2021 AZA. 07 Medio siglo de historia de Médicos Sin Fronteras «La memoria del olvido», una historia gráfica contra la «indiferencia» «La memoria del olvido» –editorial Blume– recoge a través de más de 140 imágenes gran parte de los 50 años de Médicos Sin Fronteras (MSF). Fotografías que documentan conflictos armados, hambrunas, desastres naturales y el sufrimiento humano, pero también la resiliencia de sus protagonistas que, lejos de ser víctimas pasivas, anhelan un presente y un futuro mejor. «Son historias basadas en personas ayudando a personas», resume en entrevista telefónica con 7K Juan Carlos Tomasi, autor de estas instantáneas. Fotografía: Juan Carlos Tomasi Ainara Lertxundi La vida del fotógrafo y periodista deportivo Juan Carlos Tomasi (Madrid, 1959) dio un vuelco en 1992 tras los Juegos Olímpicos de Barcelona, aunque desde que tenía diez años sabía, viendo en el telediario las imágenes de la guerra de Vietnam, «lo que quería hacer de adulto; cine, fotos, escribir». Tras aquella cita deportiva, Tomasi formó una productora de televisión. Un día de otoño de 1995 recibió la llamada de su amigo Rafa Vilasanjuan, responsable de Comunicación de Médicos Sin Fronteras, que dio un giro de 180 grados a su carrera. «¿Cómo tienes el pasaporte?, me preguntó. ‘En regla’, contesté. ‘¿Y el equipo?’. ‘Bien’, respondí.‘¿Puedes irte esta tarde a Ruanda?’, me dijo a continuación. No dudé la respuesta. Así hasta ahora», recuerda Tomasi a 7K. Desde 1995 forma parte del equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) y es autor de las más de 140 imágenes –tomadas a lo largo de 25 años –que componen el libro «La memoria del olvido», editado por Blume coincidiendo con el 50º aniversario de la ONG. Aunque han pasado más de dos décadas, aún mantiene muy vivo el recuerdo de su segundo viaje a los campos de refugiados entre Ruanda y Tanzania. «Fue brutal. Estuve 15 días y te juro que no entendí nada hasta mucho después. El ruido, la fuerza, el color, la gente, el hambre, las colas, las letrinas… era todo tan brutal. Creo que la mejor palabra para describir ese estado de ánimo es confusión, tienes miles de registros y no sabes qué hacer ni por dónde moverte. Con el paso del tiempo, la mente va analizando todo eso, en esas primeras tomas de contacto no eres consciente del nivel de horror y de miseria que estás viendo», afirma. «Este libro es una vacuna contra la indiferencia, una pastilla y un tratamiento para combatir y compartir el dolor ajeno», sostiene en la presentación del mismo David Noguera, presidente de MSF España. Además de las imágenes, el libro incluye colaboraciones y textos escritos por personal de la ONG, periodistas, fotógrafos y escritores, entre ellos Laura Restrepo, Sebastiao Salgado o Sergio Ramírez, y testimonios de pacientes. «En estos 50 años, MSF ha cumplido un papel esencial de ayuda a las víctimas de emergencias por desastres naturales o humanos, catástrofes, conflictos armados u olvidados, y les ha dado visibilidad. Al repasar la fotografía documental de Tomasi, podemos conocer una gran parte del fracaso de la comunidad internacional a lo largo del último cuarto de siglo, a la vez que constatamos que, gracias al apoyo y la solidaridad de la ciudadanía, los trabajadores humanitarios han asistido a millones de personas que, si no hubieran contado con su atención, no habrían tenido oportunidad alguna (…) Lejos de buscar el reconocimiento personal, Tomasi se envuelve en el dolor ajeno y cumple con su misión de contar las historias de desastres humanitarios o conflictos con los que convive, compaginando la realidad con la dignidad de sus protagonistas», subraya el también fotógrafo Ricardo García Vilanova en el artículo que lleva por título «Una fotografía nunca refleja el profundo horror de una tragedia, pero sin ella carecemos de la prueba que documente nuestra memoria histórica».La imagen que abre este reportaje corresponde a Bouca, República Centroafricana. Abajo y en la página siguiente, Barakat dando a luz en Mejo, Etiopía, y el hospital de MSF en Batangafo, República Centroafricana, en 2013. Tomasi reconoce que «no hay nada peor y más difícil que tener que hacer una selección entre miles de fotografías». En esa tarea le ha servido de gran ayuda y de guía la editora Cristina Rodríguez. El libro se divide en seis temáticas: conflictos, acción médica, mujeres, movimientos de población, infancia y desastres naturales. «En su esencia, hablan de personas que ayudan a personas. Creo que el resultado es un libro de reflexión. Hemos tratado de salir de todos los estereotipos de la antigua fotografía humanitaria, hemos querido hacer un libro de fotografía humanista. Una fotografía tiene que dar pie a ser comentada, a sentirla, a hablarla. La gran diferencia entre una fotografía y una imagen está en la tesis. Cuando detrás de una imagen hay una reflexión previa, una motivación ideológica, esta se convierte en fotografía. Dicho de otro modo, la fotografía de denuncia siempre lleva implícito un mensaje y una reflexión; no está hecha para impactar sino para reflexionar». «Hace 25 años, cuando querías mostrar el hambre en algunas partes de África, se recurría a niños famélicos, con mocos y moscas a su alrededor. Eran imágenes durísimas. Recuerdo los primeros reportajes que se hicieron a finales de los años 80 en Mali, Sudán, Etiopía y Somalia; eran la épica del hambre, de la miseria, del horror. Hemos tratado de utilizar narrativas visuales diferentes; a mí parecer, la fotografía no tiene por qué ser tan explícita como hace años porque estamos sobrecargados de información y de millones de píxeles. Tenemos que darle la vuelta a eso y dignificar a la persona que estamos fotografiando, sin llevarla a esa épica. Es decir, tratarla de tú a tú, con respeto y empatía ante todo. Eso es lo que yo siento». Refugiadas en Diffa, Níger, en 2016. Preguntado sobre las estrategias a las que recurre para vaciar de alguna manera la carga emocional que provoca ser testigo directo de tanto sufrimiento y tragedia, señala que «los amigos», aunque admite que le «cuesta mucho explicarlo a alguien que no está en tu mundo y que no haya sentido lo mismo que tú. Es muy difícil compartir el dolor; uno mismo se lo cocina, se lo come y lo digiere. Quien te diga que esto no duele o no hace daño, o es Dios o es un embustero. ¿Cómo no va a doler? Es muy duro ver morir a niños por una crisis nutricional, más cuando eres padre. Ver morir a entre 15 y 40 niños en un mismo día te deja muy tocado. ¡Es un asesinato!», exclama. En este punto de la conversación, Tomasi incide en la labor de testimonio y de denuncia que realiza Médicos Sin Fronteras, además de ofrecer asistencia médica en contextos de conflictos armados, guerras o desastres medioambientales. «Por mi experiencia te puedo decir que una fotografía, o dos, o cuatro por sí mismas no van a cambiar absolutamente nada, sino que es la suma de muchas fotografías, de muchos reportajes, videos y de testimonios lo que puede movilizar, tocar fibras y hasta hacer cambiar el camino de un conflicto. En la cultura audiovisual debemos seguir evolucionando en la búsqueda de nuevos discursos narrativos, para mí eso es fundamental». Kabul en 2001. El milagro de Barakat. La vida de un fotógrafo está repleta de imágenes difíciles de borrar de la memoria, de momentos especiales captados por la cámara que dejan huellas imborrables. Tomasi tiene claro cuál es ese momento, el parto de la niña-mujer Barakat en Etiopía. En aquel viaje lo acompañaba la reconocida escritora colombiana Laura Restrepo. «Hacía frío y llovía. Llegamos a un pueblo en el que MSF tenía una clínica para partos. La encontramos en la carretera, estaba muy mojada por la lluvia, llena de barro, temblando de frío, casi en un estado de hipotermia. Había roto aguas además. La llevamos en el coche a la clínica. Ya había tenido dos partos anteriores en los que los niños nacieron sin vida. Cuando estaba a punto de parir, el traductor me dijo que quería ver todo el parto grabado por la cámara, que quería ver salir a su hijo. Saqué las fotografías. El niño nació muerto pero lo pudieron reanimar e, inmediatamente, lo llevaron a una incubadora. En ese impasse, le mostré su propio parto en el video que también había grabado. Fue tremendo. Estuvimos cinco días más en los que visitamos a Barakat. El niño se recuperó. Es una de esas historias con final feliz». «Cada instantánea es magia; si alguien te deja que le fotografíes y se crea esa empatía, para mí es esa magia que ilustra parte de la vida», añade. «Es un libro respetuoso, de personas ayudando a personas, de sociedad civil a sociedad civil. Es un libro más para sentirlo que para leerlo. Desde Barcelona en siete horas estás en avión en Níger, en un conflicto. Con esto quiero decir que los conflictos están aquí, cerca de nosotros, y eso que a veces vemos como algo lejano nos puede pasar a nosotros mañana. Por eso, tenemos que ver el mundo desde una perspectiva horizontal», destaca Tomasi. Abebaye lleva en brazos a su hijo, Basada Moti, aquejado de desnutrición en 2008 en Oromía, Etiopía, que en ese momento vivía una emergencia nutricional. Medio siglo de andadura. Sin ser cronológico, «La memoria del olvido» narra parte de los 50 años de MSF. Su presidente en el Estado español remarca que «unir el testimonio a la acción médico-humanitaria está en la génesis» de la organización. «A principios de los ochenta nos expulsaron de Etiopía por no querer ser un instrumento útil del éxodo al que el Gobierno forzó a parte de la población; entendimos que la acción humanitaria puede ser manipulada y convertirse en un cómplice camuflado de ayuda. En los noventa, en los Balcanes, fuimos testigos directos de cómo nuestra presencia no podía evitar matanzas indiscriminadas de civiles que venían a nuestros hospitales buscando protección. En el genocidio de Ruanda, donde fueron asesinadas más de 250 personas de nuestros equipos, reclamamos por primera vez una intervención militar exterior ante el horror. El cambio de siglo nos trajo la ‘guerra contra el terrorismo’ que sacudió Oriente Próximo y el mundo entero. Denunciamos el uso de la violencia sexual en los conflictos como los de Darfur, y los Kivus y vimos temblar Haití para después sucumbir a una epidemia de cólera sin precedentes. Estos últimos años, lugares como Siria o Yemen nos han demostrado que estamos aún muy lejos de que la comunidad internacional pueda reaccionar adecuadamente y poner fin a las guerras enquistadas». «Ojalá no cumplamos los 100. Nos apasiona lo que somos y lo que hacemos. Pero no tenemos mayor anhelo que desaparecer por innecesarios. Ojalá llegue el día en que podamos cerrar nuestra oficina y arrojar las llaves a este mar Mediterráneo tan nuestro, el que nos une y nos separa de África, como homenaje y disculpa por no haber podido asistir a quienes murieron intentando cruzarlo», expone Noguera en el libro. Advierte también que «vivimos tiempos complejos. Los conflictos aumentan y se cronifican. Las epidemias vuelan en avión. El planeta tiene síntomas claros de estar enfermo y no estar recibiendo el tratamiento adecuado. Y se han despertado de nuevo discursos que creíamos olvidados, que erosionan (cuando no violan) derechos fundamentales que creíamos eternos» El fotógrafo Juan Carlos Tomasi.