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SALUD

Alergias e intolerancias alimentarias


Las alergias e intolerancias alimentarias se han convertido en algunas de las dolencias más frecuentes. Los expertos alertan sobre el gran desconocimiento existente, así como que suelen confundirse con enfermedades digestivas y con casos puntuales de intoxicación o de aversión psicológica. Pero, además, en no pocas ocasiones enmascaran trastornos de alimentación no diagnosticados.

Pero ¿cómo y por qué los enmascaran? Fácil. Por ejemplo, y como dato, un 25% de la población catalana sufre algún tipo de alergia, pero solo el 3% reacciona ante alérgenos alimenticios, según datos de la Societat Catalana d’Al·lèrgia i Immunologia Clínica. Aun así, más de un tercio de quienes aseguran padecerlas no han visitado a un experto. Y es que mientras que una alergia puede demostrarse mediante pruebas diagnósticas, una intolerancia se diagnostica cuando las diferentes pruebas clínicas son negativas, en base al historial médico y en relación a los síntomas que el propio paciente refiere (un dato siempre subjetivo).

Y aquí, en relación a estos datos subjetivos proporcionados por el paciente, es donde se puede ocultar otra cosa, ya que las consecuencias físicas y fisiológicas que tanto estas enfermedades como los trastornos de la conducta alimentaria tienen en común son la reducción de peso, las molestias gastrointestinales, el desequilibrio de los mecanismos de control de la ingesta, los vómitos, las náuseas... De hecho, sabemos también que las personas que sufren algún tipo de alergia o intolerancia alimentaria comúnmente tienden a desarrollar alteraciones psicológicas debido a la ansiedad y el malestar que conlleva la dificultad de convivir con una serie de pautas y límites, así como con la necesaria vigilancia constante en el aspecto alimentario.

Con esta visión de ambos grupos de patologías en el ámbito clínico es muy difícil conocer su razón y origen concreto, puesto que cursan con síntomas y signos similares. Los que trabajamos en estas áreas, sobre todo en el de los trastornos de alimentación, conocemos de sobra la coexistencia de ambas patologías, o más bien una patología (el TCA), y la creencia o justificación de la sintomatología en la otra (intolerancia, normalmente).

Y es que, como hemos dicho anteriormente, el diagnóstico de una intolerancia puede servirle como «excusa» al paciente para continuar llevando a cabo conductas restrictivas y evitando alimentos por temor a ganar peso, usando como justificación «las molestias digestivas» causadas por la intolerancia.

Por eso, es importante que todos los que tratamos a estos pacientes, e incluso la sociedad en general o sus propios familiares, tengamos claro que las consecuencias para su salud pueden ser fatales cuando se padece un trastorno de alimentación unido a una patología que obligue a restringir de algún modo la alimentación o también cuando se «esconde» un trastorno de alimentación tras una sintomatología no demasiado clara desde el punto de vista clínico.

Si bien no existen muchos estudios que hayan abordado estos temas, los que lo han hecho muestran que la probabilidad de sufrir algún tipo de desorden alimentario en el caso de los pacientes con enfermedad celiaca sin tratar es mayor que en los sujetos que no presentan la patología, y esta probabilidad es mayor en mujeres que en hombres.

Otros estudios evidencian el hecho de que un porcentaje importante de los casos de enfermedad celiaca se puede asociar con el sistema nervioso central o periférico causando desórdenes psiquiátricos.

Está claro que, en relación a las alergias e intolerancias, existe un claro boom que la industria ha sabido explotar, ya que hay dietas que promueven que es más sano evitar el gluten o la lactosa, pero sin argumentos válidos que lo apoyen, haciendo más difícil el diagnóstico real de otras patologías.

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