2020 EKA. 14 SALUD Cómo te sientes, depende de tu salud intestinal XANDRA ROMERO A veces la ciencia nos plantea auténticas incógnitas que bien podrían ser el guion de una película de ciencia ficción. Uno de estos temas es el de la relación existente entre el cerebro y el intestino; más bien entre el cerebro y la flora microbiana que habita nuestro intestino y que se denomina “microbiota intestinal”. Esta se encuentra compuesta por miles de especies microbianas diferentes y más de 1.5000 tipos de bacterias que juntan –la presencia de la microbiota varía dentro del tracto gastrointestinal– desde unos pocos microorganismos en el estómago y el intestino delgado, hasta una concentración de aproximadamente 1.012 bacterias en el colon. Dicho de otro modo, juntas suman 1kg de peso, por lo que no es una cantidad “irrelevante” que podamos despreciar. Además, suponen el primer sistema de protección del aparato gastrointestinal y promueve su mantenimiento. Este conjunto de flora microbiana intestinal está involucrado en la maduración del sistema inmune, ya que es el encargado de estimular la inmunidad innata en los primeros años de vida y, por si todo esto fuese poco, es bien conocido su papel en la síntesis y el metabolismo de ciertos nutrientes, hormonas y vitaminas, y la eliminación de drogas y sustancias tóxicas. Vamos, una joyita que tenemos en nuestro organismo y a la que la gran mayoría no le da importancia. Pero tengamos en cuenta que el ser humano nace completamente estéril y es al entrar en contacto durante el parto con microbiota fecal, vaginal y cutánea de la madre cuando se va conformando esta microbiota. Posteriormente, la composición de la flora sufre cambios, influenciados por la edad, el sexo, el estado de maduración inmune y por factores ambientales (nuestra dieta, entre otros). En condiciones normales o fisiológicas, la estimulación continua del sistema inmune por la microbiota intestinal genera un estado de “inflamación fisiológica de bajo grado”, que es un mecanismo de defensa rápido y efectivo contra los patógenos. Sin embargo, una alteración cualitativa y cuantitativa de la flora intestinal que se denomina disbiosis conduce una serie de enfermedades gastrointestinales y extra gastrointestinales como obesidad, alergias, trastornos autoinmunes, síndrome del intestino irritable, enfermedad inflamatoria intestinal y trastornos psiquiátricos, y esto está muy demostrado y respaldado por la evidencia científica. Debido a estas nuevas evidencias sobre el papel fundamental de la microbiota intestinal en la alteración de las vías inmunes, neurales y endocrinas, el llamado “eje intestino-cerebro” está adquiriendo una nueva importancia y se está investigando mucho acerca de cómo la disbiosis tiene que ver en enfermedades como el autismo, la demencia y en trastornos del estado de ánimo como la esquizofrenia, el trastorno depresivo mayor y el bipolar, así como otros neuropsiquiátricos como el Alzheimer. Cuando ocurre esta alteración de la microbiota o disbiosis, se altera la permeabilidad del intestino y sustancias que favorecen la inflamación se “cuelan” hasta el torrente sanguíneo y de ahí llegan al cerebro, donde alteran las áreas encargadas del control de las emociones y también la actividad fisiológica o normal del cerebro. Por lo tanto, necesitamos un intestino sano, porque nuestro intestino no solo digiere los alimentos, sino que también guía nuestras emociones. De modo que la evidencia muestra que nuestro estado de ánimo está relacionado con nuestra flora intestinal y esta, a su vez, depende en gran medida de nuestra alimentación. Y es curioso, porque esto lo sabemos gracias a estudios que se han hecho comparando la microbiota oral de dientes esqueléticos de personas que vivieron en distintas épocas, demostrando así que los cambios más significativos en la microbiota intestinal humana habían ocurrido durante dos avances socio-dietéticos de la historia: el paso de la era paleolítica cazadora-recolectora a la era neolítica agrícola (hace 10.000 años), con una dieta rica en carbohidratos, y el comienzo del período industrializado, caracterizado por la harina procesada y el elevado consumo de azúcar (hace aproximadamente dos siglos). Ante esto, parece que solo podemos concluir que comer sano no solo es clave para la salud intestinal, sino que también mejora la forma en que nos sentimos y previene de innumerables enfermedades físicas y trastornos neuropsicológicos.