Conductas alimentarias de riesgo
Prestar atención a la conducta de nuestros allegados con respecto a sus hábitos se antoja fundamental para detectar posibles alteraciones relacionadas con la alimentación. Sin llegar al punto del Trastorno de la Conducta Alimentaria, las conductas alimentarias de riesgo también son inadecuadas.
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El ritmo de vida que llevamos actualmente, donde todos trabajamos y tenemos mil actividades fuera del contexto laboral/académico, dificulta muchas veces el hecho de que podamos detectar según qué conductas desadaptativas en nuestros niños y adolescentes. Esto también es debido a la normalización e interiorización por parte de la sociedad, y por tanto de las familias, de algunas formas inadecuadas de “autocuidado” en torno a la alimentación, el ejercicio físico y la regulación emocional.
Así, cuando hablamos de “conducta alimentaria”, tendemos a asociarla directamente con el hecho de ingerir alimentos; sin embargo, cabe destacar que se trata de una conducta compleja mediada por factores externos al individuo y no únicamente porque las personas queramos satisfacer nuestras necesidades alimentarias y requerimientos nutricionales.
En este contexto, y debido a esta influencia externa, aparecen en ocasiones las llamadas conductas alimentarias de riesgo (CAR). Estas hacen referencia a aquellas conductas desadaptativas relacionadas con la alimentación, pero que no llegan a cumplir los criterios diagnósticos de un trastorno alimentario. Están muy asociadas a la conducta “dietante” en la que el grueso de la población está instalada para mantenerse delgado.
Algunos ejemplos de estas CAR tan normalizadas y a las que deberíamos prestar atención como madres y padres son, por ejemplo, saltarse desayuno, almuerzo o merienda de repente y de forma sistemática, querer comer más “limpio” e incluso llegar al punto en el que, por ejemplo, no se aliñan las ensaladas. También pueden ser señales de alarma un incremento del consumo de frutas repentino que desplaza la ingesta de otros alimentos que antes estaban presentes, sobreingestas a escondidas de alimentos comúnmente ultraprocesados, incremento inusual de ejercicio físico, hacer de pie tareas que normalmente se realizan sentado, ingesta muy elevada de agua, chicles y tés o el interés repentino o exagerado por monitorizar el consumo de calorías o los pasos realizados a través de apps o dispositivos biométricos (relojes de actividad, por ejemplo).
Durante la infancia, y especialmente durante la adolescencia, estas CAR y los discursos que los adultos asociamos a muchas de ellas como, por ejemplo, “si me como todo esto luego tendré que hacer más ejercicio”, pueden ser copiados o interiorizados con mucha facilidad por parte de los menores. En este sentido, la evidencia científica asocia directamente las CAR con un mayor riesgo de sufrir trastornos alimentarios, ya que estas conductas se acompañan de mayores niveles de deseo de delgadez e insatisfacción corporal, así como de creencias asociadas con la importancia del peso y la forma corporal como medio de aceptación personal y social.
Antes de debutar con un TCA, siempre podemos detectar algunas de estas CAR, lo que es de vital importancia para una prevención precoz.