2024 URT. 12 - 05:00h Elkarrizketa Pedro Miguel Etxenike Presidente del Donostia International Physics Center (DIPC) «El conocimiento tiene que ir de la mano de una sabiduría en su uso» Nacido en Izaba (Nafarroa) en 1950, este roncalés de Donostia o donostiarra de Erronkari, catedrático emérito de Física de la Materia Condensada de la UPV-EHU y presidente de honor de Jakiunde, siempre se ha destacado en su afán de construir una sociedad vasca científicamente informada. Pedro Miguel Etxenike, más allá de ‘Oppenheimer’. (Jon Urbe | Foku) Mikel Zubimendi DONOSTIA Etxenike recibe a GARA mientras ultima su conferencia sobre el físico J. Robert Oppenheimer, que abrirá el ciclo de Cine y Ciencia 2024 organizado por la Filmoteca Vasca y el DIPC. Basándose en la película del mismo nombre dirigida por Christopher Nolan, que acaba de consagrarse en los Globos de Oro, indaga en la vida y obra del científico jefe del Proyecto Manhattan y creador de la bomba atómica, en una época de grandes descubrimientos para la física, marcada por la II Guerra Mundial. Oppenheimer fue una persona compleja y fascinante, intelectualmente curiosa, cautivada por la mecánica cuántica. Y también un ser atormentado por demonios, por las luchas entre la conciencia y el deber, con dilemas éticos que marcaron su vida. El físico de Izaba, que apuesta por crear una atmósfera de creatividad donde las ideas científicas puedan brotar, no sujeta a lo útil o a la rentabilidad inmediata, donde la ciencia trabaje en el largo plazo, sin discontinuidad y de manera colectiva, aborda estas cuestiones, y muchas más. No es común ver a los científicos en la pantalla grande, poner el énfasis en uno de los eventos científicos claves que, para bien o para mal, dio forma a este mundo. ¿Con qué ojos ve un físico la película? Con curiosidad. Este tema me ha interesado de siempre. Ya había leído “The Making of the Atomic Bomb”, un libro espléndido, y la biografía de Oppenheimer de Abraham Pais. Luego está la biografía actual “American Prometeus”, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, que tiene un título bien elegido, porque Prometeo robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos y es castigado por ello, encadenado a una roca y torturado para toda la eternidad, y Oppenheimer roba el fuego nuclear. Esa biografía es exhaustiva y detallada; el director se basó en ella para escribir el guión, para describir no solo la bomba sino una figura emblemática del siglo XX. Se ve muy bien cómo un chico superdotado evoluciona hasta ser un intelectual, en una era en la que se están poniendo los fundamentos de los dos pilares que vertebran la física moderna, que son la relatividad einsteniana y la mecánica cuántica. Oppenheimer pasa de ser un estudiante rarillo con toques psicópatas a ser un gran creador de escuela. Luego es denostado y humillado en una especie de juicio, en el que se le priva de las garantías de acceso a la información confidencial, para ser luego un estadista que se preocupa de temas generales y las actitudes éticas. Y con fragmentos de ciencia en el guión, con imágenes que explican fisión, fusión, o la paradoja de la luz que puede ser partícula y onda. Hay dos formas de conseguir energía nuclear: fisión y fusión. La fisión consiste en romper el núcleo. El átomo consiste en núcleo y electrones; en el núcleo hay protones y neutrones, pero los protones son cargados positivamente. El núcleo es 10.000 veces más pequeño que el tamaño de un átomo, que es pequeñísimo. Una manzana es a la Tierra como un átomo es a la manzana, en un centímetro cabrían 100 millones de átomos, y el núcleo todavía es 10.000 veces más pequeño. Entonces, si confinas unas cargas positivas en un núcleo explotaría si solo hubiese la forma electrostática, porque hemos aprendido en la escuela que dos cargas positivas se repelen con una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Si la distancia es cero, la repulsión es infinita. Pero hay otra fuerza que mantiene unido el núcleo, que es la interacción fuerte, y ese equilibrio entre la fuerte y la electrostática es la que produce la estabilidad del átomo. Pero a veces se puede romper ese equilibrio, y entonces la repulsión electrostática le gana a la fuerte y se rompe el átomo: eso es fisión. La fusión es al revés, es unir dos cargas, pero como tenemos que unirlas a una distancia tan pequeña, la repulsión a esa unión es infinita, con lo que hay que darle energía casi infinita para lograr que se acerquen. Para la fisión, cuando más grande el átomo, mejor; para la fusión, cuando más pequeño, mejor. Para hacerse una idea, la fisión controlada son las centrales nucleares; la fisión incontrolada es la bomba atómica; la fusión incontrolada es la bomba termonuclear, la de hidrógeno, la más grande que se ha probado es unas 3.000 veces mayor que la de Hiroshima; y la fusión controlada no se ha logrado más que en instancias muy pequeñas de tiempo y prácticamente proporcionando una energía equivalente a la que se utiliza. Si se lograse, al no tener el problema de residuos, sería la gran solución energética del mundo. Se muestra al científico en toda la complejidad del ser. Brillante, apasionado, habitado por demonios, en conflicto entre el deber hacia su país y su propia conciencia. La ciencia se basa en la curiosidad. La película muestra en toda su crueldad cómo la ciencia, además, de prosecución de la verdad, tiene una componente técnica y una influencia en la sociedad, ya lo decía Bertrand Russell, a la que no pueden aspirar otras ramas del humanismo. Pero la ciencia también es parte esencial del humanismo moderno y Oppenheimer es un ejemplar típico de esa tradición. En las conclusiones posteriores al pecado que algunos creen que cometieron con la bomba, piensan que solo una conjunción de la ciencia dura y las humanidades podrán aclararnos en la ética para que el conocimiento vaya acompañado de una sabiduría en su uso. «‘Oppenheimer’ muestra en toda su crueldad cómo la ciencia tiene una influencia en la sociedad» ¿Oppenheimer era una persona atrapada en dos mundos? Nace en 1904. Si miras el siglo XX, la física cuántica empieza con Max Planck en el año 1900 y luego con Albert Einstein en 1905, cuando postula la naturaleza corpuscular y no solo ondulatoria de la luz, pero se desarrolla fundamentalmente en los años 1920-27 en los sitios donde Oppenheimer aprende y donde nueve o diez genios desarrollan la mecánica cuántica. Estudió con uno de ellos, en Gotinga. Ahí muestra su profunda brillantez y también su arrogancia. Estudió física cuántica, que todavía lleva a entender no solo lo que pasa en las estrellas, el origen de cómo empezó todo, sino también la microelectrónica moderna, el láser que ha cambiado el mundo y la economía. El 30% de la economía actual se considera que está ligada a la física cuántica. Oppenheimer fue brillante, estudió con los mejores, y trabajó en todos esos campos. Hace contribuciones muy importantes en estrellas de neutrones, los agujeros negros. Y luego en lo que trabajamos nosotros, la física de estado sólido, lo que se llama la Aproximación de Born-Oppenheimer, o el efecto túnel, famoso en la nanotecnología. Sus demonios y sus dilemas eran brutales. Como los de todos. Los científicos son humanos, tienen sus pasiones, ideas e ideologías. Se ve muy claro en la bomba atómica, cuando los norteamericanos e ingleses consideran que la Alemania nazi puede tenerla, muchos de los reparos morales se dejan de lado. No está claro cuál era el nivel de desarrollo del proyecto alemán, es una de las grandes ausentes de la película. «La curiosidad es un impulso incontrolable: una vez algo puede ser logrado, es muy difícil pararlo» La curiosidad, esa pasión, es un impulso incontrolable; una vez que creen que algo puede ser logrado es muy difícil pararlo. ‘Vamos a hacerlo y después discutiremos’, es la respuesta de Oppenheimer. Es muy curioso también que prácticamente nadie abandonó el Proyecto Manhattan. Solo lo hizo Rotblat, que luego fue Nobel de la Paz e impulsó el Manifiesto del Pugwash, en el que propugnó como un juramento hipocrático a los científicos no trabajar en algo que llegue a dañar explícitamente a las personas y a considerar las implicaciones éticas potenciales de su trabajo. Se dice que hay ciencia básica, guiada por la curiosidad, y ciencia aplicada, impulsada por las necesidades del mundo real, en este caso militares. Alguien dijo, con brillantez, que solo hay ciencia aplicada y ciencia que todavía no ha sido aplicada y se le llama básica. Es verdad, el Proyecto Manhattan ilustra cómo una vez se entiende bien lo básico de los problemas, con dinero y un enfoque tecnológico-militar, se llega a cualquier solución. Y siempre se llega en formas muy inesperadas, sin que las podamos anticipar. En el caso de la fisión nuclear, el propio Rutherford dijo que cualquiera que piense que podemos sacar energía está en la luna; Einstein no lo vio, y luego el Proyecto Manhattan cambia la perspectiva. El láser durante años fue llamado una solución a la búsqueda de un problema y pasado mañana me operarán de un ojo con un láser. ¿Quién iba a pensar que iba a ser clave en cirugías? La película termina con un diálogo entre Oppenheimer y Einstein. Este dijo que «Dios no juega a los dados con el Universo», lo que implica la existencia de un principio que ordena (Dios) y que sus acciones no son fruto del azar. ¿Pero el mundo cuántico no va de eso, de jugar a los dados y de probabilidades? Einstein se opone toda su vida a la interpretación estándar de la mecánica cuántica, no a los resultados. La interpretación de que no podemos conocer la realidad sino solo información sobre la realidad, la ecuación de Schrödinger o las de Dirac nos dan una información sobre la probabilidad, o las potencialidades, toda esa interpretación la rechaza diciendo que ‘Dios no juega a los dados’. Sin embargo, ahora con el láser uno puede validar experimentalmente los postulados de la mecánica cuántica, lo que se llama desigualdades de Bell. Y han confirmado que Dios juega con los dados y que, como decía Stephen Hawking, a veces los echa donde no podamos verlos. No tenían la certeza matemática o teórica de que no se quemara la atmósfera y se terminara con la vida en la Tierra. Y a pesar de todo, tiraron para adelante. Bueno, si se calculase cuál es la probabilidad de que alguien que salta desde una ventana vaya para arriba, igual tampoco es cero, igual salía cero doscientos ceros y luego un uno, ¿no? Había cálculos muy serios, y uno de los grandes físicos de todos los tiempos, que aparece en la película, Hans Bethe, apuesta a que no, e incidentalmente apuesta diez dólares a que en Trinity funcionaría la bomba. Es verdad, se muestra que los científicos si tienen algo que se puede hacer, tiran para adelante. La ciencia no proporciona verdades absolutas. Nos acerca asintóticamente a la verdad, a la verdad científica que creemos existe. Es el ‘encantamiento jónico’ de los griegos. ¿Las decisiones con potencial cataclísmico deben dejarse en manos de individuos con agenda propia? No. Lo que nos enseña el siglo XX es que la ciencia, globalmente, ha tenido un efecto inmensamente beneficioso para la sociedad. Ha reducido nuestra dependencia con el medio natural, ha limitado nuestro dolor, ha permitido que la gente viva. El proceso de Haber, que es la fijación del amoniaco a través del nitrógeno y el hidrógeno, y que, luego, con su oxidación produce los fertilizantes, permite que vivan 4.000 millones de personas. El mismo Haber, y tiene mucho que ver con la película, investigó con gases tóxicos para matar, he ahí la dualidad de la ciencia. Y su familia fue gaseada por los nazis con lo que él inventó. «Haber investigó con gases tóxicos para matar, y su familia fue gaseada por los nazis con lo que él inventó» Pero la ciencia ha ejercido una misión humanizadora de la sociedad. En 1800, el 90% de la humanidad vivía en pobreza extrema; en 1980, había 1.900 millones sobre una población de 4.500 millones, practicamente un 40%. Hoy, ‘solo’ 600-700 millones sobre una población de 8.000 millones. Ya es demasiado, porque hay medios para que no la haya. A pesar de ser la gran fiesta, el gran triunfo de la humanidad, no debe ser un reino autónomo al que todo le está permitido en función de sus logros. Los físicos tienen fama de ser quisquillosos con los hechos y los detalles. ¿Le ha encontrado algún pero a la película? Que Lyse Meitner no aparezca citada me parece extraño. Fue ella quien dio la explicación de que se puede romper el núcleo del uranio-235. Meitner es la gran ausente del firmamento Nobel; la otra es Jocelyn Bell, que ha estado en Donostia por los púlsares. Las armas nucleares es el peor efecto que ha traído la ciencia. Llegó a haber 57.000 en el mundo, ahora hay 16.000, el miedo de que se iba a una carrera armamentística, ocurrió. También es verdad que quienes se oponían a la bomba termonuclear, la de hidrógeno, como Oppenheimer, Fermi… no tuvieron unanimidad porque científicos como Teller, Lawrence o Luis Álvarez decían que si los rusos la estaban construyendo sería inmoral privar al pueblo americano de esa potencialidad. En el fondo, ahí está el miedo al otro, por eso la internacionalización de la información y decisión es la gran solución y, de paso, la única garantía de que no se usen armas nucleares. Dice que la física cuántica es la gran revolución conceptual y cultural del siglo XX. ¿Pero toda la complejidad del mundo está en la física cuántica? Si tuviera que resumir todo lo aprendido a lo largo del siglo XX y principios del XXI, diría que son dos cosas. La primera, los constituyentes últimos de la materia son pocos y obedecen a leyes de gran simetría. Si quieres, electrones, neutrinos y quarks; o si quieres, átomos. Y luego hay otro punto: el mundo de las cosas surgido de estas interacciones es infinito, tanto lo animado como lo inanimado. La complejidad del mundo no puede explicarse solamente con las interacciones de los componentes últimos como si fuese un ordenador infinito o un corolario de las leyes. Aparecen propiedades emergentes, nuevas. ¿La cuántica lo explica todo? Pues no. Porque la complejidad del mundo exige conceptos nuevos, no puede explicar el amor, la belleza de un atardecer no se puede reducir a longitudes de onda o una sinfonía a curvas de presión. Dicho en dos palabras, átomo y gen han sido los dos pies con las que ha caminado la ciencia en el siglo XX. La relatividad y la ciencia cuántica son los pilares, pero hay tres palabras que definirían el siglo pasado: átomo, gen y bit. Átomo en el sentido que hemos entendido la materia a través de la física cuántica, el átomo no sería estable sin ella, el electrón colapsaría el núcleo; el gen, la vida, la física cuántica es quien lleva el enlace químico de la doble hélice del ADN, que ha permitido comprobar que todos y todas compartimos origen y código; y el bit, que es la complejidad de los ordenadores, de la inteligencia artificial, etc... ¿Y con qué pies andará el futuro? El futuro ya no es lo que era, como decía Groucho Marx. Sería un error intentar adivinar ahora cuáles serían lo equivalente a la física cuántica, al ADN, o al átomo. Mucho mejor es formar bien a nuestra gente con la flexibilidad necesaria para poder hacer los descubrimientos del futuro cuando llegue que intentar anticipar, como si fuésemos el Espíritu Santo, cuáles van a ser. Y ahí seguirá, infalible, la «Ley de la conservación de la ignorancia». Eso es. La ciencia crece de forma exponencial. Es como ese foco que ponen para los payasos. Si el círculo de luz en un circo es pequeño, el circulo de oscuridad que lo rodea también. Pero a medida que aumentas el conocimiento, aumentas aún más la ignorancia, porque descubres, transformas la ignorancia inconsciente en un ignorancia consciente, te das cuenta de cosas que no conocías. Esa es la ley, casi más que de la conservación, del aumento de la ignorancia. La única certeza que nos depara el futuro es que superará todas nuestras expectativas. Como ha pasado con la física cuántica, como pasó con el láser, como va a pasar con la segunda revolución cuántica que viene, que afortunadamente Euskadi está envuelta con el Programa Ikur. Los descubrimientos van a ser superiores a lo que podemos predecir y la clave será que nuestro conocimiento no aumente a mayor velocidad que la sabiduría en su uso.