2021 API. 04 La lucha entre el cuerpo y la mente Cara a cara con la anorexia Los porcentajes de los trastornos en la conducta alimentaria aumentan cada año, afectando cada vez más a personas más jóvenes. La vulnerabilidad es un factor a tener en cuenta, más cuando parece que la sociedad aprieta sin mesura con cánones estrictamente establecidos. Amaia Barrena García y Leire Martin Curto han hecho pedagogía de su lucha y cuentan sus vivencias en forma de poesía y novela ilustrada. Esta es su historia. Xandra Romero Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son un grupo de trastornos mentales caracterizados por una alteración del patrón de ingesta de los alimentos y/o de la conducta para controlar el peso. Se consideran trastornos de origen multifactorial, originados por la interacción de diferentes causas de origen biológico, psicológico, familiar y sociocultural, y provocan consecuencias muy graves para la salud tanto física como mental de la persona. Un TCA es, por tanto, una enfermedad mental grave y muy compleja que afecta en el Estado español a alrededor de 400.000 personas (300.000 entre los 12 y 24 años). Tan frecuente es, aunque no nos lo parezca, que su progresión ha llegado a ser etiquetada de “epidémica” en las sociedades avanzadas. Como prueba, algunas apreciaciones: un 11% de los adolescentes está realizando conductas de riesgo susceptibles de acabar cumpliendo criterios para el diagnóstico de un trastorno de la conducta alimentaria; en el Estado español se estima que un 21% de las mujeres y un 15% de los varones universitarios está en riesgo de sufrir un TCA. Este aparece cada vez a edades más tempranas y en los últimos cuatro años se ha constatado un incremento de un 15% en menores de 12 años. No es infrecuente que los TCA surjan de forma previa, simultánea o posterior a la obesidad. El porcentaje de la obesidad en los TCA, a lo largo de la vida, oscila entre el 35-40% de los casos. Además, los niños con obesidad infantil tienen más riesgo de sufrirlo. El aislamiento durante la pandemia ha multiplicado los casos de anorexia y bulimia pero también su gravedad y complejidad –se ha estimado que hubo un aumento del 66% en las admisiones hospitalarias durante 2020–. Con estos datos en la mano, sigue sorprendiendo lo poco que sabe la sociedad de esta enfermedad o la idea tan distorsionada o mitificada que se tiene sobre ellos, y es que un TCA no es un problema con la comida, ni con el peso, es un problema que se refleja en la comida y en el cuerpo. De hecho, la mayoría de las personas que los sufren pueden tener un peso y aspecto saludables. De lo que son y no son los TCA saben mucho Leire Martin Curto y Amaia Barrena García, dos jóvenes que los han sufrido y se han recuperado para contarlo a través de ilustraciones y letras que solo cuentan verdad. Leire Martin Curto quería irse a Barcelona a estudiar Ilustración, así que decidió contar su historia precisamente a través del dibujo como parte de su trabajo final de grado. Cuando se dio cuenta de la función terapéutica que esto tenía sobre ella, no lo dudó ni un instante y, por medio de Instagram, comenzó a mostrar los TCA y todo lo que se vive alrededor de ellos para acompañar y ayudar a quienes estuviesen pasando por ese proceso tan duro que ella conocía en primera persona. Para Leire el proceso fue realmente complicado porque para escribir su propia historia primero tuvo que contársela a ella misma en alto y luego, a los demás. El resultado es la novela ilustrada “Yo también quise ser como Ana y Mía” (Zenit, 2021), una historia de superación y también una historia ilustrada de cómo “nacen”, se “hacen” y también se superan los TCA. El caso de Amaia Barrena García fue parecido; acostumbrada a escribir bonito –escribe y es autora de varios libros de poesía–, cuando se dio cuenta de que necesitaba ayuda profesional tras diez años de sufrimiento y se encontró con un diagnóstico de anorexia nerviosa, decidió plasmar en un cuaderno todo lo que viviría y aprendería durante los largos meses de tratamiento en un hospital de día. Después ese cuaderno se convirtió en el libro “Un melón en la maleta”, que ha servido de libro de cabecera para que Amaia acuda a distintos centros escolares dando visibilidad a esta enfermedad y haciendo una impecable labor preventiva. Los libros de Leire y Amaia tienen como objetivo desmitificar la anorexia, dar visibilidad al sufrimiento que supone, a los pocos recursos con los que cuentan estas personas y, en ocasiones, también los profesionales. Pero además buscan dejar claro que los TCA se curan y no tienen por qué convertirse en enfermedades crónicas si se hace tratamiento a tiempo. El estudio de esta enfermedad, que data del medievo y que según la bibliografía al respecto se la denominaba por entonces “santa anorexia” por su relación con la pureza espiritual, ha evolucionado muchísimo durante estos años, y hoy en día se cuenta con suficiente información sobre qué factores de riesgo están detrás de estos trastornos mentales o qué los causan, entre otras cuestiones. Sin embargo, sigue siendo una enfermedad desconocida, juzgada y malentendida por muchos, incluso por las personas que los sufren. Eso es lo que les ocurrió a Leire y a su entorno, quien reconoce que hasta no haberlo vivido en su propia piel, no supo de qué trataban realmente. Amaia Barrena García. ¿Cómo y cuándo descubrieron que tenían un problema? Leire: Yo pensaba que las personas que lo padecían eran personas extremadamente delgadas y que vomitaban. Recuerdo tener la idea de lo que era un TCA desde que era pequeña, pues lo descubrí a través de la famosa serie Hospital Central. Yo no me veía así y recuerdo también cómo le costó a mi familia asumir este diagnóstico y comprender que un TCA no va asociado a la delgadez extrema y ni siquiera al deseo de estarlo. Amaia: Yo siempre creí que un TCA era algo que le pasaba a chicas obsesionadas con su imagen, que estaban extremadamente delgadas, bien por vomitar o bien por no comer, algo así como modelos o actrices a las que se presiona por su físico. Por otra parte, también pensaba que tener depresión era estar todo el día sin poder salir de la cama o llorando. Nunca se me pasó por la cabeza que yo pudiera tener ambos problemas. ¿Qué fue lo que más les costó asimilar cuando tuvieron conocimiento del diagnóstico? Amaia: La palabra “anorexia” se me hacía enorme. Muy grave. No podía referirse a mí, que ni siquiera estaba delgada. Que solo quería “cuidarme”. Vale que me preocupase por no engordar, pero como todo el mundo, ¿no? Se me hacía imposible imaginarme como alguien enferma. Creo que fue eso lo más difícil. Comprender que no eran manías, que no era “normal” cómo me sentía o cómo actuaba. Que era un diagnóstico médico. Me costó verme a mí misma como una chica con una enfermedad mental. Leire: Cuando me lo diagnosticaron, nadie me explicó nada y, de hecho, en unos análisis vi cómo ponían el diagnóstico. Pensé: “Yo no tengo nada, yo controlo”. Hasta que toqué fondo y se me cayó el mundo encima; ese fue el punto de inflexión en el que pasé de no ver lo que me pasaba a verlo claramente. Ahí empecé a creer todo lo que el resto llevaba tiempo señalándome. –Cuando Leire constata por primera vez que le “preocupa” su peso es tras una visita de rigor a la pediatra, en la que ésta le sube a la báscula y le dice que todo está bien, que pesa 60 kg–. ¿Qué les parece este modus operandi ahora que pueden verlo con distancia? ¿Son el peso y otros datos clínicos una información que debe conocer un niño o adolescente o, por el contrario, son datos que aportan información a los profesionales y, solo en caso de que algo sea significativo de alteración alguna, los profesionales deben compartirlos con sus padres? Amaia: Conozco bien cómo en el día a día esto ocurre en muchos casos de TCA y otros adolescentes lo sitúan como un evento dietante: se sienten señalados y responsabilizados de un dato, una cifra, cuando en realidad no debería ser así. Leire: Lo cierto es que en medio de un malestar emocional que ya arrastraba, realmente sí me chocó saber el peso. Ese día empezó todo, ese fue el detonante final. –Muchas veces, los sanitarios, también piensan que los TCA son un trastorno mental que acontece tras el deseo de estar delgado. Sin embargo, nada tienen que ver con esto, simplemente, porque no solo existen la anorexia y bulimia nerviosa, también los trastornos por atracón que usualmente cursan con sobrepeso, los trastornos de la conducta alimentaria no especificados y muchísimas versiones distintas en población infantil y juvenil como la pica, el trastorno por evitación de alimentos, etc– . Los TCA no son el resultado de una decisión, sino enfermedades muy graves y determinadas biológicamente. ¿Qué obstáculos encontraron en el servicio de salud o entre los propios sanitarios que las atendieron? Amaia: Los TCA son trastornos muy duros y difíciles de superar y creo que no hay inversiones suficientes en el sistema sanitario público. Se habla mucho y se da mucha importancia a las enfermedades físicas y se olvida y se denosta el sufrimiento de las enfermedades mentales como los TCA. Yo misma me pregunto a veces qué hubiera pasado conmigo si mis padres no hubieran podido pagarme una psicóloga privada y, más adelante, una unidad de día. Creo que he sido una auténtica privilegiada en ese sentido porque encontré unas profesionales maravillosas. –Tan agradecida está Amaia que todos los terapeutas que le ayudaron a recuperarse aparecen retratados en su libro de una manera muy especial–. Leire: Mi problema apareció más en la pubertad y mi primer acompañamiento terapéutico corrió a cargo de la psiquiatra de zona. Acudí una vez y me acusó de vomitar cuando no lo hacía. Salimos mi madre y yo llorando y yo dije que no volvía. Entonces, acudí a una clínica privada, donde la psicóloga que me atendía estaba cinco minutos conmigo y una hora con mi madre. Estos profesionales solo estaban interesados en la reintroducción de alimentos, pero no en saber qué me pasaba. Todo cambió cuando, transcurridos dos años, encontré a Sonia, mi psicóloga a quien estoy muy agradecida –tanto que es una de las figuras más importantes de su novela gráfica–. No obstante, esto no quedó aquí. Este año, estando ya recuperada del TCA, acudí al médico de cabecera por otro asunto, y este, directamente al leer mi historia clínica, se atrevió a sentenciar que no me iba curar nunca. –Y es que, si bien es común la gordofobia en sanitarios, no muy lejos queda el juzgar y responsabilizar a alguien que sufre o ha sufrido un TCA, como si hubiese sido decisión propia enfermar, como si fuese un capricho–. En ambas novelas, la anorexia y bulimia aparecen retratadas como personajes maquiavélicos que obligan, látigo en mano, a cumplir cada norma alimentaria o exigencia de cualquier tipo. Leire: La autoexigencia conmigo misma fue la norma que más me costó vencer. Relajarme y permitirme ser yo misma. En segundo de bachiller, la medicación que tomaba me generó efectos secundarios entre los que estaban el hecho de no poder retener o recordar lo que estudiaba, de modo que empece a suspender por primera vez. Esto me llevó a frustrarme y me perdoné a mí misma. Amaia: El hecho de estar quieta fue la norma del TCA que más me costó sobrepasar. Comer no parecía tan difícil mientras hacía ejercicio o andaba. De hecho, tuve que tomar medicación por esta razón: el día que la nutricionista me planteó una pauta de cenas que tenía que hacer. Ahora lo recuerdo y me hace hasta gracia porque no sé de dónde salieron las ganas y la fuerza. Pero lo hice. Y sin ella y su cariño hubiera sido imposible. Construir el relato. Ambas relatan de forma muy sencilla y fácil cómo empezó y por qué a gestarse la base del TCA. Viendo el modo en el que construyen el relato, queda patente que esa claridad solo ha sido posible llegando al final del tratamiento y el proceso. En el caso de Amaia, el orden de su relato lo sitúa en el presente pero con pequeñas miradas hacia sí misma y hacia el pasado. No obstante, las dos hacen una línea del tiempo similar. Leire defiende que todo tiene un porqué, y pone el foco en distintas dificultades en su vida, así como en su forma de ser por entonces, más retraída. Cuenta que cuando ya se ha instaurado el TCA, coexiste con una primera fase de negación y aconseja que los familiares se acerquen y acompañen a la persona que está sufriendo para que cuando toque fondo pueda pedir ayuda. Por suerte, siempre supo que podía pedir ayuda. Amaia, de forma similar, recuerda burlas y dificultades en el colegio, el instituto y después, en la universidad, siempre en relación al físico. Perdió peso y el refuerzo positivo por parte de su entorno la atrapó, pero reconoce que igualmente se veía fea y gorda. Estaba obsesionada con la comida y con el control de sus rutinas y acabó ingresando en un hospital de día. Leire Martin Curto. El tratamiento y proceso de recuperación de los TCA es largo y, como todo proceso, supone un aprendizaje. ¿Cuál ha sido el mayor aprendizaje de haber sufrido un trastorno? ¿Cómo serían si no hubiesen pasado por todo esto? Leire: Ha sido duro y podía haberlo aprendido de otra forma, pero me ha hecho ser la persona que soy ahora. De no haber sido por esto, hubiese estado toda mi vida sin poder expresar lo que siento, aunque seguro que esto hubiese explotado por otro lado. No cambiaría estos años de vida a pesar de lo duro que ha sido. Este camino me ha enseñado a expresar, a ponerle nombre a las emociones, a saber que puedo decir lo que siento. Me propuse salir de esto y lo conseguí y, no solo eso, esto sirvió para que la familia se uniese aún más. Amaia: Creo que soy una persona completamente diferente a la que era antes del tratamiento. Estuve enferma diez años, desde los 18 hasta los 28, uno de tratamiento y llevo dos curada. No me recuerdo sana en ningún momento, para mí la vida ha empezado ahora. De no haber pasado por esto, supongo, sería infeliz, y puede que hasta con una profesión que odiase solo por no decepcionar y ser la mujer “triunfadora” que se esperaba. En este sentido, creo que lo más importante que he aprendido lo resumiría en dos frases: prefiero ser libre que perfecta, y la segunda, que es de Benedetti, es algo que me enseñaron mi nutricionista y mis psicólogas. “He aprendido que si las cicatrices enseñan, las caricias también”. He aprendido a quererme. Los TCA se curan pero requieren tratamiento intensivo en un centro o con profesionales especializados. Puede llevar varios años, puesto que depende del tiempo de evolución de la enfermedad y del deterioro físico y psicológico que presente la persona, así como del apoyo familiar y la conciencia con respecto al problema. Para ambas la recuperación es un hecho. Leire: Diría que estar recuperada es cuando la comida no condiciona tu vida o dejas de ser una calculadora con patas. Cuando no dependes de esas normas, puedes disfrutar sin culpa y ansiedad o cuando puedes estar sentada en el sofá sin sentirte culpable. Antes, cualquier problema lo trasladaba a la comida y ahora, tengo otros recursos. Amaia: Para mí es poder estar en un bar con mis amigas, que se me antoje un pincho de tortilla, y sin tener ni hambre, solo porque me apetece, comérmelo. Sin secar el aceite de la tortilla con la servilleta, sin calcular las calorías, sin que me duela la tripa después de la culpabilidad, sin restringir la cena o negarme alimento hasta el día siguiente, sin irme antes para hacer ejercicio al llegar a casa, sin insultarme, sin pensar que el resto me mirará comer pensando “normal que esté gorda”… Nunca pensé que podría comerme un pincho de tortilla porque sí. Eso es para mí haber superado el TCA. ¿Cómo se ven físicamente, y que relación tienen con su cuerpo? Leire: Soy capaz de mirarme al espejo y gustarme. Vestirme y ver que me queda bien, poder ponerme un bikini sin sacarme defectos. En definitiva, me encuentro bien y no temo salir y encontrarme con mi reflejo. Amaia: Yo soy consciente de que a veces aún tengo cierta distorsión con mi cuerpo. Si estoy más baja de ánimo o he tenido un disgusto, me veo mal al momento. Aunque ese mismo día hubiese visto un cuerpo totalmente diferente por la mañana. Sigue sin gustarme mi imagen, pero la diferencia es que ahora me gusta habitarme.