2020 MAI. 31 oposición franquista a través de las ondas Bucarest, sin noticias de Radio Pirenaica Conocida también como ‘Radio Verdad’ en oposición a la propaganda franquista de ‘Radio Mentira’ (Radio Nacional de España), la Pirenaica nutrió de información y cultura a sus oyentes durante las largas noches de dictadura. Durante sus treinta y cinco años de emisión, los veintidós últimos desde Bucarest, orquestó las más diversas campañas contra el régimen, algunas con sorprendente éxito. Sin embargo, nada la recuerda hoy en la capital de Rumanía. Juanma Costoya Los pocos metros que separan la vía de servicio que une la antigua sede de Radio Pirenaica con la calle Dimitrievici Kiseleff están cerrados por una valla oxidada. Al otro lado queda un palacete levantado en ese estilo catalogado como neo rumano y que es una mezcla de la solidez de las fortalezas boyardas y de lo airoso del art nouveau. El jardín luce descuidado, con matas de gramíneas secas y acacias sin podar. En sus muros, ninguna placa recuerda que desde allí y durante casi 22 años emitió para la Península Ibérica la más popular y potente de las emisoras antifranquistas: Radio Pirenaica. El palacete está ahora ocupado por el archivo del cercano Museo del Campesino rumano. La funcionaria que atiende la puerta dice no saber nada de “esa radio”. Entre la indiferencia y la irritación, solo repite que el archivo está cerrado al público. De Moscú a Bucarest. La primera emisión de Radio Pirenaica tuvo lugar el 22 de julio de 1941, en un sótano de Moscú. Exactamente un mes antes, la Werhmacht había iniciado la invasión de la URSS. El inicio de la “operación Barbarroja” obligó a la estación radiofónica a trasladarse hacia el este, a Ufá. Desde la capital de la República Autónoma de Baskiria, limítrofe con los Urales, transmitiría sus boletines informativos hasta 1945 cuando, finalizada la guerra, regresaría de nuevo a Moscú. El acrónimo oficial REI (Radio España Independiente) fue sustituido por el de Radio Pirenaica, un guiño popular y de cercanía a sus oyentes ante la lejanía geográfica de las emisiones. La estación radiofónica fue una iniciativa del Partido Comunista español a instancias de la líder vizcaina Dolores Ibarruri, que fue la primera directora de emisiones. En un principio se concibió como un servicio al denominado “exilio interior”, pero en realidad sirvió de apoyo para aquellos que resultaron perdedores durante la Guerra del 36 y y para los que no comulgaban con la propaganda franquista. A partir de 1955, Radio Pirenaica se establece definitivamente en Bucarest. En la inmediata posguerra, el hecho de escuchar Radio Pirenaica podía acarrear la pena de muerte en el Estado español. Alfonso Martínez Peña, buzo de la base naval de Cartagena, fue fusilado el 13 de enero de 1945 bajo la acusación de escuchar «emisoras rusas y clandestinas de Toulouse y Pirenaica». Durante muchos años, los oyentes, tras escuchar sus programas y noticieros e inmediatamente antes de apagar la radio, se acostumbraron a cambiar el dial a Radio Nacional de España. Eran tiempos en los que no era extraño que la Guardia Civil forzase el acceso al domicilio, tocase el transmisor para ver si estaba caliente y lo encendiera para comprobar cuál había sido la última emisora sintonizada. Monumento del Renacimiento (2005) dedicado a la Revolución de 1989. Al fondo, el edificio que albergaba el Comité Central del PC Rumano, hoy Ministerio del Interior. Abriendo reportaje, sede histórica de Radio Pirenaica en Bucarest y actual archivo del Museo del Campesino. Con el tiempo, la programación fue ampliándose más allá de los boletines de noticias. Se fueron intercalando espacios como “Página de la Mujer”, “Almanaque campesino”, “Cita con la Juventud”, “Correo de la Pirenaica” y “España fuera de España”. Estos dos últimos eran de vital importancia, ya que se nutrían de cartas que provenían tanto del interior del Estado como de la emigración en el Estado francés, Suiza, Bélgica y Alemania. Con su correspondencia los oyentes eran los ojos y los oídos de la Pirenaica. En los sesenta alcanzó el apogeo de su influencia. Entre 1962 y 68 se produjo el mayor aluvión de cartas remitidas a la redacción de REI en Bucarest. Los temas eran muy variados, como correspondía a una audiencia transversal formada por clases obreras y campesinas casi iletradas pero también por maestros y pequeños funcionarios. Abundaban las cartas que comentaban la vida diaria en la España franquista de posguerra: fosas comunes, estraperlo, cartillas de racionamiento, las vejaciones en los batallones disciplinarios y en los campos de concentración, el hambre y la tuberculosis, el expolio de los vencidos... En otras misivas se denunciaban leyes como la de Responsabilidades Políticas de 1939, con efectos retroactivos a 1934, que legitimaba la requisa de bienes a los perdedores de la contienda. Otras eran simples testimonios de lo padecido en un largo exilio que empezó para muchos miles en los campos de concentración como el de Argelès-sur-Mer, donde la gendarmería francesa internó a las columnas de refugiados que huían por la frontera catalana. En casi todas las cartas remitidas por emigrados se comentaba su azarosa vida, las penosas condiciones laborales y el desprecio con que los juzgaba una parte de la sociedad europea. Desde los micrófonos de REI, se leyeron también listas de confidentes policiales e infiltrados en fábricas y organizaciones clandestinas de oposición a la dictadura. La Pirenaica sirvió también para coordinar campañas en contra del régimen. Algunas lograron gran eco en la opinión pública internacional. Uno de los primeros éxitos fue la condonación de la pena de muerte a Sebastián Zapirain, histórico dirigente comunista guipuzcoano. A su regreso clandestino a Madrid en 1945 para reorganizar el partido, fue detenido junto a Santiago Álvarez. Ambos fueron sentenciados a muerte. Tras una enérgica campaña internacional, el veredicto fue anulado y sustituido por penas de prisión de veinte y dieciocho años de cárcel cada uno. Una vez excarcelado, Zapirain se instalaría en Bucarest, donde formó parte de la plantilla de Radio Pirenaica. En aquellos años, a sus micrófonos se asomaban, entre otros, Luis Galán, Teresa Lizarralde, Jordi Solé Tura, Ramón Mendezona, Irene Lewy, José Antonio Uribe o Hidalgo de Cisneros, el que fuera oficial de la aviación republicana y que falleció en 1966 en Bucarest. Sus restos fueron trasladados en 1994 al cementerio gasteiztarra de Santa Isabel. Por sus programas desfilaron también intelectuales, escritores y artistas como Rafael Alberti, Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Angela Davis o Mikis Theodorakis. Sobre estas líneas, patio del Museo del Campesino. Los sesenta: apogeo y resaca. El año 1962 fue clave en la lucha que La Pirenaica sostenía en las ondas. La mina de La Camocha, en Gijón, y toda la cuenca del Nalón se alzó en huelga. Unos setenta mil mineros. El pulso contra el régimen era evidente, habida cuenta de los antecedentes en la Revolución de Asturias de 1934. REI sirvió como caja de resistencia para apoyar el esfuerzo minero que pronto contó con la solidaridad del sector naval en Bizkaia y de las minas de Riotinto en Huelva y Puertollano, en Ciudad Real. También se declararon en huelga grandes industrias de Barcelona, como la Maquinaria Terrestre y la SEAT. Se hicieron colectas y llegaron a la redacción cartas con donativos de todos los lugares del mundo. Las señas postales eran periódicamente anunciadas por el dial radiofónico. Cartas hubo, con señas incompletas o equivocadas que, saliendo de la península, dieron la vuelta al mundo pasando por Méjico o Venezuela, antes de recalar en su destino, Bucarest. En este apartado funcionó bien la complicidad de funcionarios anónimos de correos del Estado español y francés que completaron las direcciones o las corrigieron para hacer posible que las cartas llegaran hasta el Boulevard Poissonnière, dirección de “L´Humanité” en París y a la “Revista Internacional”, con dirección en Sadova nº 3, en Praga. Fueron las dos direcciones que funcionaron como enlaces de La Pirenaica. Al año siguiente (1963), Pablo Picasso realizó un cartel para la campaña “Asturias marca el camino” y Chicho Sánchez Ferlosio puso la banda sonora de la épica huelga grabando clandestinamente en el baño de su casa un casete con la famosa “Hay una lumbre en Asturias” y que fue remitida por correo hasta los estudios de REI en la capital de Rumanía. El año 1963 fue un año de resaca. El veinte de abril fue ejecutado Julián Grimau. El líder comunista, detenido unos meses antes en Madrid, fue sometido a torturas y arrojado por la ventana de la comisaría en la que se encontraba arrestado. Compareció en el juicio con heridas graves en su cabeza y con las dos muñecas rotas. El esfuerzo de movilización internacional de la Pirenaica no pudo evitar su ejecución. Tampoco la de los libertarios Francisco Granado y Joaquín Delgado, con una sentencia firmada ese mismo año con Manuel Fraga en el Consejo de Ministros. Para atajar la insurrección minera, 126 trabajadores fueron diseminados a la fuerza en 17 provincias lejos de Asturias. Como respuesta, Radio Pirenaica publicitó en toda Europa la “Carta de los 102”, un manifiesto de intelectuales y artistas encabezado por Vicente Aleixandre (catorce años después fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura) en el que se denunciaba la brutalidad policial y la desproporción de las medidas. Para muchos oyentes el fin del franquismo era casi un hecho y se esperaba que la HGP (Huelga General Política) diera la puntilla al régimen. Sin embargo y, después de muchos amagos, la tan mentada huelga no tuvo lugar. El tacticismo de Santiago Carrillo, la política de palo, la represión feroz y el aumento progresivo de salarios dio sus frutos al régimen. La Pirenaica fue consciente del cambio de rumbo y fue enfriando progresivamente sus llamamientos a la movilización. En ese tiempo, una voz muy reconocible ante sus micrófonos era la de Pilar Aragón, pionera en la exigencia de la igualdad en los salarios para hombres y mujeres. Su programa “Página de la Mujer” era el envés de la gris y ñoña imagen que ofrecía el franquismo en torno a la mujer. Allí se hablaba de sexualidad o del control de la natalidad. Uno de los referentes de la locutora fue Valentina Tereshkova, obrera textil en su juventud, paracaidista, ingeniera y primera cosmonauta del mundo. Algunas de sus alocuciones venían apoyadas por la música de Paco Ibáñez y sus versiones de poemas de Rafael Alberti y Gabriel Celaya. Sobre estas líneas, imagen del edificio que albergó temporalmente a Radio Pirenaica y que hoy en día está disponible para su alquiler. Declive. A finales de los sesenta, se dobló una esquina. La programación de La Pirenaica perdió fuerza y calidad. El esfuerzo y las contradicciones de la lucha antifranquista en el interior pasaron factura. La sección “Correo de la Pirenaica” empezó a perder entidad a partir de 1967. Al año siguiente, dejó de emitirse. En el Archivo Histórico del PCE de 1969 se conservan solo 291 cartas. En apenas cinco años, la correspondencia recibida en la redacción de Bucarest descendió de casi cuatro mil cartas a 291. La programación fue deshilvanándose y las noticias internacionales relacionadas con la guerra fría o la escalada norteamericana en Vietnam fueron ganando espacio. Los dos grandes reclamos de su última etapa fueron el apoyo entusiasta a la revolución cubana y la oposición a la instalación de bases norteamericanas en la península. El accidente de Palomares (1966), en el que un B-52 norteamericano perdió sus cuatro bombas termonucleares sobre esta pedanía almeriense fue el protagonista de la última oleada de comunicaciones recibidas en la redacción de Bucarest. Entre otros factores, el declive de Radio Pirenaica se explica por la falta de relevo en unos oyentes cuyas experiencias se enraizaban con fuerza en la tremenda herida de la guerra de 1936, cada vez más lejana. La programación no supo retener a la juventud antifranquista. Recién legalizado el Partido Comunista, su última emisión se produjo desde Madrid el 14 de julio de 1977, retransmitiendo la primera sesión de las Cortes que habrían de elaborar la Constitución de 1978. Centro histórico de la capital rumana. Ladridos y silencio. Por breve tiempo, Radio Pirenaica tuvo otra sede en Bucarest ubicada también en la antigua Avenida Stalin, muy cerca del domicilio familiar de los Ceaucescu y de la sede del Partido Comunista Rumano. La casa del presidente, fusilado junto a su esposa el 25 de diciembre de 1989, es ahora un museo. La antigua sede del PCR se distingue por el banderín blanquiverde que cuelga en su puerta identificando al Partido Liberal. La casona que acogió brevemente a Radio Pirenaica permanece cerrada, parcialmente oculta tras el muro de sillería que la separa de la Avenida. En su puerta se lee un cartel: Se alquila, y un número de móvil. Llamar al timbre provoca únicamente la repentina aparición de un pastor alemán exasperado que pronto calla, ahogado en su propia furia. Ladridos y silencio, extraño eco en la puerta de una casa que con su palabra llevó esperanza y consuelo a tanta gente desesperada y asustada durante tantos años.