo y del nacimiento de la prostitución, algo que consideramos un flagelo de la revolución. Yo creo que hemos tenido importancia en dar visibilidad a cosas que no se podían decir.

«Despojar una canción de localismos para hacerla más entendible es un pecado, porque no hay nada más bonito que intentar descifrar cada código»

¿No tienen miedo a que, al darle tanta importancia a la letra de las canciones, se pierda el valor de la música? ¿Cree usted que ambos elementos son igual de importantes?

Como te decía antes, los trovadores no se creen músicos ni poetas, y yo muchas veces los veo como a triatletas, porque tocan un instrumento, cantan y son poetas… y, generalmente, nos somos buenos en ninguna de las tres cosas (risas). Bueno, sí que es cierto que hay campeones del triatlón, como Pedro Luis Ferrer, que escribe unas letras maravillosas, toca la guitarra casi como un guitarrista clásico y canta muy bien, y sin embargo, no fue tan popular como un Silvio, que no canta tan bien, pero es un muy buen guitarrista y un gran poeta, o Pablo Milanés, que no es tan buen guitarrista, ni un poeta tan intenso como Silvio, pero canta muy bien… casi todos tienen alguna parte floja. Todos estos elementos, además, los mezclan con la realidad, y yo he aprendido mucho de Daniel Viglietti o Facundo Cabral, que eran grandes comunicadores. No solo estabas oyendo una música que te gustaba, sino también un discurso con una lógica para llegar a la canción. Los trovadores tienen que hacer malabares para que un tema funcione y, en ese sentido, tienen algo de juglar.

En mi caso, creo que soy un buen armonizador musical, pero uno nunca sabe por qué una canción funciona y otras no. Lo bueno es que los trovadores no buscamos el éxito, sino la canción que llegue al público. Por eso, lo que yo hago son conciertos muy largos, en los que hago como monólogos con las canciones, es algo que he desarrollado en La Bombilla, y si me dejan hablar, no paro (risas). La historia, según cómo la cuentes, puede ser una maravilla o un bodrio, y lo bueno es que, cada vez veo más gente joven en mis conciertos, interesada por lo que cuento. Lo que tengo claro es que yo no quiero despegarme jamás de la etiqueta de ‘trovador’.

¿Requiere una atención especial este tipo de historias que cuentan los trovadores?

Si no la escuchas, la historia no tiene sentido, porque no es una música de fondo, y cuando te enfrentas a un público virgen, que escucha por primera vez la canción, hay que darle los elementos para que le guste; por otra parte, a mí me gusta la gente que no sacrifica el lenguaje local para tratar de ser más universal… despojar una canción de localismos para hacerla más entendible es un pecado, porque no hay nada más bonito que intentar descifrar cada código. Por ejemplo, en el tango ‘Cambalache’, ¿qué coño es el ‘cambalache’? ¿o un ‘calefón’? Pues yo, desde que la escuché por primera vez, estuve intentando saber qué querían decir esas palabras. Por eso creo que disfruté mucho más tiempo de esa canción que el que la entendió a la primera. Todavía ningún dominicano me ha sabido explicar que significa la palabra ‘pitisalé’ en ‘Ojalá que llueva café’… uno me dice que es un condimento, otro un  pájaro… pues para mí, esta canción está incompleta, y se lo tendré que acabar preguntando al mismísimo Juan Luis Guerra para poder cerrarla de una vez (risas).