2020 API. 12 PANORAMIKA La potencia de lo cotidiano IKER FIDALGO ALDAY El descubrimiento de los campos de concentración y todo lo que en ellos acontecía fue, sin duda, el trauma de occidente en el pasado siglo XX. Los caminos que el ser humano podía llegar a emprender y que debilitaron el discurso de la modernidad pasaron a ser un problema de la cultura y el contexto en el que había sucedido y no solo pertenecían a aquellas mentes ejecutoras. La sociedad se enfrentó a un episodio para el que parecía imposible encontrar el bálsamo que lo cicatrizara, sin embargo, tiempo después, aquella barbarie ha sido reproducida en múltiples contextos de desigualdad y ocupación por grandes potencias mundiales que sin escrúpulos han aplastado sociedades y formas de vida. Uno de los máximos representantes de la denominada escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, acuñó entonces una frase que ha sido repetida en múltiples ocasiones. Tras conocer la devastación del exterminio, el pensador se preguntaba si aún era posible escribir poesía después de Auschwitz. Si la sociedad aún podía encontrar espacios de inspiración creativa al mismo tiempo en el que todo lo sucedido quedaría pegado a la piel como un estigma imborrable. Aquella reflexión puede interpretarse como una llamada a la responsabilidad. La creación, en su más amplio espectro, no debía volver la cara a una situación surgida desde la propia cultura de la que forma parte, pues el silencio es la más potente de las complicidades. La conocida reflexión de Adorno aparece como pregunta recurrente en el ámbito del arte y su relación con la sociedad en la que se desarrolla. El papel de la producción cultural, para ser una pieza clave en el tiempo al que pertenece, está plagado de preguntas y dudas que han salpicado la búsqueda de territorios para el arte. Las segundas vanguardias del siglo XX, aquellas que se dieron después del fin de la Segunda Guerra Mundial, revolucionaron formal y conceptualmente el arte. El devenir de esta evolución ha llegado a cuestionar y reubicar las diferencias entre alta y baja cultura (cultura popular, cultura de masas, etc.). Nuevas miradas que sirvieron para responder a los grandes discursos que estructuraron el siglo pasado y que permitieron enfocar la mirada hacia las múltiples subjetividades que nos conforman como sociedad. La puesta en valor de la cotidianidad en autores como Michel de Certeau, responde entonces a una vuelta de la mirada a aquellos espacios que parecen condenados a la pasividad y a la disciplina, en el que acciones tan simples como caminar pueden ser enunciadas desde un posicionamiento político que desafíe, por ejemplo, la normatividad de los espacios urbanos. A este respecto, recordamos un trabajo ya icónico de la historia reciente de la creación performática en el estado. La pareja formada por David Bestué (Barcelona, 1980) y Marc Vives (Barcelona, 1978) realizó en el año 2005 “Acciones en casa” que, junto a “Acciones en Mataró” (2002) y “Acciones en el cuerpo” (2006), conformaban el proyecto “Acciones”. Un vídeo que reúne cien micro-acciones tituladas y numeradas que tienen lugar en la intimidad de un piso en la ciudad de Barcelona. Bestué y Vives son los protagonistas, ejecutores y performers de una serie de gestos que funcionan como rupturas o interferencias en el día a día de la vida dentro de un hogar. Desde la construcción de una fuente con cacerolas y cubiertos aprovechando el agua del grifo y el uso de la luz del microondas abierto como lámpara para lectura, hasta el patinaje sobre dos pastillas de jabón que se deslizan sobre el agua que cae de una regadera. Propuestas de corte coreográfico que juegan con el sonido de los objetos, pósters reversibles que decoran la pared de color blanco o una fiesta en la que nadie se divierte bajo el título “fiesta de generación perdida”. Las acciones suceden de manera seguida y con cortes para anunciar un nueva título. Casi como una narrativa lineal en la que todo está interconectado y en la que la fortaleza política subyace entre el humor, las referencias a la cultura popular y al arte contemporáneo. Lo cotidiano asume su protagonismo como lugar desde el que imaginar otras formas de vida.