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El cuidado de menores y mayores en la era del covid-19

Cuando amonas y aitonas ya no pueden arreglar la conciliación

«¿Y ahora qué?», fue la pregunta que muchos padres y madres se hicieron el 12 de marzo cuando se anunció el cierre de todos los centros educativos en la CAV y Nafarroa. A esta excepcional medida, que iba a tener una duración inicial de 15 días, se unía la imposibilidad de recurrir a abuelas y abuelos para el cuidado de los niños. La crisis sanitaria provocada por el covid-19, el confinamiento y el obligado distanciamiento físico para evitar una mayor propagación del virus llevan a redefinir el modo de relacionarse entre abuelos y nietos y de reorganización familiar.


José Ignacio Etura se pregunta si el próximo julio su nieto Álvaro, de 8 años, residente en Madrid, podrá pasarlo con ellos como cada año en Donostia. Paseos y baño en la playa juntos, mosto y pintxo, partidos de fútbol en el parque... La rutina habitual de cada julio se puede ver alterada este año, no así el estrecho vínculo entre aitona y nieto.

El confinamiento ha supuesto en muchos casos la separación física entre abuelos y nietos. José Ignacio se siente privilegiado porque en su caso lo pudo pasar junto a su esposa, su hija y Álvaro en Madrid.

Ante el cierre de los colegios y antes de que el presidente español, Pedro Sánchez, declarase el estado de alarma, decidieron coger un tren y trasladarse a Madrid para ayudar a su hija en la logística y en el cuidado de Álvaro. Lo que en principio iba a ser una estancia de dos semanas, se acabó prolongando durante 37 días, tiempo que aprovecharon para cocinar, jugar a cartas, hacer deberes…

«Nuestra hija nos llamó para decirnos que el niño se quedaba sin colegio y nos fuimos para allí. Eso fue el 11 de marzo. A los dos días decretaron el estado de alarma. Y ya nos quedamos. A las mañanas le ayudaba con los deberes. Empezábamos a las 10.00 y seguíamos hasta las 14.00. Yo encantado y feliz de repasar con él lo que aprendí en la escuela de pequeño; vértices, pirámides, paralelogramos...», recuerda en conversación con 7K tras su regreso a Donostia. De aitona a profesor. Una experiencia gratificante, subraya.

 

 

«...El día anterior preparábamos el material que le mandaban. Se lo imprimía y lo leía yo antes. Yo le observaba haciendo las tareas y solo intervenía para corregirle alguna que otra operación de matemática o cuando tenía dudas. Estaba muy entretenido y, la verdad, la mañana se me pasaba volando. En lo único en lo que no podía ayudarle era en inglés; en eso, era él quien me daba clases», confiesa con una sonrisa.

Pero no todo fueron deberes. Hubo tiempo para cocinar todo tipo de platos: postres, bacalao, tortilla de patatas, empanadillas... Y también para ver retransmisiones de antiguos partidos de fútbol «en los que igual salía Arkonada y le explicaba quién era y qué hizo en la Real».

Las tardes, sin embargo, adquirían otro cariz, sobre todo conforme iban pasando los días y las noticias de fallecimientos, del colapso sanitario, iban en aumento, con especial incidencia en la Comunidad de Madrid.

Ante el miedo y la incertidumbre de ver a diario las imágenes de un saturado Ifema y del Palacio de Hielo reconvertido en morgue provisional, decidieron regresar a Donostia no sin antes consultar y pedir recomendaciones a las autoridades sanitarias competentes. Una decisión que el niño, a pesar de su corta edad, «entendió perfectamente».

El 17 de abril cogieron el único tren Alvia que había ese día. José Ignacio no esconde que fue una decisión difícil. «Menos mal que gracias a la tecnología de ahora, nos seguimos viendo y hablando a diario a través de las videollamadas», afirma.

Para Eli, el hecho de que sus padres pasaran con ella parte del confinamiento supuso un alivio «por tenerlos cerca por si pasaba algo y no a casi 500 kilómetros» y por la ayuda en el cuidado de Álvaro mientras teletrabaja.

 

 

«Para cuando decretaron el estado de alarma y el confinamiento, los aitas ya estaban en Madrid. En ese momento, sinceramente, no nos planteamos que ellos regresaran a Donosti –recuerda–. Nos quedamos todos en casa».

«La situación era cada vez más preocupante y a mí, personalmente, me tranquilizaba tenerlos cerca. Al ser hija única tampoco puedo recurrir a otros familiares en caso de que les ocurriera algo, y más viviendo yo en Madrid y ellos en Donostia. Así que por ese lado fue un alivio y también una ayuda brutal con el cuidado del niño, porque yo seguía trabajando al mismo ritmo de antes pero desde casa», comenta Eli Etura, quien durante el confinamiento familiar fue la única que salía de casa para hacer la compra.

«Yo me pude centrar en mi trabajo; me ocupaba de comprar los víveres, pero la intendencia era cosa de los aitas. El sentimiento de agradecimiento es enorme», remarca.

«Todos estuvimos bien, pero la preocupación por la situación sanitaria en Madrid era mayor cada día que pasaba. Las noticias eran deprimentes. Viendo la saturación en los hospitales y ante la posibilidad de que les sucediera algún imprevisto, los aitas empezaron a valorar la idea de regresar a su casa, aunque con la inquietud de dejarnos y de no poder volver en no sabemos cuánto tiempo. Consultaron con una médico del ambulatorio que les dijo que al tener su residencia en Donostia tenían permiso para viajar. Además, la situación sanitaria allá no era tan crítica como aquí. Yo fui la primera que les animé a volver», manifiesta.

Reconoce que fueron un arrope fundamental durante mes y medio, «pero al final, tu día a día en circunstancias normales es otro, es organizarnos por nuestra cuenta».

Esos 37 días fueron para Álvaro como estar de vacaciones, disfrutando de su amona y aitona y de nuevas rutinas, como por ejemplo desayunar y comer todos juntos, en un confinamiento jamás vivido ni imaginado.

Y es que los aitonas y amonas juegan en el sistema familiar un rol imprescindible; cuidadores, educadores, transmisores de valores... «Que el coronavirus no rompa ese vínculo», pedía en una carta abierta en pleno confinamiento Carlos Cuesta, técnico de educación en Unicef.

«El covid-19 nos afecta a todos, pero de una manera especial a los abuelos, lo que priva a los niños, niñas y adolescentes de la posibilidad de disfrutar de elementos que enriquecen su educación y desarrollo: transmisión de la historia familiar, influencia intergeneracional, cariño libre y sin presión, soporte las 24 horas durante los siete días a la semana –cuando un hijo se pone enfermo, cuando nuestro trabajo no nos permite cubrir periodos de vacaciones, cuando nuestros horarios no son compatibles con los de nuestros hijos… los abuelos siempre están ahí para cubrir esa ausencia y los nietos lo saben y lo sienten– y labor de mediación, intercediendo en muchas ocasiones con los padres porque los niños, niñas y adolescentes ven en los abuelos una figura neutral», sostiene Cuesta.

Los nietos, a su vez, son «un puente hacia una generación que dista mucho de lo que sus abuelos vivieron a su edad. Les ayudan a aprender a relacionarse con la tecnología, algo tan importante y necesario estos días. Los niños son una fuente de actividad, una motivación para los abuelos, para ser más activos, para no quedarse en casa. Contribuyen a superar la sensación de soledad, las carencias de cariño que muchas veces sienten los abuelos. La cercanía entre los abuelos y los nietos hace que los abuelos vuelvan a sentirse socialmente integrados», añade el representante de Unicef.

¿Cómo preservar las relaciones abuelos-nietos en tiempos del covid-19? «Su papel adquiere cada vez una mayor presencia. Aparte del rol que les toca como miembros de la familia, en muchas de ellas están asumiendo un mayor protagonismo en cuanto a los cuidados. En términos generales, el vínculo afectivo entre abuelo-nieto es bastante incondicional y referencial; se dice que los padres ponen límites, educan y que los abuelos son más laxos. Eso es algo muy positivo para ambos. Hay estudios que demuestran que tener hijos y nietos es un factor positivo frente a algunas dolencias; no es que el vínculo afectivo cure, pero ayuda. A muchos abuelos tener que ocuparse de sus nietos les aporta vida, entusiasmo y esa planificación les organiza prácticamente el día a día y esto desapareció con el confinamiento. Ya no es solo que hayan perdido esa cotidianidad con los nietos, sino que no pueden tenerla ni puntualmente. Se les han sumado muchas cosas: son población de riesgo y así lo demuestran las estadísticas, y al principio del confinamiento ese era uno de los mensajes sobre el que más se insistía, lo que contribuye a una sensación de mayor vulnerabilidad frente a la enfermedad, a aumentar los miedos. Y, además, no pueden tener contacto con la familia. Muchos han perdido su rutina», explica en entrevista telefónica con 7K Montserrat Lacalle, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experta en envejecimiento, demencias, cuidadores informales de personas dependientes, psicología clínica, trastornos psicológicos y Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC).

«Lo ideal es que durante el confinamiento las familias hubieran buscado alternativas como las videollamadas, el WhatsApp… que, ojo, no sustituyen al contacto físico. Muchas familias lo han hecho, pero hay otras cosas como la transmisión de valores, tradiciones… que no se pueden materializar por medio de las nuevas tecnologías y se han desvanecido un poco porque sin contacto esto no es posible», destaca.

El uso de estas herramientas tecnológicas, añade, «nos ha dado la oportunidad de relacionarnos, si bien es cierto que el contacto presencial implica muchas más cosas como la posibilidad de tocarse, abrazarse, besarse. El hecho de poder añadir imágenes a nuestras comunicaciones es muy importante porque nos comunicamos a través de las palabras, pero también de la expresión facial y de nuestro cuerpo. Dentro de esta adversa situación, hemos tenido la suerte de que las videollamadas, por ejemplo de WhatsApp, son relativamente sencillas de hacer, tal vez más que realizarlas a través de otras aplicaciones. Siempre habrá quien no haya podido hacerlas, pero nos sorprenderíamos bastante con la digitalización de las personas mayores. La motivación de ver a los nietos, de estar en contacto con ellos, ha sido un motor muy importante a la hora de esforzarse y de ponerse al día con la tecnología. Claro, para los nietos ha sido mucho más fácil porque han nacido en una era digital».

Ante la pregunta de cómo gestionar los reencuentros físicos, Lacalle recomienda tener claras las pautas; uso de mascarillas, lavado de manos… «ya sabemos muchas cosas». «Dependiendo de la edad del niño, es muy importante que los padres les expliquen de antemano cómo va a ser el reencuentro con los abuelos… Deben de anticiparse mucho a la situación. Si no hay esa información previa es muy probable que cuando los niños vean a los abuelos intenten quitarse la mascarilla, tocarlos, abrazarlos o besarlos. Los niños no deben de ver esto como algo negativo, sino como una oportunidad de verlos físicamente después de dos meses y deben saber que esta nueva manera de relacionarnos es algo temporal. ¡Qué bien que ahora vamos a poder estar con ellos; no como nos gustaría, pero eso llegará! Las cosas se pueden enfocar desde muchos puntos de vista. Un niño se puede quedar con la lectura negativa de no poder abrazar al abuelo, o de lo que sí podemos hacer».

Por ello, invita tanto a pequeños como a mayores a «no pensar en lo que no podemos hacer» si no a «ver la oportunidad, lo que sí podemos hacer ahora y no el problema».

Sobre cómo afectará esta «nueva normalidad» al sistema familiar, Lacalle pide optar por la «prudencia» y no hacer predicciones porque «estamos ante una situación cambiante». Eso sí, «todo dependerá de si los abuelos pueden o no hacerse cargo de los nietos y eso a su vez depende de la evolución del virus. Si no podemos recuperar ese contacto de cuidado con los abuelos, muchas cosas se nos van a complicar. No solo está el coste afectivo, sino la logística familiar. A veces se piensa que lo peor es quedarse sin trabajo, pero el que lo tiene también tiene sus dificultades y problemas; no es que haya perdido el empleo, sino que igual tiene que trabajar en casa con tres niños sin el apoyo de los abuelos. Además, los niños tienen clases on line y esto requiere la asistencia de los padres. Y esto está siendo un factor estresante para muchas familias. El teletrabajo parecía la panacea al principio, pero la realidad es otra; la conciliación está resultando muy difícil sin el apoyo de los abuelos», reconoce.

Abuelos y nietos esperan ahora recuperar el tiempo perdido, aunque las rutinas no serán las mismas. Y padres y madres miran ya a setiembre, a cómo será la vuelta escolar y cómo encajar las piezas del complicado puzzle laboral, familiar y educativo, más aún si la situación sanitaria sigue desaconsejando la cercanía física entre abuelos y nietos.