2020 MAI. 10 PSICOLOGÍA Poder, libertad, creatividad IGOR FERNÁNDEZ Son un bocado grande estas líneas pero, en la situación que venimos viviendo últimamente, y con miras adelante, merece la pena reflexionar un ratito. ¿Dónde nos apoyamos por dentro para dar un paso arriesgado hacia adelante? ¿Qué circunstancias tienen que darse para poder abrazar la autonomía por encima de la dependencia cuando necesitamos decidir qué nos viene mejor hacer? La autonomía y la independencia son cosas distintas. Más allá de cualquier evocación política, psicológicamente necesitamos de los otros para construir la seguridad suficiente como para asumir riesgos. En nuestro foro interno, la seguridad que sentimos en nosotros mismos, nosotras mismas, se ha forjado a lo largo de los años, empezando por la seguridad que nos dieron allá en los años de la infancia, cuando nos sentíamos y sabíamos profundamente vulnerables. Si en estos años pudimos confiar en quienes nos cuidaban y en el mundo que nos rodeaba, tendremos una base sobre la que nos construimos, entonces y en los años posteriores. Y, años después, viviremos una sensación de tranquilidad esencial que nos ayudó entonces y lo hace ahora, a salir al mundo desconocido sin un miedo que paralice, salir a inventarse el mundo. Más tarde, el entorno de los iguales también hizo lo suyo; en una etapa infantil y adolescente, aprendimos a impactar en el mundo, a medirnos, a asociarnos, a descubrir por contraste y confrontación cuánto podíamos depender de los demás, cuánto dependían los demás de nosotros, a notar nuestro poder para influir en el grupo al que pertenecimos, y nuestra individualidad. Nos apoyamos en nuestras experiencias pasadas para proyectarnos hacia adelante, pero también en nuestros propios recursos. Y es que, las experiencias pasadas, y las actuales, no son causas que generan un efecto directo en nosotros; nosotros, nosotras, podemos mediar. Y es que, mientras todo lo anterior pasaba en nuestra vida, una fuerza innata, una fuente de recursos que nadie nos puede quitar, actuaba en nuestro interior: la creatividad. La libertad para actuar tiene mucho que ver con la libertad para crear, para imaginar el mundo que viene, y la habilidad para comunicarlo, para contárnoslo. ¿Cuánto puedo dominar yo el lenguaje para articular lo que quiero, necesito, aborrezco o temo? En función de esta capacidad también podré comunicar mejor mi mundo interno, me sentiré más libre porque no se quedarán cosas en el tintero –compartir emociones no es buenismo, es supervivencia–; y si, además, tengo una red con la que compartirlo, la solidez interna empieza a notarse. Eso sí, una que sea segura, que me acoja y valore para sostenerme e impulsarme a expresarme, arriesgarme a ir más allá y que eso no será un motivo de crítica o de llamada al orden. El poder que sentimos tener sobre nuestra propia vida y nuestro entorno se ha forjado a lo largo de los años a través del diálogo de nuestra creatividad con las experiencias que hemos vivido, pero también se ha apoyado en creencias que adoptamos de la manera en la que los otros importantes nos han visto. Estas miradas han tenido una fuerza enorme cuando nos hemos sentido vulnerables o cuando hemos cedido nuestra capacidad de decisión y de pensar a otras personas en momentos de crisis. Los padres, las parejas, los amigos cercanos, los mentores, los líderes, todos nos acompañan y nos arropan cuando lo necesitamos, y todos ellos nos dejan ciertas creencias –para usar la próxima vez que estemos en crisis–, para que nos sirvan, pero que no dejan de ser las suyas. En momentos de crisis las cogemos, como parte del cuidado de ese momento y, si el miedo o la sensación de debilidad han sido grandes, no las pondremos en duda, no las matizaremos. Y aquí, de nuevo la libertad necesita de diálogo, de uno entre el agradecimiento por lo que otros querían darnos y el límite para que eso no sustituya nuestra propia forma de mirarnos.