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SALUD

La obesidad mórbida


En ocasiones nos encontramos con personas que padecen obesidad, usualmente severa que, a pesar de estar haciendo un tratamiento nutricional o haber hecho varios, siguen encontrando muchísima dificultad para adelgazar. Esta situación acaba siendo frustrante para la persona que lo sufre principalmente, pero dicho esfuerzo también puede acabar siendo cuestionado por parte de su entorno y de los sanitarios que puedan atenderles. Sin embargo, es preciso que entendamos varias cuestiones, antes de frustrarse (los propios pacientes) y antes de señalar (su entorno y resto de sanitarios).

El problema es que tenemos la misma idea de lo que es la obesidad que hace 60 años: «Menos plato y más zapato» es una frase que sigue escuchándose en muchas consultas médicas. En primer lugar hay que plantearse cómo llega alguien a presentar una obesidad severa o mórbida. ¿Por descuido?¿por gula?... nada más lejos de la realidad.

Distintos estudios en población obesa adulta e infantil afirman que aproximadamente un 6% de la muestra clínica puede ser diagnosticada con trastorno por atracón (TA) y un 14% manifiestan formas subclínicas de dicho diagnóstico. Otros estudios encuentran que, al mismo tiempo, el 40% de las personas que sufren TA, padecen además obesidad. ¿Casualidad? Para nada. Este trastorno es el más frecuente de entre todos los trastornos de la conducta alimentaria en población obesa, y es que la obesidad tiene varios efectos negativos sobre el estado psicológico, y la gravedad de los trastornos psicológicos se correlaciona con el grado de obesidad. Es decir, la obesidad puede contribuir al comportamiento de los trastornos alimentarios y viceversa.

Entonces, ¿qué tratamiento se debe ofrecer a las personas que acuden a consulta con una obesidad severa? La mayoría de las veces, por no decir todas, se ofrecen dietas muy restrictivas que, al no lograr los objetivos de pérdida de peso “esperados”, se traduce en frustración, angustia y vuelta a empezar el círculo vicioso del comer emocional. Y no solo vuelven a empezar los atracones y/o sobreingestas. El aumento de peso se hace también más evidente, y no solo porque se coma “en exceso”, una razón extremadamente simplista y que tiende a “culpabilizar” a la persona que lo sufre. Tenemos que saber cómo funciona el tejido adiposo (graso) cuando la obesidad se establece y cuándo esta se acaba convirtiendo en obesidad severa. Partiendo de que la obesidad es un exceso de tejido adiposo corporal (grasa), es necesario saber que es la alteración funcional de este tejido adiposo y no únicamente su acumulación, la que juega un papel relevante en esta patología.

Así, en periodos de sobrealimentación, los adipocitos (células grasas) a fin de almacenar el exceso de energía, aumentan su tamaño (hipertrofia), y cuando esta situación persiste en el tiempo, se generan nuevos adipocitos (hiperplasia), para mantener la función normal del tejido adiposo. Esto es que, ante una sobrealimentación más o menos habitual a lo largo de los años, aumentamos el tamaño de nuestras células grasas hasta que no pueden absorber más grasa y se crean nuevas, por lo que con el paso de los años, el resultado es que tenemos mayor número de células grasas.

La cuestión es que la pérdida de peso (a costa de la masa grasa) solo disminuye el tamaño de estos adipocitos, no su número. Un ejemplo: si dos personas se comen un donuts, la persona que haya acumulado mayor número de células grasas será más tendente a engordar que la que tiene menos. Esta es, y no otra, la razón por la que llegados a este punto, cuesta tanto adelgazar, aunque la persona cumpla a rajatabla su tratamiento dietético.

De modo que, antes de culpabilizar y rechazar a las personas que padecen esta condición, quizá deberíamos reciclarnos, y entender que para mejorar la atención médica brindada a estas personas, es necesario un mayor intercambio de experiencias y conocimientos especializados entre los profesionales de la salud que trabajan en el campo de la obesidad con los que trabajan en el campo de los trastornos alimentarios, y viceversa. Además, saber que pueden ser necesarias intervenciones psicológicas y psicofarmacológicas así como nutricionales y / o conductuales (no solo dietéticas) que aborden simultáneamente el control del peso y la reducción de los comportamientos alimentarios alterados.

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