7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Querido conflicto (carta a un enemigo):


Me ha costado empezar a hablarte de tú a tú, cualquier persona a quien le dijera que iba a escribirle una carta al conflicto, así como si fuera alguien, me miraba extrañado y luego preguntaba. Y sí, se extrañaban aún más cuando les decía que iba a escribir una carta de agradecimiento a los conflictos que cualquier persona pudiera tener.

Es cierto que he decidido dejar fuera aquellos en los que no hay igualdad de condiciones, hay abuso de una persona sobre otra, explotación o violencia. Probablemente a esos no los llamaría simplemente conflictos, y requerirían otro tipo de interpelación. En esta carta, en cambio, me dirijo al conflicto que ha aparecido en momentos que estaban siendo en general buenos, agradables para, inesperadamente, impactar en el equilibrio y desbaratarlos a través de un malentendido, una discusión intensa e incluso una ruptura. Y no puedo expresar más que gratitud, pasado el tiempo.

En aquel momento te entendí mal, no me di cuenta de la razón por la que aparecías en medio de la quietud, cuando la relación con un amigo, familiar, pareja, o compañera de trabajo, iba aparentemente bien. De hecho, en cuanto te sentí llegar me puse tenso, no quise escucharte, no quise sentir nada de lo que me hacías en las tripas o en la espalda, con la tensión que generabas, sin embargo, sé que no leí bien los signos, no entendí tu lenguaje. Me resultabas desagradable, injustamente cortante, me desilusionabas y me rompías al oído los sueños, diciéndome frases secas. Me costó un rato –y solo lo logré parcialmente tiempo después– distinguirte de mi propia manera de criticarme, o de sacarme los defectos, no supe distinguiros a ambos porque ambos me hacíais sentir mal conmigo, aunque por razones muy diferentes. Quizá porque cada vez estamos menos acostumbrados a tolerar desacuerdos, o la simple incomodidad, pasé un tiempo largo ignorándote, y sobre todo evitándote.

He hecho verdaderos esfuerzos para no escucharte, pensando que nunca traes nada bueno, sin embargo, me doy cuenta ahora de que no hacías más que darme oportunidades, una tras otra. Y no solo a mí, sino a la persona que estuviera conmigo oyéndote. A menudo aunábamos fuerzas para no escucharte de verdad, en tu voz íntima, real; es cierto que peleábamos, que nos retorcíamos, competíamos, chillábamos o llorábamos, intentando recuperar el estatus que nos habías hecho perder, la estabilidad, la razón… Intentábamos recuperar lo que ya no era posible. Cuando nos encontrábamos en ese momento tan desagradable, ambas partes luchábamos, nos afanábamos en seguir manteniendo una identidad, poder predecir las cosas que nos pasaban sin cambiar nada, y detener el tiempo que pasa, que notábamos pasar gracias a ti.

Luchábamos para evitar lo inevitable pero, para entonces, el tiempo de relacionarnos de aquella manera ya había terminado y no nos habíamos enterado. Y tampoco nos dábamos cuenta de que teníamos una oportunidad de parar y pensar y lo más importante: de crear futuro para nosotros. Ninguna relación puede vivir del pasado, de lo que funcionó cuando una u otra parte era diferente, era quien ya no es. Supongo que esto sucede porque no podemos ver el tiempo mientras pasa, solo allá, cuando el momento ha pasado, vemos la diferencia. Ahora me doy cuenta de que eras una necesidad, incluso deseable. Nos hacías sentir incómodos para apelarnos, para llamar nuestra atención, nos dabas la oportunidad de crecer atravesando lo que fuimos, y lo más estupendo –y tan difícil de entender entonces– es que nos forzabas a hacerlo juntos. Si te escuchábamos, teníamos la posibilidad de pararnos a valorar en quién nos habíamos convertido sin darnos cuenta, reconocer lo mismo en el otro, y vernos con la piel cambiada, más frágiles un rato, pero con un nuevo periodo que se abría, nuevo, para hacer de él lo que quisiéramos, esta vez sí, incorporando lo que habíamos logrado. Así que, gracias, enemigo mío, y disculpa si no te entendimos.