2020 MAR. 29 PSICOLOGÍA No me entero… ¡Y gracias! IGOR FERNÁNDEZ Del mismo modo que el cuerpo segrega hormonas para no sentir dolor físico y continuar cuando hay una herida en una situación de estrés, también nuestra mente tiene sus propios trucos para que podamos seguir adelante, aunque lo razonable pudiera parecer rendirse. Por así decirlo, ante lo que nos sobrepasa psicológicamente disponemos de mecanismos que actúan como los fusibles en un circuito eléctrico que limita la sobrecarga, como las compuertas en una presa que liberan tensión o como los cromatóforos de un camaleón que desvían la atención. A veces daría la sensación de que hemos tenido que crear mecanismos para ponerle límite a nuestro propio potencial, el potencial de sentir, de analizar completamente una experiencia o un evento y, sobre todo, de ser conscientes de las consecuencias, nos gusten o no, nos convengan o no, nos aterroricen o no. Tenemos tal capacidad de generar mundos en nuestra mente, en teoría para anticiparnos, que a veces nosotros mismos nos asustamos, nos amenazamos y ponemos en una situación de tensión que no podemos aguantar. Y todo esto como cosecha propia, sin más intervención exterior que unos pocos datos. Si no fuera por estas medidas de regulación interna, no nos podríamos aguantar a nosotros mismos, o tendríamos la sensación de que el mundo colapsa. Por ejemplo, gracias a nuestra capacidad para negar la realidad más evidente, podemos seguir caminando mientras sorteamos un problema, una persona que nos incomoda o una realidad que sentimos como inmanejable. Esta misma capacidad de convencernos de que “no es para tanto” o “a mí no me va a pasar”, puede tener consecuencias terribles, pero en su forma más inicial y cotidiana, nos permite apartar de la mente un problema irresoluble o de difícil y draconiana solución que nos haría detener el resto de ocupaciones o posponer en exceso la satisfacción de otras necesidades. Por así decirlo, si asumiéramos completamente muchas de las cosas que negamos, tendríamos que dejar de vivir para atenderlo; y a veces podríamos, y a veces, no. También tenemos la capacidad de imaginar mundos alternativos mientras negamos, construimos una variedad ingente de posibilidades, matices y reflejos de lo que vivimos, que damos por real y auténtico pero que está diseñado en su apariencia para encajar en nuestros valores y construcción de la realidad sin tener que variar nada. Somos perfectamente capaces de vivir en ese lugar creado a la carta, impermeables a la realidad que nos supera y que negamos. Pero gracias a esa distorsión, podemos relacionarnos con una realidad de la que probablemente huiríamos si conociéramos –o nos permitiéramos conocer– completamente. Entonces nos inventamos justificaciones frágiles a ojos externos pero que desde dentro nos parecen tan sólidas como la vida misma. Esta distancia que establecemos con la realidad y que aparentemente es una locura, una irresponsabilidad o una necedad, nos permite mantenernos a una distancia de seguridad, aislar lo que nos aterra o no colocarnos en una situación de vulnerabilidad de la que no estamos seguros de poder salir. Nos distraemos con otras construcciones y eso, potencialmente, puede ir alejándonos de la solución, pero también conseguimos mantenernos estimulados, esperando peras del olmo, o viendo gigantes donde solo hay molinos; en un frágil equilibrio. Pero al tener una mirada severa, pragmaticista o arrogante sobre nuestros propios fusibles, devaluándonos como adultos o ciudadanos por utilizarlos, tenemos que tener en cuenta la fragilidad que están tratando de proteger, a la que están tratando de dar tiempo de parapetarse para afrontar en otro momento, acumulando “evidencias” y despistándonos de nuestro propio ímpetu hasta que estemos preparados para afrontar, pero con cierta seguridad.