2020 UZT. 19 Elkarrizketa «El fado ha sido siempre urbano y se mueve y construye de acuerdo con la sociedad» - Mariza Jazzaldia de Donostia es el primer festival internacional del género que desafía al covid-19 y la portuguesa Mariza, su cabeza de cartel y primera gran cantante extranjera que visita Euskal Herria en tiempos de pandemia. Reivindicará la actualidad del fado y la herencia de su referencia mayor, Amália Rodrigues. Iñaki Zaratiegi Mientras que las tradicionales citas jazzísticas de Getxo o Gasteiz han quedado este año en barbecho a causa de la alarma sanitaria, Donostia sí celebrará su evento veraniego. La 55ª edición de Jazzaldia tendrá lugar entre los días 22 y 26 de esta próxima semana en formato especial adecuado a las circunstancias. No habrá programación en la playa de Gros, sí en las terrazas del Kursaal. Se mantienen las citas de pago en el cubo mayor, Teatro Victoria Eugenia, Museo San Telmo y plaza de la Trinidad, txoko emblemático del certamen. Será en ese entrañable rincón de la Parte Vieja, en la gran noche del sábado y con el aforo reducido a 600 personas y las entradas agotadas desde semanas antes, donde brillará la estrella mayor del verano: Maria dos Reis Nunes, conocida internacionalmente como Mariza. La nueva diva portuguesa y representante mayor de la música lusa (en 2018 fue nombrada embajadora de la UNESCO para la preservación del fado tradicional) nació en diciembre de 1973 en la freguesia de Nossa Senhora da Conceição en la antigua ciudad de Lourenço Marques. La actual Maputo era entonces capital de la provincia colonial portuguesa de Mozambique, país que consiguió su independencia dos años después. Sus progenitores (madre mozambiqueña y padre portugués) emigraron a la exmetrópoli cuando la pequeña tenía cinco años para instalarse en el popular barrio lisboeta de la Mouraria, cuna del fado. Y esa fue la música que empapó su infantil instinto musical, empujada por el amor melómano de su propio padre que regentaba el pequeño bar Zalala (nombre de una playa mozambiqueña) y al que años después Mariza dedicaría la canción “Tasca da Mouraria”. Aquel fue su primer escenario, en familia, cantando para apenas una docena de espectadores. Así lo recuerda ahora para 7K. «Tuve la inmensa suerte de crecer en un típico barrio lisboeta, donde el fado es parte esencial de la vida diaria de la gente. Si no hubiera crecido allí, no sería fadista. Sería quizás cantante, pero de otro género musical. En mis comienzos viví rodeada de fadistas tradicionalistas y aprendí con ellos. Porque, como el flamenco, el fado es una tradición oral. Fue allí donde tuve la primera influencia de esa música e incluso hoy en día continúa siendo el lugar donde sigo buscando inspiración cada vez que la necesito». Se inició discográficamente en el año 2001 con su exitoso álbum “Fado em mim”. La reválida y catapulta internacional fue “Fado curvo”. Vendrían luego “Transparente” (con el flamenco José Mercé de invitado), “Terra”, “Mundo” (con el productor Javier Limón) o “Mariza”, en 2018, en el que debutó como compositora con “Oração”. En 2007 había participado en la película “Fados”, de Carlos Saura, interpretando “Meu fado meu” junto al cantaor Miguel Poveda. Exuberancia escénica, discreción personal. A sus 46 años de edad acumula fama y nominaciones (Premio Luso-Español de Arte y Cultura, Master Berklee College of Music de Boston, premio BBC Radio 3 o Deutscheschalplatten Kritik, European Border Breakers Award, Prémio Amália Internacional, Medalla Sociedad de Artes, medalla de las Ciencias y Letras del Estado francés…) y su vida sentimental ha tenido reflejo en la prensa people portuguesa. Ese notorio eco público y su exuberante actuar escénico contrastan con una actitud profesional al ser entrevistada. Rechaza explicar algunas cuestiones musicales (cómo se siente en un festival de jazz y cuál es su relación con ese género, qué conoce de la música vasca tras sus repetidas visitas...). Y se cierra a la hora de hablar sobre aspectos que se salgan supuestamente de su mundo artístico. Como avisaron sus promotores, «Mariza não fala sobre política, religião, ou outros assuntos que não sejam a sua música e os seus concertos». La notable intérprete prefiere comunicarse en inglés antes que en el portuñol que domina bien y seleccionar las respuestas. Nos quedamos sin saber cómo ha pasado el confinamiento y si le ha sabido tan mal como cuando regresó a escena en 2012, tras casi dos años de pausa por el nacimiento de su hijo y declaró que se «estaba volviendo un poco loca». «No puedo vivir sin cantar, es algo que me alimenta». Tampoco sabremos su opinión sobre cómo ha sufrido Portugal la pandemia del covid-19 y cómo ha quedado de tocado el sector cultural con la crisis. Durante los meses de encierro se pudo ver, por ejemplo, a la ex Madredeus Teresa Salgueiro posando en la lisboeta plaza del Rossio como apoyo a la campaña “Parados. Nunca calados. Unidos pelo Presente e Futuro da Cultura em Portugal”. Mariza prefiere no entrar en ese terreno. El fino color moreno de su piel es una primera pista de su origen medio africano y alguna vez ha recordado su pasado emigrante –«llegamos a Lisboa sin nada y sin nadie que nos quisiera. Nos metimos en la Moureria en una casa donde entraba el agua cuando llovía. No había dinero ni trabajo. Mi mamá era negra, mi papá rubio y yo con este colorcito. En 1977 los matrimonios mixtos no eran frecuentes ni bien vistos en Portugal»–. Pero no se muestra muy animada a la hora de calibrar el actual nivel de racismo social en un Portugal muy racializado y la influencia en la expotencia colonial de la explosión internacional bajo el lema “Black lives matter”. «Todo lo que tengo que decir sobre el particular ha aparecido ya en mis páginas de las redes sociales». Conmemoraciones y reconocimientos. La intención de la ilustre intérprete era celebrar este año sus dos décadas de actividad artística, conmemorando a la vez los 100 años del nacimiento de Amália Rodrigues (1920-1999), figura central de la cultura fadista lusa, con un disco ad hoc. La grabación del álbum de homenaje “Mariza Canta a Amália” se ha realizado entre Lisboa y Río de Janeiro, con el productor y violonchelista brasileño Jaques Morelenbaum, con quien vuelve a trabajar tras haberlo hecho en “Transparente” y en directo. Pero los planes se vieron estorbados por la pandemia y la salida del disco se ha debido retrasar hasta octubre. Es precisamente con el recital donostiarra del próximo sábado cuando vuelve a los escenarios antes de una mini gira otoñal europea. ¿Cómo será cantar ante un público separado y con mascarilla? «Me siento feliz por tener la oportunidad de poder actuar otra vez en público. Cantar así es algo muy nuevo. Hay que acostumbrarse a ello hasta que no llegue la vacuna anti covid-19. Estoy segura de que el recital en San Sebastián será igual de intenso que siempre. Es una alegría volver a los escenarios, eso es lo más importante. Seguro que el público espera también un momento así. Será una noche para recordar». Sus biógrafos apuntan a que la curiosidad musical de la joven cantante se fue abriendo a influencias foráneas como el gospel, el rhythm & blues o la música brasileña y ha acabado colaborando con notables colegas de diferentes géneros (el flamenco, la música brasileña y otros estilos) como los citados Morelenbaum, Mercé o Poveda y Cesária Évora, John Mauceri, Gilberto Gil, Ivan Lins, Lenny Kravitz, Sting, Tito Paris, Rui Veloso… «Mi música ahora es más un estilo único donde rejunto todas mis influencias, no solo el fado sino algunos otros ritmos. Y con la edad siento que mi lado africano me llama más». Es un bello balance para aquella niña pobre del arrabal fadero que recuerda que empezó a ser reconocida en 1999 a raíz de la muerte de Amália, en cuyos homenajes póstumos participó. Se puede leer entre líneas que se considera la heredera natural de la madre mayor del género. «El fallecimiento de Amália Rodrigues abrió un hueco. La muerte de la gran diva del fado dejó un espacio abierto para que pudiese aparecer alguien y aparecí yo». Y una muestra gráfica de su entrega al género musical luso es que entre otros tatuajes –«tengo muchos, no diré cuántos. Siempre hay una razón para hacerme uno más»– destaca la frase en su antebrazo derecho: “Solo Dios y yo tenemos la fuerza para iluminar mi fado”. ¿Por qué ese fervor por la gran dama de Portugal y este novedoso disco de homenaje? «Tenía imaginada esta grabación desde hace mucho tiempo. Amália sigue presente en nuestras vidas. La historia del fado puede dividirse en dos etapas: antes de Amália y después de Amália. Es la inspiración principal no solo para mí sino para muchos artistas portugueses y también internacionales, como lo es para toda la gente de Portugal. Este es mi tributo a Amália Rodrigues». Por debajo de esa influencia mayor, la vocalista atlántica ha señalado a la citada caboverdiana Cesária Évora como otra gran referencia y también a Montserrat Caballé, Nina Simone o Aretha Franklin, todas ellas ya fallecidas. «Las veo como unas voces únicas y como el símbolo de la fuerza de las mujeres. Son una gran inspiración para mí». La loca del pelo rubio. Sin la tradicional participación de los grandes del jazz estadounidense y reconvertido por la fuerza en europeo, el cartel del festival donostiarra alberga este año dos artistas portugueses más: el eurovisivo Salvador Sobral, que repite visita, y la también fadista Lina (Carolina Rodrigues), que también revisa a Amália, pero en su caso con una propuesta estilística más actualizada en comandita con el catalán Raül Refree. Es una de las muchas cantantes de fado de nueva generación que están dando un gran empujón a la mayor feminización del género: Carminho, Gisela João, Aldina Duarte, Ana Moura, Cuca Roseta, Teresinha, Amélia y Teresa Muge, Kátia Guerreiro, Mafalda Arnauth, Dulce Pontes, Mísia, Cristina Branco, Anabela… ¿Cómo sienten el fado las nuevas generaciones de portugueses? «El fado ha sido siempre una música urbana y, por lo tanto, se mueve y construye de acuerdo con la sociedad. Cuando yo aparecí, hace veinte años, los más jóvenes no lo escuchaban, quizá porque no se sentían identificados. Pero la gente empezó a prestar atención al género y se creó una apertura para nuevas voces. Es natural que el fado que se canta en estos días refleje una nueva realidad de Portugal que, sin perder su tradición y lo que tiene de reconocible, quiere dar unos pasos hacia adelante. Es muy interesante». Se pueden hacer comparaciones y similitudes entre la manera de abordar las canciones de Mariza y la de otras colegas, pero la luso-mozanbiqueña no tiene rival en cuanto a estilismo. «Las cantantes de fado iban de negro, tenían melena oscura, no eran muy fashion. Yo soy fanática de la moda, mi imagen no fue calculada sino que tenía dos buenos amigos, el estilista Rolo y el peluquero Eduardo, que me ofrecían cambiar de look cada día. Por eso la gente decía ‘¿Quién es esa loca que canta fado con un pelo tan rubio y tan corto?’». Sorprende que Mariza no pierda su tentadora sonrisa en medio de un repertorio de composiciones preñadas de amarguras y saudades. «Es que el fado no es sólo triste. Es una pare de la cultura portuguesa, un legado de música emocional, un sonido urbano que expresa emoción y sentimientos verdaderos. El fado tiene un cariz melancólico, una melancolía dulce, pero celebra los sentimientos de la vida. Así que puede ser triste o feliz como lo es nuestro día a día». Tras haber pasado en los últimos años por Bilbo o el Festival Folk de Getxo de septiembre (que este año ha sido suspendido), la gran dama de la música popular lusa regresa a Donostia en exclusiva y por todo lo alto. Le arroparán los instrumentistas Luis Guerreiro (guitarra portuguesa), Phillipe Ferreira (viola fado), Adriano Alves (bajo), João Freitas (batería) y João Frade (acordeón). «En San Sebastián cantaré algunas canciones del nuevo álbum dedicado a Amália y las más conocidas de mi repertorio de siempre. Será la celebración de los veinte años de mi carrera y creo que resultará muy hermoso».