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Un equipo de Makás, la última incorporación al fútbol femenino

No diga ¡gol!, diga ¡Uyy!

El fútbol femenino va ganando terreno y las mujeres tienen cada vez más presencia en esos campos que no hace tanto eran patrimonio exclusivamente masculino. Una de las últimas incorporaciones es la de las Maká, pertenecientes a una tribu indígena de Paraguay. Hasta hace tres años solo se les permitía dedicarse a la artesanía, pero ahora han descubierto el deporte y contarán con un equipo femenino federado en la Liga regional del país.

Fotografía: Norberto Duarte | AFP

Una selección indígena de fútbol femenino participará próximamente en el Campeonato de Paraguay, una primicia para la comunidad maká, tanto por lo que supone para la emancipación de las jóvenes como para practicar deporte, establecer costumbres sanas y evitar que se “desvíen” socialmente.

Los makás, mac'as o macás, son un pueblo indígena originario del Chaco Boreal en Paraguay y Argentina que actualmente viven sobre todo en la Nueva Colonia Indígena Maká, ubicada en la localidad de Mariano Roque Alonso. Ellas y ellos tienen una curiosa forma de celebrar los goles y cuando dicen “¡uyy!” en su idioma significa ¡gol!, así que, aunque en muchos lugares pueda parecer una especie de lamento por una ocasión perdida, es todo lo contrario. El grito debería resonar en la inminente temporada, que comenzará a partir de marzo, en los terrenos de la Liga regional de Roque Alonso (centro de Paraguay). Se trata de un campeonato modesto pero por derecho propio está afiliado a la Federación Paraguaya de Fútbol (APF), donde debutarán las chicas del Atlético Maká, un club que viste atuendos de color amarillo y blanco con rayas verticales.

Las integrantes del Atlético Maká durante una sesión de entrenamiento,  celebrada en la localidad de Mariano Roque Alonso, para preparar su participación en la Liga regional.

 

Se trata de un equipo humilde que necesita casi de todo: desde material para instalar la valla alrededor del campo a equipación: ropa y calzado deportivo. «Ahora mismo necesitamos postes para colocar el tejido de alambre para el campo, pero también necesitamos reforzar nuestro stock de botines, chalecos y pelotas», enumeraba hace unos días el presidente del club, Alfredo Montero, al que las circunstancias han convertido en imprescindible y de momento también ejerce de entrenador, pese a que el propio Montero asegura que está buscando uno.

Las 35 chicas del Atlético se entrenan con el equipamiento básico, al que han contribuido miembros de la comunidad Maká, algunos comercios y el municipio de Roque Alonso a través de su Ayuntamiento. Montero está convencido de que el proyecto saldrá adelante: «Estamos en proceso de romper los estereotipos que existían en torno a la mujer». Anteriormente, estas mujeres se dedicaban casi exclusivamente a la artesanía, principal fuente de ingresos de la comunidad Maká, de aproximadamente 2.000 miembros y asentada desde 1936 en una colonia de 14 hectáreas cerca del río Paraguay, y a 20 kilómetros de Asunción, la capital del país.

Además de promover las ventajas de la práctica del deporte, en esta comunidad indígena pretenden apartarlas de la influencia de los traficantes de drogas.

 

Bienvenidas al fútbol. Algo hizo clic hace tres años cuando Andrès Chemei, el líder de la comunidad, murió a la edad de 81 años. Le sucedió su viuda Tsiweyenki, la primera mujer en dirigir la comunidad, hasta que posteriormente asumió el cargo Mateo Martínez, exsecretario de Andrés. Fue a partir de este período cuando a las mujeres maká se les permitió practicar deporte, paso alentado por los futbolistas varones, que se habían distinguido por ganar los Juegos Tradicionales Indígenas de Paraguay en 2017. Algunos de ellos también estuvieron en la selección de Paraguay que triunfó en 2015 en Chile, en la primera Copa América de fútbol de los pueblos indígenas, venciendo en la final a Colombia.

«Disputar un campeonato es histórico para nosotras. Estamos muy orgullosas», se maravilla Zunilda Báez, una de las integrantes del Atlético. «Estoy segura de que podemos llegar lejos, pero necesitamos apoyo material y más recursos», insiste dada la diferencia abismal con el fútbol masculino, en su caso incluso con el aficionado, no solo con el profesional, al contar con un campo cuyas condiciones cuesta creer que sean las de un equipo federado.

Para el presidente Montero, la participación de las jóvenes en una competición es un «paso fundamental» para acercar a los jóvenes de la comunidad, niños o niñas, hacia el deporte y de paso darles argumentos para evitar caminos peligrosos: «Pueden caer fácilmente bajo el control de los traficantes de sustancias alucinógenas. Es mejor gastar lo que tenemos en deporte antes de que caigan en las drogas».

En lo que a Paraguay se refiere, es cierto que su desarrollo de fútbol femenino va algo por detrás que otros países cercanos como Brasil o Argentina. No obstante, el crecimiento indígena en el caso de las mujeres se va notando y el año pasado una futbolista debutó a nivel profesional en la mejor liga mundial, la NWSL de Estados Unidos. Allí Madison Hammond rompió barreras. Descendiente de las tribus navajo y pueblo, empezó a dar patadas a un balón en Alburquerque, donde vivió durante varios años. «Me encantaría ser una inspiración para alguien que tenga mi aspecto y mis antecedentes familiares. Que vean y sepan que pueden conseguirlo», afirmó entonces sin dejar de hacer referencia a las niñas y jóvenes nativas americanas. Ella tiene precedentes familiares, ya que su hermana mayor, Michaela, también jugó al voleibol en la universidad, mientras su tío Notah Begay III, quien ahora ejerce de comentarista, fue el primer jugador de golf nativo del circuito de la Professional Golfer's Association of America, y Clint Begay, otro de sus tíos, también practicó golf.

Más cerca tenemos a la gloriosa Lice Chamorro, centrocampista del Alavés y formada en Cerro Porteño. En Paraguay, que tiene 7,2 millones de habitantes, viven una veintena de etnias indígenas, con una población estimada de 130.000 personas.