2020 EKA. 14 IN MEMORIAM Testimonio de la familia Biurrun Urriza Reflexiones en torno a la muerte en días de coronavirus Mikel Zubimendi María Urriza Zarategi falleció en Solera Residencial La Vaguada de Iruñea el 13 de abril de 2020. El informe médico de defunción confirmaba la causa del deceso: «Fallo multiorgánico por infección por Covid-19». Ocho días antes se le había practicado un test con resultado positivo. Su familia decidió hacer público lo vivido y sufrido, denunciar la situación. Ahora lo comparte con 7K, ofreciendo una radiografía general de un drama que ha marcado para siempre a miles de familias. Un sentimiento familiar. «Nuestra amatxo tenía 93 años, y Alzheimer severo desde hace diez. Si “por ley de vida” su muerte podía ser una noticia esperada y asumida, el covid-19 ha hecho que el proceso sea angustioso y desolador. La pérdida es dura, el dolor y el duelo, inevitable, pero lo que persiste es la rabia y la impotencia por el momento en el que se produce. Nos ha tocado conocer la deshumanización de la muerte. Nunca hubiéramos pensado que iba a vivir su enfermedad y su muerte en soledad. Diez años organizando turnos para que cada día nos tuviera cerca, y cuando nos comunican que estaba infectada, el confinamiento impera por encima de cualquier otra consideración humanitaria. No se puede confinar la dignidad de la vida ni de la muerte, sea cual sea la magnitud de una emergencia sanitaria. La normativa es tajante, prohibido estar con tu madre, aunque se esté muriendo y sufriendo en soledad. Prohibido besarla, acariciarla, achucharla… Esta vivencia para la que no estábamos preparados, no es fácil de superar. Te comunican el fallecimiento y tampoco puedes acompañarla ni velarla. Gestionar, vía telemática, su muerte y entierro es otra situación surrealista. Nunca hubiéramos pensado que WhatsApp se convertiría en la herramienta para elegir la caja mortuoria, la esquela, las flores y hasta para negociar el coste del deceso. Impensable manera de afrontar el duelo». La vorágine emocional. «Somos una familia amplia y organizada. Nos planteamos, ¿cómo gestionar desde la distancia el miedo al sufrimiento asociado a la enfermedad, agonía y muerte? Improvisamos todos los recursos a nuestro alcance y la familia se volcó en una lluvia de iniciativas: emails a la residencia, a los departamentos, solicitando, rogando, que para afrontar esta crisis sanitaria se reforzara el personal de los centros, medidas de protección suficientes… Todo el día con la amatxo en mente y pendientes del teléfono. Fue una manera de implicarnos». Despedida desde el confinamiento total. «Los nietos, hijas… enviaron por email al tanatorio escritos de sus vivencias con ella, fotos familiares para colocarlas encima del féretro. También grabaron mensajes para escuchar en el cementerio. Fue enterrada en tierra con su ikurriña y bandera de Navarra que ella había dejado preparada hace mucho tiempo. Le tocamos “Goizian argi” a txistu, violín y flauta y, además de escuchar los mensajes de los nietos previamente grabados desde sus casas, seis de ellos le bailaron un aurresku colectivo y sincronizado. Fue nuestra manera de sentirla cerca. No fue la despedida deseada pero creamos un espacio de intensa emoción y recuerdo». Preguntas sin respuesta. «Aunque las cifras son demoledoras, y tras cada muerte hay sufrimiento y dolor, no habrá reparación mientras persistan nuestras dudas y desconfianza hacia este único modelo de atención sociosanitaria, opaco y privado. Si hay residencias en Navarra en las que no se ha registrado ningún contagio, ¿qué porcentaje real corresponde a aquellas donde sabemos que el virus se ha expandido con virulencia? ¿Qué ha ocurrido en la residencia La Vaguada, donde residía nuestra madre? Disponemos de algunos datos, no oficiales, que nos llevan a sospechar de 30 muertes por covid-19 en esta residencia, con capacidad para 159 residentes. ¿Cómo vamos a asimilar lo ocurrido y pasar página con estos datos?» Consecuencias. «Decidimos exigir públicamente una investigación exhaustiva y transparente sobre los motivos y causas del elevado número de contagios y fallecimientos en algunas residencias para mayores. Manifestábamos nuestra sorpresa al conocer que, de 71 residencias que hay en Navarra, solo dos son públicas, y nos saltaron las alarmas al sospechar que nuestra madre hubiera estado inmersa en un entramado de posible negocio, que lleva a fondos de inversión a interesarse por las residencias privadas. Te preguntas que si el planteamiento de estas empresas es la rentabilidad, y no dudan en recortar en personal y cuidados, este pudiera haber sido el determinante del elevado índice de morbilidad y letalidad por el covid-19. Queremos saber, en definitiva, si nuestros familiares han recibido una adecuada atención integral, psico-socio-sanitaria durante el tiempo en que por la pandemia las residencias han estado cerradas a las visitas de los familiares. Más cuando el cuidado nos lo cobran, a precio de oro». Reconocimiento. «Durante el año y medio en que nuestra amatxo ha estado en la residencia, hemos observado y escuchado a los trabajadores sus quejas por la escasez de personal de cuidados. Este déficit no ha surgido durante la pandemia. Ya venía de antes. Queremos destacar el sobreesfuerzo y motivación de los profesionales sociosanitarios de la residencia. Agradecer su dedicación y buen hacer profesional, agradecimiento que hacemos extensivo al conjunto de la plantilla. Se merecen una reparación social y un mayor reconocimiento profesional, laboral y económico». Anhelo futuro. «Cuando hablamos de cuidados, conceptos como inversión, especulación o rentabilidad económica debieran ser tipificados como delito. En esta pandemia ha aflorado una grave carencia que exige revertir el modelo asistencial que se da a la gente mayor. Los centros sociosanitarios deben ser de titularidad y gestión pública, accesibles y asequibles económicamente, con un modelo que prime una asistencia integral de calidad, como primera consideración. Lo ocurrido en las residencias durante la pandemia obligaría a no demorar esta decisión cuya importancia consideramos de primer orden. Que nuestra amatxo ya no esté y que le haya tocado vivir un episodio que pasará a la historia de los horrores –nos tememos que sin responsables ni consecuencias penales–, no implica que abandonemos una necesidad que requiere una respuesta de urgencia. Las personas mayores que necesiten o decidan vivir en una residencia se merecen una atención integral de calidad. Es un derecho y además se lo han ganado con el esfuerzo de su trabajo. Quienes ahora escribimos como hijos e hijas, también seremos mayores en más o menos tiempo. De eso no se libra casi nadie».