7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Reconectar


Cómo reconectar o profundizar cuando hace mucho tiempo que no se hace, o no se ha hecho nunca? Si nos estamos planteando hacer crecer la intimidad en una relación que valoramos pero que hemos descuidado, o si lo pensamos quizá en una relación antigua que no fue más allá, los pasos a veces se viven como temibles en un primer momento. De todos modos, si hemos escuchado a nuestro deseo más allá de la incomodidad y estamos dispuestos a intentarlo, es importante recordar varias cosas. Para empezar, que la intimidad implica cercanía, y de cerca se ve más todo, lo positivo y lo negativo, aquello de lo que nos sentimos orgullosos y aquello que nos avergüenza, así que la intimidad será ir más allá de lo que se ve u oye para acercarse a lo que se experimenta del otro –si me encuentro bien a su lado, si quiero que esté en mi vida, si quiere que esté en la suya, con los límites y cualidades genuinas de cada cual–, y a lo que se quiere expresar y compartir. Y ese es un verbo importante: querer, porque sin querer hacerlo, no hay técnica que valga de nada, que no sea manipulación.

Aumentar la intimidad requiere de igualdad, de respeto y de reciprocidad, conceptos grandes pero que se concretan en que lo que yo tengo y soy vale lo mismo que lo que el otro tiene y es; que, por tanto, no hay historias objetivas sino vivencias de los hechos compartidos; y que tanto uno como el otro tienen el mismo espacio dentro de ese compartir, reaccionan al otro, se dejan cambiar.

Desde ese marco inicial quizá lo siguiente es hacer espacio físico y, quien dice espacio, por lógica está diciendo tiempo. Reservar y cuidar que, cuando nos vamos a abrir a otra persona, eso se haga en un entorno sin demasiadas distracciones, sobre todo aquellas que vayan a interrumpir el fluir de algo que va a tomarse su tiempo para dejar de ser excepcional y extraño para volverse parte de la nueva relación.

Para aumentar la intimidad con alguien sirve a menudo el preguntar, siempre desde el interés genuino y la curiosidad, desde la escucha sin interrupción y el intento de ponerme en la piel del otro para entender desde las tripas por qué y para qué hace lo que hace. Esas preguntas hacen que la otra persona sienta conexión, permiso para expresarse, respeto. No necesariamente las respuestas necesitan después ser argumentadas, interpretadas o requieren de reacción por nuestra parte, quizá con un “entiendo”, o “ya veo”, sea suficiente. Algo que también ayuda es hablar siempre en primera persona en lugar de sobre hechos aparentemente objetivos.

Si ambas partes son capaces, es inevitable que se creen dos subjetividades que hablan, dos mundos únicos que tratan de coexistir y complementarse, lo cual por sí aumenta la intimidad. Y, en el caso de que haya que hablar del otro en segunda persona, acompañarlo siempre de una expresión en primera persona que introduzca la posibilidad de estar equivocados, nunca una sentencia. Algo como “he tenido la sensación de que tú… Lo que yo sentí o interpreté cuando tú dijiste tal cosa fue tal otra…” sirve para introducir también el componente emocional del asunto, imprescindible para aumentar la intimidad.

A veces, en los estadios iniciales es un poco invasivo preguntarle al otro por sus emociones y hace falta más tiempo, pero uno puede abrir ese camino añadiendo a la charla algún matiz emocional propio como “me preocupó, me daba reparo, me molestaba, me incomodó, y también me alegró, te eché de menos, me hubiera apetecido…”. Esto va acercando posturas quizá también a un necesario “gracias”, o un “lo siento”, o un “ahora estoy más tranquilo”, o incluso a un “te quiero”. Parece mentira pero acercarnos mucho nos puede llegar a tensionar si no estamos seguros de la manera en la que seremos recibidos, por lo que, al final de cada uno de esos encuentros no se dará el reencuentro definitivo pero se irá descongelando la vulnerabilidad y se irá reviviendo la espontaneidad. No es fácil, pero merece la pena intentarlo.