2022 MAI. 01 JOAQUÍN ARAÚJO, CAMPESINO FILÓSOFO El veterano y activísimo ecologista ha construido un personal lenguaje naturista entre lo científico y lo divulgativo. Defensor consecuente de la tierra y el agua, vive entre miles de árboles plantados con sus manos y animales domésticos o asilvestrados. La poesía, «el primer lenguaje de la vida», domina las repletas estanterías de una vivienda que alberga el mayor archivo medioambientalista. Acaba de publicar “Somos agua que piensa”, su libro 114, y anuncia encuentros públicos en Donostia y Gasteiz sobre el estudio “Euskadiko urak-Las aguas vascas”. Iñaki Zaratiegi La primavera debe haber explotado frondosa en las arboledas de Las Villuercas (Cáceres), desde donde nos habla Joaquín Araújo Ponciano (Madrid, 1947). Vive allí desde hace más de 50 años disfrutando de su «excelente compañera» la soledad, con su vecino mas próximo a quince kilómetros. Le sacan frecuentemente «a predicar por ahí», recibe visitas familiares y no le falta compañía no humana: perro, yeguas, cabras, gallinas y la fauna silvestre entre los 26.500 árboles plantados a mano por él mismo. Geógrafo de carné y campesino de profesión, equilibra su directa relación con lo que él llama natura con una abundante producción intelectual. Conserva una treintena de carnets de ONGs, ha escrito 114 libros propios, participado en otros 100 colectivos y dirigido ocho enciclopedias. En sus carpetas ordena mas de 2.500 artículos de revistas, diarios o blogs. Guarda una colección de unos 5.000 espacios radiofónicos, 2.500 conferencias y más de 300 direcciones o guiones de cine. Y por las paredes asoman recuerdos de la realización y comisariado de una treintena de exposiciones. Un archivo ecologista enclavado en medio de un bosque. Ahora estrena su nueva reflexión “Somos agua que piensa” (editorial Crítica) y recalará una vez más en Euskal Herria con encuentros el lunes 9 en el Aquarium donostiarra y el martes 10 en el centro Salburua de Gasteiz, presentando su otra obra “Euskadiko urak-Las aguas vascas”, que edita el organismo autónomo URA. El miércoles 11 intervendrá en el 25 aniversario del Máster en Derecho Ambiental de la UPV/EHU. No somos terrestres sino acuáticos. ¿Cómo le surgió la pasión por lo natural a aquel chaval urbano? «No tenía antecedentes familiares, pero algo debía andar en mi memoria genética. Mas que naturalista quería ser hombre de campo y jugaba desde niño a cultivar. El año pasado llevé a mi nieto al campo a sacar patatas y él se quedó tan impresionado que hizo un artículo diciendo que si nacemos con esa fascinación por lo natural, ¿qué pasa luego que casi todo el mundo la olvida?». «Lo esencial mana, fluye y nunca descansa» recuerda este fundador de bosques y « conato de vegetariano porque vivo en plena naturaleza y cultivo huerta, frutales, viña, olivar, cereal, praderas... Me sostengo con algo así como un 70% de lo que trabajo y cuando salgo y me invitan procuro adaptar la dieta. Y duermo poco desde siempre, lo que tiene una faceta estimulante porque lo que no duermo es lectura. Mantengo un ritmo de dos libros por semana desde hace 50 años». Fue competitivo nadador de los 11 a los 16 años y llegó hasta algún alto campeonato. Se considera de hecho «un ser medio anfibio» que ahora odia el agua clorada y prefiere zambullirse en ríos o albercas. Y dice en consecuencia que deberíamos dar la vuelta a «un error mayúsculo: no somos terrestres, ¡somos acuáticos!». El nuevo libro, «aparte de denunciar los disparates que se hacen con el agua, tiene un 40% de evidencias autobiográficas con relación a ella. Lo primero es que soy agua: miro con dos grandes gotas de agua y vivo, pienso, recuerdo o amo con agua. Porque es el principal constituyente del cerebro, la mirada, el sistema nervioso… Las emociones son algo que fluye, la memoria nos fertiliza. Tuvimos un desarrollo embrionario en la placenta materna, que es agua como el líquido amniótico. Nuestro primer juego es el agua de un grifo o bañera. Cuando empiezas a caminar, pocos placeres hay como chapotear por los charcos, jugar con una regadera o una manguera, tirar palos o piedras a los ríos…. Y no hay más paraíso para un niño que sentarse en un charco de la playa y jugar con la arena. Y cuando, como me pasó a mí, alcanzas la nobilísima condición de agricultor, necesitas ingentes cantidades de agua para que todo crezca». Así que la idea que define la intención de su último libro es que el agua participa en todos los acontecimientos biológicos y en muchos geográficos. «Con esta obra aspiro a regar sensibilidades y repito que habría que ser muy conscientes de que la vida es beber. El Agua, en mayúscula, es la base de la totalidad de lo que consideramos imprescindible: la salud, higiene, bienestar, el goce estético… Es el bien más público. Es el primer espejo y está a punto de ser el último». Los pantanos de la ignorancia. Si como define este filósofo campesino el líquido elemento es el más público y valioso, mal lo debemos estar haciendo con sequías, contaminación, negocio privado, despilfarro… No lejos de los torrentes pirenaicos alguien escribió en la pared de una huerta seca, “Aragón tiene sed”. O como decía el gran Labordeta «a no muchos kilómetros de los glaciares, te darán un vaso de vino, pero no pidas uno de agua porque no tendrán». Se supone que para paliar ese desequilibrio se diseñó el pantanismo franquista con ejemplos como Yesa y la colonización humana de las Bardenas. O polémicos estanques posteriores como Itoiz, el leonés Riaño y tantos otros. Pero para Araújo «el trazo del agua es el reflejo de lo que es la sociedad. Incluso más que el trato que damos a los árboles y la tierra, como cuando producimos en industrial lo que debería ser vivaz y meramente biológico. Estamos en una zona como de encontronazo entre opulencia y escasez. Pero cualquier especialista dirá que en general el agua se ha usado muy mal. Hay que saber que el líquido que dejas pasar es más importante que el que llevas a tu huerta, a tu casa o incluso al hospital». «Ha habido un desacople de la realidad, no entender lo que es el planeta, la biosfera, la natura, ni lo que somos. Y en esa lógica se interpreta el agua como recurso económico. Si tienes poca, ‘que me la traigan como sea’. Y luego ves los regadíos de los Monegros, un despilfarro ensordecedor. O Murcia, que parecen no tener otro motivo que el que les vaya más agua, y te encuentras con una ilegalidad permanente, miles de hectáreas regadas sin autorización, la contaminación acuática, la muerte del Mar Menor... Pura ignorancia por desconocer lo que el agua significa». Despropósitos, disparates y negocios. Lo cierto es que surge la duda cuando se comprueba que costosos y ambientalmente destructivos pantanos sirven por ejemplo para sobrecargar una zona seca con monocultivo de maíz, que exige mucho riego, o implantar el regadío en labores milenariamente de secano como el olivar o la vid. El especialista madrileño asevera que «como agricultor ecológico desde hace 45 años sólo puedo decir que convertir en regadíos los secanos, una auténtica maravilla de la historia del clima mediterráneo, es un sinsentido total. Desde mucho antes de que llegaran los romanos la vid y el olivo han estado perfectamente entrenados para aguantar mucho frío, calor, agua… Y ahora los riegan para que produzcan cuatro kilos mas, desabasteciendo incluso acuíferos subterráneos. Es el despropósito de unas civilizaciones altamente supeditadas al rendimiento y la tecnología. En este último libro hablo expresamente del disparate de la proliferación de regadíos». ¿Y la industrialización del agua embotellada? «Pues que sumas el impacto ambiental por los embalses, el negocio anti ecológico del plástico, el transporte… para pagar trescientas veces más por un agua privada que por la pública del grifo. Son más perfiles del despropósito civilizatorio en el que estamos. Se acaba de regular que deben dar agua de grifo en establecimientos públicos. Un gesto mínimo que no está mal porque la amenaza total, que es con lo que acaba mi libro, es la privatización. La gestión del agua está ya mas privatizada que en manos públicas. En España hay más de un 60% de uso privatizado del agua, doméstica o para la industria. En California cotiza ya en Bolsa…». No muy lejos de su finca, este pasado estío empresas eléctricas desecaron embalses para su negocio. «Impunemente, porque esas grandes compañías, cuya actividad es penosa en otros muchos frentes, se acaban de ir de rositas, con una multa mínima, tras dejar secos en pleno verano embalses importantes y ganar cientos de millones. Por eso hago hincapié en que el agua y el aire son los dos elementos públicos mas importantes que existen, el bien supremo, lo que no hay que socializar porque ya es social. Y repito mi aforismo: “La primera propiedad del agua es que no puede ser propiedad privada”. A árbol por día. El ménage à trois de este “emboscado” y su agua lo contemplan los árboles. «Mi relación con ellos fue también iniciática porque mi familia pasaba el verano en un gran bosque. Y después salté al bosque como mi hogar. Mi obra anterior, “Los árboles te enseñarán a ver el bosque”, es mi decimocuarto libro sobre ellos». Su lógica nos pone en evidencia cuando caemos en la cuenta de que no distinguimos ni los árboles de la calle. «Es un claro símbolo del analfabetismo estructural de una sociedad disociada de la natura. La consecuencia lógica no sólo de haber abandonado la naturaleza, sino de que hemos construido una arrogante separación, de que no necesitamos saber nada de lo que nos rodea. Y como ni lo conozco ni me importa, puedo destruirlo. Ese proceso sicológico fomenta un modelo de sociedad con un estilo de vida de relaciones educativas, económicas, políticas y comunicativas que son esencialmente antinaturales». Está claro que la lógica de la utilidad y el negocio ha desarborizado y arrasado desde selvas y sierras a bosquetes, sasos, ribazos, lindes, riberas... Joaquín alza el tono. «Eso ha sido siempre gravísimo y gran parte de las civilizaciones, por no decir todas, han sido creadoras de desiertos. Pero hoy, con la catástrofe climática, no es solo que necesitemos cada árbol en pie, necesitamos zona verde hasta en el último rincón. Si algo puede ayudar a que no se generalice el colapso climático ya en marcha es defender hasta el último árbol. Yo mismo tengo la obligación auto impuesta de seguir plantándolos con mis manos y llevo 26.500 que equivalen a lo que he vivido. A árbol por día». ¿Los abraza, los escucha? «Por supuesto. Tengo cientos con nombres propios y decidido mi lugar de entierro bajo un árbol donde están ya las cenizas de una sobrina joven y mis padres. Me hubiera gustado ser enterrado entero para dar vida a un árbol, pero la Junta de Extremadura me comunicó que era ilegal. Aportaré una pizca de vida con mis cenizas». Brotes verdes. Ocurre que en tocones de árboles talados porque “estorban” o son “viejos” que con el tiempo brotan nuevos tallos de vida. Los movimientos que protagonizaron viejos ecologistas como Joaquín han ido conociendo también prometedores brotes verdes. Este pionero afirma que «estoy vinculado a medios de comunicación desde hace medio siglo y hacia 2019 creí que íbamos avanzando. El tema del cambio climático, las movilizaciones juveniles internacionales, incluido el fenómeno mediático Greta Thunberg, la nueva ley educativa… Todo eso inundaba los medios, se debatía mucho y con menos manipulación en la información. Pero vino la pandemia, todo paró y ahora se ha añadido el frenazo de la guerra». Vivir en paz con la natura le debe contagiar en todo caso energía positiva y dice que «por fortuna, hay más periodismo y políticas ambientales, más debate social… Hay más gente que sale al campo, aunque eso esté muy lejos de ser una activa y real ayuda a la naturaleza para que siga nutriéndonos. Pero no pido grados de compromiso, que cada uno haga lo que pueda. Cuando hacía documentales en TVE, un jefe me dijo “no te creas especial, a todos nos gusta la naturaleza y queremos ayudar al medio ambiente”. Y le tuve que soltar: “todos la queremos, pero pocos nos acostamos con ella”». Hablamos mucho de medios de comunicación, pero ¿el sistema educativo no debería tener más en cuenta nuestra relación con la naturaleza? «Desde las escuelas hay mucha demanda, iniciativas, departamentos ambientales universitarios… Es un movimiento esperanzador de futuro, aunque no se haya abordado aún un verdadero plan de fondo. La próxima ley de educación debería garantizar al menos que se salga sabiendo qué es el agua, el aire, la naturaleza, qué es la vida. Tenemos un sistema que enseña tecnología, a ser productivo, incluso en gran medida a ser sumiso. Muy lejos de lo que necesitamos y necesita el planeta». El futuro no vota. Descorazonadora es la impunidad contaminadora de tóxicos generados con el negocio de animales, plásticos, vertidos industriales... La polémica macro granja de Caparroso se ha permitido demandar a organismos sociales que exigen control en la gestión de residuos. «Así nos va. Somos el país de Europa más sancionado por incumplir las directivas del agua. Acumulamos más de 8.000 expedientes», apunta Araújo. Pero el capital saca rédito hasta del ecoblanqueo: empresas económicas o políticas, gobiernos o medios de comunicación se venden hoy como “sostenibles”. Para Araújo, la sostenibilidad «es un término secuestrado de modo fraudulento. El 90% de esa publicidad es falsa, puro postureo. Un greenwashing que no señala los problemas estructurales de un sistema de producción, transporte y acumulación de residuos que colapsa la salud del planeta, sino que los comercializa. La sostenibilidad es algo muy distinto, difícil y complejo. También mucho más honesta y democrática». Su última charla del año pasado fue precisamente sobre «ese postureo verde porque resulta que Iberdrola dice haber inventado la economía circular o el Banco de Santander es muy ecológico porque recicla el papel de no sé qué. Aunque antes ni lo mentaban y ahora parecen al menos obligados a hablar de ello. ¿La mejor definición de sostenibilidad? No esperar a nadie. Con 16 años decidí cultivar la tierra y con 28 me fui al campo. No esperé a que la Comunidad Europea primara no sé qué cultivos. Soy energéticamente autosuficiente, sin esperar subvenciones, ayudas ni nada de eso. El futuro no vota, hay que anticiparse». Parece que hizo bien no confiando en la burocracia y aportando su esfuerzo a la lucha contra el Argamedón ecológico porque el problema es urgente. «Así es, no hay mucho tiempo. Veinte millones de árboles mueren a diario, hay en Europa 600 millones de pájaros menos que hace 15 años, cada día 200.000 toneladas de contaminantes llegan a las aguas de todo el mundo... Fíjate en los plazos que se da la Unión Europea para crear un Ministerio de Transición Ecológica. Sería un buen avance, pero significa cambiar ya el modelo de producción de electricidad. Son asuntos que se aplazan porque surgen problemas graves. Lo del precio de la energía es terrible porque para cambiar de modelo necesitamos aún algo más de la energía convencional. Mi título último trata de reconocer precisamente que somos agua. Si nos vemos como parte del ciclo hídrico y lo interiorizamos la gastaremos y contaminaremos menos y parecerá incluso lógico que tengamos que aceptar una cierta austeridad. Nada cambia sin cambiar los esquemas mentales». Oria y Nervión, recuperación. El sabio Joaquín Araújo nos ha visitado con frecuencia y en unas jornadas tolosarras de 2004, el organismo Zumardi-CIT editó su entrañable libro “Agua”, colección de haikus acompañados por pictogramas de estilo chino, una disciplina que practica con entusiasta delicadeza desde que descubrió que “agua” y “eterno” se escribían con el mismo signo. La villa papelera es buena muestra de desastre y luego recuperación medioambiental de un río marrón que fluía cubierto por espuma industrial. «Es un buen ejemplo y el de Bilbao aún más. En los 90 hice el libro “España hacia el desastre ecológico” y calificaba la ría como el lugar más contaminado del planeta. Ahora se puede hasta pescar o bañar. Oria y Nervión son hechos concretos de los efectos de una acción de recuperación de la salud ambiental». ¿Conclusiones? «La situación no pude ser mas grave, pero algo debe quedar claro: no somos muchos, pero llevamos muchos años haciéndolo bien. En multitud de campos, con gente muy especializada en muy diferentes ámbitos de gestión. ¿Qué todo va muy mal, que no hay esperanza? ¿Qué la siguiente pandemia será la crisis climática, la enfermedad del principio vital que es el clima, fundador de la vida? Va muy mal, pero no es del todo cierto. Puede ir mucho mejor con solo echar una mirada a quienes saben o sabemos hacer bien las cosas. Y eso es este nuevo libro: la experiencia de medio siglo de alguien que ha querido hacer bien las cosas con relación al agua, árboles, fauna, cultura o información. Con relación a la Vida».