7K - zazpika astekaria
las nuevas brujas

Las nuevas brujas se conjuran

La manzana de la madrastra de Blancanieves, la bruja de los cuentos infantiles, ha mutado en virus. ¿O no se acusó acaso al feminismo de la propagación del Covid-19 en las manifestaciones del pasado 8 de marzo? El grito de «Somos las nietas de las brujas que quemasteis» está más vigente que nunca, y la caza de brujas que tuvo lugar en Europa entre los siglos XV y XVII está siendo revisada desde el arte, las redes sociales y el activismo.


Esto de la brujería, cinco siglos después del inicio de la caza de brujas que arrasó a fuego Europa, es de lo más paradójico. Fijémonos en el cine: mientras en las salas se mantiene en cartelera desde setiembre “Akelarre”, la recreación del argentino Pablo Agüero de la persecución iniciada en Lapurdi por Pierre de Lancre en 1609 –de hecho, ha sido la película más vista durante los últimos fines de semana en Hego Euskal Herria–, se anuncia el inminente el estreno de “The Witches”, una nueva adaptación de la novela para niños de Roald Dahl en la que se basó la película de culto de los 90 protagonizada por Anjelica Huston. En “Akelarre”, las protagonistas son jóvenes, pobres, paganas y acusadas injustamente por un tribunal cruel, clasista y un poco enloquecido, todo hay que decirlo. En “The Witches”, la Gran Bruja es una Anne Hathaway, convertida en una hermosa y, a la vez, monstruosa villana, jefa suprema de unas brujas también muy enloquecidas que quieren convertir a los niños en ratoncillos.

De acuerdo, la visión de Dahl de las brujas como seres malvados es divertida: es ficción, es terror para pasar el rato... Lo mismo que la noche de Halloween, en la que las niñas en EEUU se ponen «sombreros de brujas» y juegan al «truco o trato», o el personaje de la madrastra de Blancanieves, con su manzana envenenada, a modo de Eva pérfida. Son cuentos, nada más... ¿Seguro? ¿Por qué este interés en dar esta visión de las mujeres, en ocultar o ridiculizar a las miles que fueron perseguidas por el poder?

Bajo la sombra de Mari. Museo de Arte e Historia de Durango, ubicado en el señorial palacio de Etxezarreta. Dado su éxito, la exposición ha tenido que ser prolongada hasta el 1 de noviembre. De aquí irá al palacio Aranburu de Tolosa, donde se inaugura el 23 noviembre. Titulada “¡Brujas!”, parece más bien un grito reivindicativo. Más aún teniendo en cuenta dónde estamos: en el epicentro desde donde se extendió en la primera mitad del siglo XV el movimiento hereje de fray Alfonso de Mella, diezmado en el fuego de la hoguera, y en el corazón de una comarca donde pocos años después se focalizó uno de los casos más importantes, y más desconocidos, de persecución de la brujería. Aquí, decían, vivían las “Brujas de Anboto”, adoradoras de Mari, el mito de la fertilidad que se escondía en la cueva situada a 1.200 metros de altitud.

Los historiadores no se ponen de acuerdo en las cifras, pero dicen que el número de procesados por el tribunal de la Inquisición de Durango entre 1499 y 1508 puede ser equiparable al de otro proceso más famoso, el de Zugarramurdi. En una casa de la calle de Kalebarria, durante mucho tiempo sus vecinos se preguntaron qué era aquel escudo que lucía en el segundo piso. Es el de la Inquisición, lo saben ahora. La época, en plena crisis en el bajomedievo, era de una fuerte conflictividad social; y los herejes y brujas y brujos condenados eran la mayoría trabajadores de la pujante industria manufacturera, segundones que se habían quedado sin propiedades por la instauración del mayorazgo, y también mujeres, viudas o solas. Mujeres peligrosas para el orden establecido, para quienes la única salida “aceptable” era el matrimonio, entrar en un convento o el servicio doméstico. Si no, a vivir amancebadas o beatas. Y aún así, porque en ellas pervivían sus creencias paganas, eran parteras, mujeres de edad avanzada e inválidas, o vivían fuera de las normas, podían terminar siendo acusadas de brujería.

Cristina Gutiérrez Meurs, artista y profesora de la UPV, además de comisaria de “¡Brujas!”, nos lleva al piso de abajo del museo. Hay una fotografía de la cárcel de mujeres de Durango en la posguerra. La cárcel estaba ubicada en el actual colegio de Las Francesas. Otra caza de brujas, y una placa en honor de «las mujeres que tras el golpe fascista de 1936 sufrieron prisión en este sitio por defender la libertad, la justicia social, el gobierno legítimo de la Segunda República y los derechos del pueblo vasco» que las monjas retiraron porque no estaban de acuerdo. Ahora la placa está en la acera de enfrente de lo que era la cárcel.

«La persecución de las mujeres es trasversal en la historia», reflexiona Sara Beiztegi, artista multidisciplinar y otra de las comisarias de esta exposición del colectivo EmPoderArte. Esta asociación internacional de mujeres artistas, a través de sus exposiciones, reflexiona sobre problemáticas relacionadas con las mujeres. «Somos artivistas», puntualiza Beiztegi.

Cinco siglos más tarde, han llegado a Durango estas “nuevas brujas” del siglo XXI. «Las representaciones de viejas con verrugas, narices grandes, vestidas con harapos, que cocinan pócimas repulsivas, no solamente son imágenes peyorativas de aquellas mujeres que padecieron persecuciones, sino que se minimiza y frivoliza la verdadera razón de las masacres perpetradas contra mujeres para robarles las tierras y las casas, para quedarse con su conocimiento y su medio de subsistencia (parteras, curanderas) o simplemente por no responder a las necesidades de la élite en el poder, ya que, aconsejando sobre métodos anticonceptivos o aborteros y, en consecuencia, ayudando a las mujeres a tener el control de sus propios cuerpos, ponían en riesgo los intereses del capitalismo patriarcal», escribe Pepa Santamaría.

Revisitar el pasado. Apunta Silvia Federici (“Caliban y la Bruja”) que aquella caza de brujas del XV al XVII fue una herramienta utilizada por el incipiente capitalismo para atemorizar a las mujeres, que gozaban de cierta libertad en el campo, y encerrarlas en sus casas para que se encargasen de la reproducción y el cuidado de sus familias. Federici estuvo en Iruñea el pasado año en el Primer Encuentro Feminista sobre la Caza de Brujas; el segundo, previsto para este año, se ha tenido que posponer al 2021. Mientras, no está de más darse una vuelta por la exposición “Maleficium. Navarra y la caza de brujas (siglos XIV-XVII)”, abierta hasta final de año en el Archivo de Nafarroa y que muestra documentos de aquellos procesos judiciales. Porque la cuestión de recuperar la dignidad y la memoria histórica, como pretenden hacer estos días en Escocia, donde 2.500 personas fueron ejecutadas bajo la Ley de Brujería (Witchcraft Act) vigente en las Tierras Altas y Bajas escocesas de 1563 a 1736. Hay una campaña y un concreto, que se celebrará en noviembre telemáticamente o de forma presencial, encabezado por la abogada Claire Mitchel, con el apoyo de la Law Society o cuerpo profesional de abogados escoceses. Lo que se pretende es «el perdón de todas las convictas de delitos de brujería, una disculpa a todos los acusados bajo la misma ley y un monumento nacional conmemorativo». Aunque llegue tarde.