7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

La ansiedad de todos, la salud de todos


Algo flota en el ambiente. Últimamente todos escuchamos que alguien que lo está pasando mal, que no se encuentra o que tiene alguno de esos síntomas de moda asociados a la ansiedad, la depresión o algún otro malestar en torno a su salud mental. La incertidumbre crece, la sensación de miedo se cuela por las rendijas y pareciera que alguien está cociendo coliflor por todas partes, hay un tufillo persistente de incomodidad. Los seres humanos somos muy curiosos cuando estamos en grupo o, mejor dicho, cuando pensamos, sentimos o actuamos lo que nos pasa individualmente frente a un grupo.

Más allá de lo que nos sucede individualmente, lo que vivimos como exclusivamente nuestro, las personas resonamos automáticamente con lo que les pasa a los demás. Habitualmente, si no estamos en un estado de alerta, las puertas las tenemos abiertas al impacto de los estímulos que los otros emiten con sus palabras, gestos, miradas; con su mera presencia.

Probablemente todo el mundo ha oído hablar de las neuronas espejo, esas células nerviosas encargadas de resonar y activarse al percibir las intenciones y expresiones emocionales de otros, con la particularidad de activarse en los mismos lugares que lo harían nuestras propias neuronas si eso –sea lo que sea– nos estuviera sucediendo a nosotros, a nosotras, de facto. Es decir, si no ponemos barreras, por defecto, esa percepción de las emociones de otros, incluso desconocidos, tiene el potencial de desencadenar dichas emociones en nuestro cerebro y cuerpo. Las emociones son contagiosas principalmente por esa razón. Simple y llanamente porque somos gregarios, estamos equipados de base para reaccionar confluentemente con quienes percibimos como similares y hacerlo con recelo ante quienes percibimos como diferentes.

Estamos conectados automáticamente aunque nuestro conocimiento, nuestras elaboraciones y diálogos nos permitan trascender el automatismo, aunque siempre conlleve cierto esfuerzo ‘centrífugo’. Cuando no podemos trazar una causa-efecto entre lo que notamos en nuestro cuerpo y lo que ha permeado del ambiente, lo que nos invade sin darnos cuenta, tendemos a percibirlo como algo exclusivamente nuestro –“no consigo dormir”, “no sé qué hacer con mi vida”, “me dan ganas de mandarlo todo a la mierda”–, y hasta cierto punto es así pero también tiene que ver con el grupo, con el estado de ánimo grupal al que estamos expuestos y que, lejos de ser un entorno de objetividad, es una suma e interrelación de subjetividades –al fin y al cabo los demás son personas también–.

Las buenas noticias son que las cosas suceden también en sentido contrario, nos influye igualmente la esperanza o la distensión grupal. Y aquí es donde lo psicológico se vuelve psicológico y viceversa porque no hay individuo sin pertenencia a un grupo ni grupo sin individuos. Y por esa razón, para mantener la salud mental no solo necesitamos cuidarnos, darle sentido a las cosas que hacemos, cuidar nuestro cuerpo, etc. necesitamos incluirnos en la comunidad y esta tiene que comunicarse con los individuos.

La existencia de un “nosotros, nosotras” cercano, amable, consciente, esperanzado, y las consiguientes medidas comunitarias haría que fuera calando dulcemente, como el xirimiri, una calma y cohesión que necesitamos para que los síntomas individuales que estamos viendo proliferar no se conviertan en fuentes de aislamiento, vergüenza o agresividad sino que se metabolicen con una inercia de crecimiento, de superación, de dignidad.

No, no solo te pasa a ti o a mí, la salud mental nunca ha sido una cuestión individual, al igual que la física. Si sientes ansiedad, la sentimos todos, todas; pero también todos, todas, podemos ayudar a que nuestra resonancia en otros sea distinta, principalmente intentando cambiar el chip mientras nuestras autoridades o sistemas lo hacen –o no–, y hacer que el otro no sea una amenaza, sino una oportunidad. ‘Yo soy el otro’.