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SALUD

Restringir, ¿consecuencias o beneficios?(I)


Restringir no implica dejar de comer, más bien se refiere a comer menos de lo que nuestro cuerpo necesita de forma deliberada. Como parece que es una práctica que va en aumento, sobre todo en población cada vez más joven, hay que plantearse: ¿Comer menos de lo necesario tiene cero consecuencias? y ¿comer menos de lo necesario es más saludable, o ayuda a prolongar la vida? Si hay un estudio importante sobre el impacto de la restricción en el metabolismo y la salud tanto física como mental de las personas sanas ese es el “Experimento de inanición Minnesota”, que se llevó a cabo desde noviembre de 1944 hasta diciembre de 1945 y sus resultados se publicaron en 1950.

Para este estudio se contó con 36 hombres de entre 22 y 33 años con buena salud física y mental. El objetivo era someterles a una restricción severa, observarles y realimentarles de nuevo, todo ello bajo un estricto control y monitoreando todas sus constantes. En la primera fase, que duró 12 semanas, se hicieron valoraciones y mediciones tanto fisiológicas como psicológicas. Se les suministró una dieta controlada de unas 3.200 kilocalorías. Posteriormente, en la segunda fase, que duró 24 semanas, se les administró una dieta muy restrictiva (1600 kcal). La tercera fase fue la llamada de recuperación restringida de 12 semanas de duración y donde se distribuyó a los hombres en cuatro grupos, a cada uno de los mismos se le asignó un tipo dieta de rehabilitación. Y, por último, durante la cuarta fase de 8 semanas, no hubo ningún tipo de restricción, aunque sí se registró lo que comían.

Resultó que, durante la fase de restricción, los voluntarios llegaron a perder el 25 % de su peso, sufrieron mareos, alopecia, disminución de masa muscular, agotamiento, hipotermia, alteraciones gastrointestinales, hormigueo en manos y pies, edema, dolores de cabeza y disminución de la tasa metabólica basal. Además, experimentaron dificultades de concentración y comprensión, irritabilidad, alteraciones del sueño, depresión, falta de deseo sexual, aislamiento social y déficit de la higiene personal.

En relación a la conducta alimentaria, los sujetos experimentaron una obsesión con cualquier cosa relacionada con la alimentación. Se observaron pensamientos de carácter obsesivos en torno a la ingesta y las pocas conversaciones que mantenían eran sobre la comida, observaban a las personas comer y desarrollaron rituales al alimentarse, aislándose para comer, tardando horas en comer la ración, distribuyendo los alimentos alrededor del plato, diluyendo la comida en agua para que pareciera más abundante...

En las últimas fases, pese a que las raciones iban aumentando progresivamente, el hambre constante no parecía disminuir y cuando se les permitió comer con normalidad en la cuarta fase, la mayoría no podían parar de comer, incluso meses después del final del experimento, como consecuencia de la necesidad de recuperarse del déficit. Esto que llamamos hambre extrema, les duró meses. 

Curiosamente, si en personas sanas física y psicológicamente la inanición tuvo un efecto tan importante, imaginemos lo que puede desencadenar en personas con más factores de vulnerabilidad, como aquellos que sufren un trastorno de la conducta alimentaria o utilizan la restricción como conducta compensatoria o aquellas que se someten a dietas prolongadas a lo largo de su vida.

Una restricción prolongada es vivida como una “agresión” por nuestro organismo, así que tratará de recuperarse poniendo en marcha numerosos mecanismos fisiológicos para aumentar la ingesta. De modo que si tras una temporada de dietas hipocalóricas, aparece un aumento de la sensación de hambre, esto nos puede hacer entender que no es una cuestión de falta de voluntad el hecho de no poder “contenerse”, si no la necesidad de recuperar el déficit.

Cuando alguien asegura que durante la etapa restrictiva no “siente el hambre”, pongámoslo en duda. Debemos diferenciar entre tener hambre y tener apetito. Hambre se refiere a la necesidad fisiológica de ingerir alimentos para satisfacer nuestras necesidades energéticas; el apetito, al deseo de comer un determinado alimento.

Es decir, que no me apetezca o sienta deseo de comer (apetito) no significa que la hormona que deriva de las células grasas no informe al cerebro (una de las señales de hambre), o que las hormonas intestinales hayan dejado de transmitir las señales de hambre al cerebro. O sea, que el deseo de comer no esté presente (origen emocional, conducta alimentaria) no significa que tu organismo haya dejado de funcionar en algo tan esencial para la vida como es la regulación de la alimentación. No percibes señales de hambre no porque no estén, sino porque estás alterando la conducta alimentaria.