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CINE

«Mi nombre es Alfred Hitchcock»


A Mark Cousins se le suele considerar el Tarantino de los profes de Historia del cine. Cuando el público general considera ya las películas de los ochenta como cine “clásico” (sinónimo para “viejo”, “inservible”), sin dejar por ello de confundir volantazos narrativos y estéticos -vamos, novatadas por novedades-, desde la crítica apelamos a la tarea divulgativa del irlandés. Él es un cinéfilo empedernido hasta tatuarse los nombres de sus directores de referencia (allí figuran Kira Muratova, Forough Farrokhzad, dos perfectos desconocidos), mientras dedica toda su carrera a remover las aguas del canon por defecto, masculino y blanco.

La mayoría lo conocimos por la serie “La historia del cine: Una odisea”, «un semestre de estudios cinematográficos en 15 intensos episodios» (según “The New York Times”), que nos descubría las ricas cinematografías en la sombra de Occidente. Pero documentales de Cousins se han visto en los principales festivales del mundo, y él ha ganado el Prix Italia, un Peabody, el premio Stanley Kubrick y el Innovative Storytelling de la Academia de Cine Europeo por “Women Make Film”, un manifiesto que repasa los grandes logros de la Historia del cine, solo a través de películas filmadas por mujeres.

Estrenada en el Festival de Telluride a raíz del centenario del primer film del británico, “Mi nombre es Alfred Hitchcock” supone la tercera revisión que el historiador dedica a un director consagrado, tras “La mirada de Orson Welles” (2018) y “Jeremy Thomas, una vida de cine” (2021). Aquí es el maestro del suspense mismo, escrito por Cousins e interpretado por el imitador Alistair McGowan en la versión original, quien revisita sus 54 años de filmografía: desde las películas mudas (hay joyas por descubrir ahí), hasta los brutales ensayos sobre el suspense que hizo entre 1940 y 1960 (de “Extraños en un tren” a “Psicosis”). También queda espacio para el último Hitchcock -ahora en Technicolor-, el más moderno y definitivamente menos comprendido.

Diseccionándolo a través de conceptos como “Deseo”, “Soledad” o “Altura”, Cousins encuentra nuevas perspectivas alrededor de un cineasta que infundió a las pantallas lo mejorcito de la literatura victoriana, pero del que definitivamente se ha hablado ya mucho -¡cómo no hacerlo! Sus films rezuman inteligencia y venden entradas…-. De lo problemático de Hitchcock (la misoginia, las filias extrañas) encontraréis poco: este ensayo se concentra antes en la afilada vanguardia de ideas que pueden sustraerse de mirar muy de cerca los caminos formales y narrativos que abren sus escenas. Son agua para la tierra seca de la cinefilia canónica, repaso gustoso e introducción excitante que gustará también a nuevos descubridores de los placeres del cine clásico. Hitchcock lo prueba: la Historia nos depara siempre bellas sorpresas.