7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Queridos adversarios


El instinto de supervivencia y preservación más crudo es un mecanismo aliado y, al mismo tiempo, una inercia que nos vuelve individualistas, nos aísla. Reaccionar rápidamente, sin darle demasiadas vueltas, ante una agresión y hacerlo contundentemente, nos preserva. Hacerlo ante la previsión de una agresión, también; pero hacerlo ante una sospecha, quizás no tanto. Como en todo, la mesura nos permite pensar una vez atravesado el umbral de la amenaza directa. La reacción compite con la reflexión y, mucho más, con la conciliación.

Y, sin embargo, somos seres que reaccionan constantemente ante los estímulos ambientales, los sociales, los presentes, los pasados y los futuros, los tangibles y los imaginados. Y gracias a esa cadena de percepción y reacción, vamos sobreviviendo. Cuando surge un conflicto con una persona cercana, incluso uno intenso, definitivo, la cadena de acción reacción (mediada por la percepción de cada cual) cumple un papel principal, incluso llega a dominarlo todo, cuando adquiere cierta autonomía.

En los primeros estadios de cualquier conflicto, las acciones propias se viven a menudo como reacciones justificadas (y casi inevitables) ante las acciones del ‘adversario’. En esta fase se dicen cosas como “me haces sentir…”, “me obligas a…”, casi abdicando convenientemente de nuestra responsabilidad en la percepción, interpretación y acción subsiguientes. Y eso que todo eso sucede dentro de nosotros.

En cierto modo, reaccionando de esta manera, sin filtro, poniendo la causa en el otro, le estamos dando el poder al otro para encender o apagar nuestro descontrol, para dominarnos. Creemos estar resolviendo un conflicto cuando enconamos las posturas, argumentamos de forma irrebatible o desprestigiamos cualquier argumento ajeno. Sin embargo, simplemente nos estamos defendiendo o atacando. Habitualmente, cuando tenemos un conflicto lo hacemos porque, de algún modo, tenemos que o queremos mantener la relación e ir a un lugar sin conflicto, por lo que, a no ser que aniquilemos al otro, llegará un momento en que necesitemos trascender la abdicación de nuestras propias decisiones, para expresar de otro modo a quien es o era adversario, cómo la realidad conjunta debe cambiar para tener un nuevo sentido.

Solo más allá de ese ping pong (y habitualmente escalada) de acciones y reacciones es posible el crecimiento, la transformación. Cuando alguien vence en la fase primera, sin asomarse a ese “más allá”, sin que haya hecho falta hacerlo por la contundencia, la siguiente realidad de la relación queda retenida, interrumpida, sosteniendo en un limbo artificial un “estar juntos” que ya no tiene sentido (de hecho, precisamente por eso surgió el conflicto en un primer momento). En otras palabras, el conflicto queda latente hasta la próxima acción, que resultará, probablemente, de una nueva acumulación de insatisfacción y sinsentido.

Ninguna de las partes quedará satisfecha porque una tendrá la razón pero no la compañía y la otra, tendrá el dolor y la deuda pero no el reconocimiento, y ambas carecerán de progreso, de posibilidades de adaptación. Y ambas, a su manera, pasarán por alto el eventual efecto positivo de escuchar y crear conjuntamente algo mayor que cualquiera de ellas: futuro.

Divide y vencerás, no escuches y tendrás razón, mejor solos y con razón que acompañados y distintos. Y de forma obsesiva en la mente y con una acción de repetición compulsiva, el uno por el otro, dejan la casa común sin barrer –ni reparar, ni ampliar, ni modernizar–. Supongo que todas las cosas que hacemos las personas tiene algún sentido en determinado momento, en determinadas circunstancias, en particular cuando sentimos la afrenta o el dolor, pero no siempre servirá lo que un día utilizamos para prevalecer.