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UN VIAJE INTERGENERACIONAL DEL PAPEL A LA PIEL

¡¿Pero quién se va a querer tatuar mis monigotes?!

El tatuador iruindarra Mikel Edorta López de Vicuña ha recopilado y llevado al papel −y a la piel de decenas de su clientes− los dibujos de su abuela, Josefina Altuna, una artista navarra autodidacta de arte outsider que lleva medio siglo dibujando en secreto y que ahora es descubierta para el gran público en el libro «Una ventana. La luna. Mis luceros» o en la exposición que le dedicó recientemente el Salón del Cómic de Nafarroa.

(Jose Delou)

Dibujando a los políticos me meo. Hace tiempo que no he pintado a ninguno. Siempre pinto a los asquerosos. A Trump también le pinté porque era tan malo... Me sale bien su peinado. Pero no me parece que mis dibujos tengan valor para nada. Pienso que la gente se va a reír», dice Josefina Altuna, la joven promesa de la ilustración navarra. Tiene 92 años. Lo dice Josefina y lo transcribe su nieto, Mikel Edorta López de Vicuña, en el libro que auto editó hace dos años y en el que recoge la obra y la historia de esta sorprendente artista outsider, nacida en 1932 a las faldas del monte Ezkaba, en Berriosuso, y vecina del pamplonés barrio de la Txantrea durante buena parte de su vida.

(Jose Delou)

VERGONZOSA Y DESENFADADA

Mikel Edorta nos recibe en Aizkora, su estudio de tatuaje en la Plaza de la Navarrería de Iruñea, de donde han salido decenas de personas con uno de los diseños de Josefina Altuna impresos en la piel, después de que Mikel los diera a conocer, primero en las redes sociales, y luego en su libro “Una ventana. La luna. Mis luceros”. Además, durante la última edición del Salón del Cómic de Nafarroa, celebrada el pasado mes de septiembre, una de las exposiciones estuvo dedicada a la obra de esta autora secreta, que durante cincuenta años ha pintado para sí misma, llenando sus libretas de coloridos dibujos, con un aire entre naif y gamberro. En ellos aparecen mujeres que fuman −«Cuando me salen con el morro feo les pongo un cigarro»−, chicas con cabeza de pollo −«Chicos no, porque no me salen»−, gente en pelotas −«Porque así venimos al mundo»−, y también pájaros con barba, animalitos defecando, lobos con jersey…

El Salón del Cómic programó también una charla sobre este original y fecundo imaginario de Josefina Altuna, charla en la que, como en este reportaje, fue su nieto Mikel quien actuó como portavoz: «Josefina es ya muy mayor, está bastante sorda, es muy vergonzosa...», explica, pero también añade que la visibilización de su trabajo le ha hecho mucha ilusión: «Ella vive todo esto con felicidad, con orgullo, y está encantada, a pesar de su timidez. A mucha gente le sorprende cuando digo que Josefina es vergonzosa, porque sus dibujos son muy desenfadados».

UN VIAJE EN EL TIEMPO

La historia de esa proyección pública de la obra de Josefina Altuna arranca hace cinco años, cuando a Mikel un redescubrimiento de los dibujos de su abuela lo transporta en una máquina del tiempo hasta su infancia: «Tengo un recuerdo de los sábados, que era cuando íbamos a casa de mi abuela, en la Txantrea, muy cerca de la nuestra, y después de comer nos pegábamos como cuatro o cinco horas pintando con ella. Luego, en la adolescencia, cuando empiezas a interesarte por otras cosas, yo dejo de ir a comer a su casa y todo eso queda un poco enterrado, aunque sí me sonaba que ella seguía dibujando, y también escribiendo poemas. Más tarde, a los diecinueve, yo empiezo a tatuar. Era todavía muy joven y al principio, en los primeros años, estás aprendiendo el oficio, dando bandazos. Pero allá por el año 2019, poco antes de la pandemia, ya con un bagaje como tatuador, en una visita a mi abuela veo otra vez sus dibujos y es cuando tengo ese viaje en el tiempo, me acuerdo de mis vivencias con Josefina y me doy cuenta de que esas imágenes podrían funcionar muy bien como tatoos. Se lo digo a ella y, aunque no recuerdo exactamente su respuesta, debió de ser algo así como: “¡¿Pero quién se va a querer tatuar mis monigotes?!”. Después puse los dibujos en las redes, e inmediatamente comencé a recibir mensajes de gente interesada, que querían reservar cita. Así es como comenzó la rueda».

(Jose Delou)

(Jose Delou)

ARTE OUTSIDER

Mikel recuerda también al primero de los clientes que llevó del papel a la piel una referencia de Josefina Altuna. Fue Ibai, un chico de Unzue a quien él ya había tatuado anteriormente, en aquella ocasión un dibujo de Henry Darger. «Era una especie de niño con alas de mariposa, cuernos de carnero. Es curioso, porque ahí ya me empezaron a resonar cosas de mi abuela. Luego ya he comprendido que el mundo artístico de ella tiene mucho que ver con eso que se denomina arte outsider o marginal».

Henry Darger es, en efecto, uno de los artistas más destacados del llamado arte outsider o marginal, aquel que surge fuera de la academia o la cultura oficial, por medio de artistas autodidactas o naif, colectivos marginales, racializados, etc. y en el que también tiene cabida el Art Brut, un término para describir el arte originado en instituciones psiquiátricas, carcelarias..., en definitiva, un arte que describe la obra de personas ajenas al mundo artístico, sin formación académica. «Me parece gente muy interesante», señala Mikel, quien sí estudió un grado superior en la Escuela de Artes, «porque no están contaminados, es algo muy puro, la gente cuando crece o entra en centros de enseñanza, aprende muchos conceptos, imágenes, y a veces es difícil recuperar esa esencia, esa naturalidad que tienen los artistas outsider, que son gente muy libre. Todo eso es lo que hace tan especiales, tan llenas de imaginación y de corazón esas obras de artistas como Darger o mi abuela».

EL TATOO DE HOFE

Si la primera de las personas en tatuarse un dibujo de Josefina Altuna fue Ibai −quien repitió después en cuatro o cinco ocasiones más, calcula Mikel−, uno de los últimos ha sido el artista y cantante Igotz Méndez, Hofe, autor de temas como “Joven lehendakari”, o “Vampireando”, incluidos en sus EP “Amodioa” y “Amorrua”, y a quien preguntamos qué fue lo que le llamó la atención de los dibujos de Josefina Altuna: «Yo tengo bastante cercanía con Mikel, somos colegas, y supe de la historia de Josefina a través de él y su hermana Izaskun. Me fui interesando mucho por el tema, más todavía cuando Mikel publicó el libro contando su historia. Vi también un vídeo, un reportaje en televisión en el que explicaban no solo esa historia, sino también el proceso de dibujo, cómo Mikel llevaba después eso al tatuaje. Me pareció muy guay ese gesto de Mikel de trasladar el arte de su abuela a la piel de mucha gente y hacer de esa manera que se conociera, por eso lo hice, porque me interesaba ese relato y quería contribuir a hacerlo más grande. Y, bueno, además de todo eso porque me gustan mucho los dibujos de Josefina, claro».

Mikel y Josefina revisando dibujos en la casa de la Txantrea. (Jose Delou)

Hay, como señala Hofe, un componente intergeneracional en esa transmisión entre abuela y nieto de un relato y unas imágenes que también han contribuido a que algunas personas decidan tatuarse los dibujos de Josefina: «El de Josefina seguro que no es un caso aislado, hay mucha gente que dibuja y no lo muestra. El otro día, por ejemplo, vino un chico con un diseño de un dibujo que había hecho su abuelo. Ha venido también gente que tenía vínculos muy fuertes con su abuela y esta historia les ha llenado el corazón. Ese factor también existe», explica Mikel.

Las creaciones de Josefina Altuna despiertan, en efecto, el interés entre aquellos que deciden tatuarse uno de sus diseños por diferentes motivos: «Hay clientes a los que les ha gustado algún dibujo concreto, otros se tatúan alguna de las mujeres que ella dibuja, porque ven en ellas una especie de fuerza implícita, a otros les ha hecho gracia un diseño porque descubren un estilo o un aire de cierta época… Yo, por ejemplo, cuando veo esos personajes que mi abuela dibuja de cuerpo entero me transportan un poco a los 80, me recuerdan el vestuario de las pelis de Almodóvar… Tiene un universo muy rico, con diseños fantásticos, otros más divertidos...».

EL DIBUJO COMO TERAPIA

Al respecto de esto último, una de las vertientes más llamativas de las creaciones de la artista navarra son sus dibujos más desenfadados, con un toque gamberro e incluso punk, que son una expresión de su carácter, aunque introvertido, alegre, o que funcionan como espita o mecanismo de compensación para esa timidez: «Sí, el sentido del humor que tiene, su felicidad, es algo que yo creo que le ha hecho estar viva hasta esa edad tan avanzada, ella es una persona a la que conoces y desde el minuto uno está echando carcajadas, sonriendo, y es algo que se refleja en su obra. Ella, de todos modos, se ha sentido en todo este proceso no diría contraria a enseñar sus dibujos, pero sí que le daba cierta vergüenza, porque cree que no valen nada. Es algo que comparte con todo este tipo de artistas que mencionábamos antes, que dibujan al final como un hobby, y no dan valor a lo que hacen. Aunque también es cierto que cuando empezó todo esto ella empezó a motivarse un poco, por ejemplo si yo tatuaba una cara de una chica y se lo decía, iba a la semana siguiente a su casa y había dibujado muchas caras de chicas, porque veía que interesaban a la gente… En el libro cuento que todo esto ha sido algo que le ha dado vida, un pequeño fueguito al que hemos ido echando leña, y que Josefina ha cogido como fuerza, de hecho ahí está con sus 92 años y sigue dibujando».

Ella nunca ha dado valor a un trabajo que, sin embargo, ha encontrado eco en lugares como Estados Unidos. (Jose Delou)

El arte, y la escritura, esas vocaciones tan arraigadas e intuitivas de Josefina Altuna, han tenido a lo largo de su vida cierto carácter terapéutico. En “Una ventana. La luna. Mis luceros”, el libro editado por Mikel, se recogen, por ejemplo, algunas de las cartas que ella escribió a su marido, cuando este falleció:

“Querido Santi: Han pasado dos años. Una eternidad. El pasado aporta la vida que pasamos juntos criando una familia maravillosa. Pero hace dos años que nos dejaste. Nunca te olvidaremos. Siempre, hasta en los sueños, te hablo y no me contestas. Te quiero, te quise, siempre en el corazón como árbol fecundo para el presente y para el futuro de esta tierra exigiendo justicia y libertad. Eso es lo que decía Santi, quien no se perdió una manifestación recogiendo el testigo de la lucha por la dignidad, porque al fin y al cabo esta es la historia nuestra del 36”.

(Jose Delou)

JOSEFINA Y LA FUGA DEL MONTE EZKABA

La trayectoria vital de Josefina, que contaba cuatro años cuando tuvo lugar el golpe militar, se recoge también en una de las tres partes en que está dividido “Una ventana. La luna. Mis luceros”. Josefina recuerda, por ejemplo, la histórica y multitudinaria fuga del Fuerte de San Cristóbal, en el monte Ezkaba, cuando todavía vivían a las faldas del mismo, en Berriosuso. Su casa era la primera al bajar del monte y a las puertas de la misma se juntaron diez o doce fugados. «El que mandaba en el pueblo, que trabajaba en Diputación y era más malo que el sebo, le dijo a mi madre: “Benita, no cures más, que nosotros los vamos a curar enseguida”. Los llevaron al cementerio y empezaron: pim, pom, pim, pom… Antes de eso, mi padre había escondido a uno en casa, entre la paja. Estuvo toda la noche sin dormir, mirando por la ventana. Cuando estaba aún oscuro, mi padre le dijo por dónde tenía que ir para escaparse y el hombre se marchó. Años después, cuando mi padre murió, se volvieron a encontrar. Vivía en Pamplona y tenía dos hijas».

(Jose Delou)

Rememora también Josefina cómo le arrebataron el euskara: «Me gustaba mucho, lo aprendí de pequeña, porque mis padres no hablaban otra cosa. Pero cuando vinimos a Pamplona dejé de hablarlo. No nos dejaban usarlo, estaba prohibido y en el colegio nos pegaban con la regla si lo hablabas». Tal vez por eso, Josefina recuerda también como uno de sus paraísos perdidos las temporadas que pasó con su tía en Ultzama, aquejada por una enfermedad provocada por las humedades que sufrió en su infancia en los pisos en los que vivió en Iruñea, en la calle Nueva o en la de la Merced.

(Jose Delou)

De aquella época tiene un gran recuerdo y una profunda añoranza, ligados a la vida en libertad y en comunión con la naturaleza y los animales. «En sus dibujos también refleja esa vida rural, en ellos salen pueblitos, animales, de hecho ella tiene todavía algo de paquete a la ciudad, a Pamplona, incluso a la Txantrea, donde se instaló más tarde, cuando se casó», señala Mikel, quien recogió todos estos recuerdos transcribiéndolos tras una larga y fluida conversación con Josefina que grabó sin que ella lo supiera. «Si lo hubiera sabido se habría puesto nerviosa, no habría sido lo mismo, la transcripción es una selección de sus propias palabras, con la naturalidad que ella habla, y también con ese punto poético que tienen alguna de sus frases».

(Jose Delou)

«UNA VENTANA. LA LUNA. MIS LUCEROS»

Esa pequeña biografía de Josefina Altuna conforma uno de los tres capítulos en que se divide “Una ventana. La luna. Mis luceros”, el titulado “La Luna”, en el que también se da cuenta del momento en que Josefina comenzó a dibujar, a una edad en realidad bastante avanzada, con cuarenta años, ayudando a su hija, la madre de Mikel, en una tarea escolar: «Yo nunca en mi vida había dibujado. Cogí un papel e hice un dibujo. Le dije: “Esto es muy fácil. Empiezas por el río, después la orilla del río, después las chozas, luego los negros, el misionero…”. Hice el dibujo con lápices de madera y… ¡ganó el premio del colegio! Pero era más feo… Eso es la pura verdad».

(Jose Delou)

En otro de los capítulos del libro, el primero de ellos, “Una ventana”, Mikel introduce a los lectores contando cómo ha sido el proceso de redescubrimiento de la obra de su abuela y cómo llevo esta a su salón de tatuaje, así como lo que ha supuesto para él toda esta experiencia. En el tercer capítulo, “Mis luceros” −una referencia al modo en que Josefina se refiere a sus nietos− se incluyen dibujos y poemas de Josefina, y en la parte final hay un apéndice con fotografías de tatuajes realizados a clientes, como muestra de agradecimiento a estos.

El libro fue autoeditado en 2022, con la ayuda de diferentes amigos del tatuador navarro, en una pequeña tirada que Mikel Edorta López de Vicuña no tiene intención de reimprimir, a pesar de que ya apenas le quedan ejemplares: «Era como un pequeño secreto, no quería que circulara demasiado», admite, aunque algunos de los ejemplares han llegado a otros países, como Estados Unidos: «La edición es trilingüe, en castellano, euskara e inglés. Lo del inglés me interesaba porque en Estados Unidos, que es con diferencia el lugar de fuera al que más libros he mandado, tienen mucha más cultura del tatoo que aquí, y también porque están más familiarizados con el arte outsider, han tenido más artistas de ese tipo…», dice.

(Jose Delou)

Una historia, en definitiva, la de Josefina, única y al mismo tiempo universal, que nos abre una ventana a la historia de una mujer que de un modo natural e intuitivo consigue encontrar en el arte uno de sus fundamentos y sus razones de ser: expresar un mundo interior, una trayectoria vital, un modo de estar en el mundo y transmitirla, en este caso, primero a los seres más cercanos y queridos y a través de estos, de su nieto y sus tatuajes, a otras personas. «El título del libro viene de ahí. A mi abuela le gusta dormir con la persiana subida porque de ese modo ve a través de la ventana la luna. Me parecía que era una buena metáfora, que a través de la ventana podías entrar al universo de Josefina», concluye Mikel.


(Jose Delou)

«Quiero que las palabras tengan vodka», La Pinturitas y otros ejemplos de arte outsider local

Los dibujos de Josefina Altuna, como señala su nieto, el tatuador Mikel Edorta López de Vicuña, pueden catalogarse dentro del llamado arte outsider o marginal, una corriente a la que dio nombre el historiador Robert Cardinal, ampliando el concepto de Art Brut que etiquetó el pintor francés Jean Dubuffet y con el que se refería al arte realizado por enfermos mentales (si bien antes psiquiatras como el portugués Miguel Bombarda o el alemán Hans Prinzhorn ya habían trabajado en ese campo). Cardinal amplía el espectro para referirse a todo tipo de artistas que carecen de formación académica. Uno de los exponentes más destacados del arte outsider es el estadounidense Henry Darger. Darger fue un anónimo trabajador de la limpieza a cuya muerte fueron encontrados en su cuarto, en Chicago, cientos de acuarelas y dibujos que constituían las ilustraciones de un manuscrito de más de catorce mil páginas, “La historia de los Vivians”, a la que dedicó toda una vida.

José Luis Zumeta ilustró en «Oi! Bihotz» los poemas de internos del hospital psiquiátrico de Arrasate, en otra manifestación de Art Brut. (Jon Hernaez | FOKU)

Batallas épicas, fugas imposibles, brutales torturas a niños esclavizados… La obra de Darger revela un don natural para el dibujo, que lo convirtió en uno de los artistas marginales más destacados. Pero no es el único. Entre nosotros también podemos apuntar varios ejemplos que podrían incluirse dentro de esta corriente. Por ejemplo, el artista usurbildarra José Luis Zumeta ilustró en su obra “Oi! Bihotz” 38 poemas de varios de los internos del hospital psiquiátrico de Arrasate, publicados en la revista “Globo Rojo” de dicho centro (en la que también participó activamente el poeta Leopolo María Panero). “”, escribe, por ejemplo, uno de los pacientes. Aunque si hay un ejemplo notorio y cercano de Art Brut es la obra de María Ángeles Fernández Cuesta, más conocida como La Pinturitas, una artista que a lo largo de varios años ha pintado las paredes de un antiguo restaurante abandonado en la carretera nacional que atraviesa el pueblo navarro de Arguedas. Los dibujos de La Pinturitas (un colorido y caótico entramado en el que se mezclan rostros grotescos y superpuestos de enormes pestañas, labios con forma de pez, nombres de personajes famosos escritos con tipografía animal… y que renueva cada cierto tiempo, como un enorme palimpsesto) llaman la atención de conductores y curiosos. Hasta hace relativamente poco no era extraño encontrarse a La Pinturitas trabajando en su “estudio”, ni que ella accediera a contar su vida a quienes se acercaban al mismo (o a cantarles un tema de Rocío Jurado), pero desde hace algún tiempo el antiguo restaurante aparece cercado, según nos cuenta el propio Mikel Edorta López de Vicuña, que a partir de la obra de su abuela Josefina Altuna, comenzó a interesarse por otras manifestaciones de arte marginal y ha visitado de vez en cuando Arguedas, sin llegar a toparse con La Pinturitas.

Hace apenas unos días, sin embargo, se encontró con las vallas que protegían la obra de la artista ribera. «Nos dijeron que solían entrar chavales, que habían quemado un colchón... Pero, cuando preguntamos por La Pinturitas, nos llevaron hasta su casa y estuvimos hablando un poco con ella. Ha pasado una racha mala, está cuidando a su marido y lleva sin pintar un par de años», nos cuenta. No sabemos, pues, si la artista volverá a retomar su obra, pero esta ya ha sido reconocida y recogida por artistas como el fotógrafo Hervé Couton, quien publicó un libro recopilando la obra de La Pinturitas, o de galerías como la parisina Galerie Du Moineau Écarlate, especializada en Art Brut, que le dedicó una exposición en 2022.

Ilustración de José Luis Zumeta.