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AMARGA BAJA, GIRA DE DESPEDIDA

El Columpio Asesino, disfrutando del principio del fin

El pasado mes de febrero, los miembros de El Columpio Asesino anunciaban su despedida, poniendo de esta forma fin a una carrera extraordinaria. Pioneros en la fusión de la electrónica con sonidos punk, la banda navarra ha querido decir adiós desde encima del escenario, con una gira que han denominado “Amarga Baja”, que les llevará por todo el Estado español, antes de viajar a Latinoamérica, y que tenía como punto de salida el Kafe Antzokia, donde estuvimos con el grupo para hacer una pequeña retrospectiva de lo que ha sido esta aventura que ahora termina.

Cris Martínez cantando con Deu Txakartegi de WAS, invitado de lujo en el primer concierto de la gira. Fotografías: Aritz Loiola | FOKU

Pocas cosas hay más emocionantes que estar en una banda de rock, pop, o lo que sea que hagan unos individuos que se quieren, subidos a una furgoneta con sus sintetizadores, guitarras y tambores, recorriendo las carreteras allí donde les contraten. Vivir sabiendo que te has salido con la tuya, logrando dar esquinazo a una vida en la que una vez te viste atrapado bajo mataderos de uralita.

Pero todo tiene un fin y el nuestro llegó. Para qué dar explicaciones. Todos sabemos cuándo algo acaba en nuestras vidas y debemos aceptarlo.

Nos vamos. Lo dejamos, pero no sin antes celebrarlo. Porque las cosas pueden acabar bien o mal, y lo nuestro sólo puede acabar como mejor sabemos hacerlo: con una gira de despedida por vuestras ciudades, ofreciéndoos un concierto en el que repasaremos toda nuestra discografía. Por eso os invitamos a encontrarnos por última vez en vuestras salas favoritas, quemando la noche. Sudando la noche. Amando en la noche.

Porque somos, sois, y siempre seremos, amantes en el precipicio. Muchas gracias por todos estos años».

 

 

Con este escueto comunicado, publicado el pasado mes de febrero en sus redes sociales, El Columpio Asesino anunciaban su despedida, decían adiós después de más de 20 años en activo, seis discos y varios EPs y colaboraciones. Una carrera fructífera en la que siempre han demostrado una coherencia inusual, dentro de una industria musical en la que parece que todo tiene que seguir unas normas establecidas.

Así que, sin previo aviso, una de las bandas referentes de los últimos años decidía poner fin a una trayectoria sobresaliente, pero no sin antes darnos la oportunidad de disfrutar una vez más de uno de los mejores directos del rock estatal. Y es que, tras el shock inicial por la triste noticia -la “Amarga Baja”, como han denominado a esta gira de despedida-, era obligado sacar algo positivo, como era esa “bola extra” que la banda navarra nos daba para verlos una última vez en vivo.

La primera cita era en el Kafe Antzokia bilbaino, un lugar muy especial para el grupo, tal y como nos confiesa Cris Martínez, vocalista y guitarra: «El Antzoki tiene algo especial, es una sala de las que mejor suenan. Bilbao es una ciudad importante para nosotros, porque tenemos muchos amigos y el equipo es magnífico, además tienes ahí a la gente muy cerca… Teníamos muy claro que queríamos empezar en casa y acabar en casa», explica Cris, recordando que la última cita también será doble y en Euskal Herria, en este caso en la Sala Zentral de Iruñea los días 28 y 29 de diciembre.

Pero para eso quedan todavía más de dos meses, y una gira que les llevará por todo el Estado español, antes de cruzar el charco hasta Latinoamérica, para ir despidiéndose de su gente. Hoy, 14 de septiembre, toca hablar de la primera de las fechas, la de Bilbo, donde a las 17 horas, puntuales como un reloj, y cumpliendo los horarios marcados en la hoja de ruta, ya está casi toda la banda encima del escenario con todo el equipo descargado, cuatro horas antes de que se abran para el público las puertas de Kafe Antzokia.

Solo falta Albaro, miembro fundador del grupo, batería y voz característica, especialmente en los primeros tiempos. Ha tenido un pequeño incidente al descargar el equipo, y se ha hecho daño en uno de los dedos de su mano izquierda. ¿Pero saltan las alarmas por ello? Ni por asomo. ¿Somos o no somos punks? Pues eso, ahí va a estar en un rato el mayor de los hermanos Arizaleta tocando, cantando y removiendo al público.

Pepón, fiel escudero de la banda, y Ane, de Oso Polita, su oficina de management en los últimos años, nos dan todas las facilidades para hacer nuestro trabajo. Así que ahí estamos, compartiendo con ellos la primera parte de la prueba de sonido, que habrán de interrumpir porque, por un funeral en la iglesia que hay junto a la sala, hay que dejar de hacer ruido a las 18 horas en punto... cosas que solo pasan en Bilbo, y con las que bromearemos después... no con la persona finada, obviamente, pero sí con la bizarra situación.

Esta parada obligatoria la aprovechan Iñigo y Raúl, bajista y guitarra respectivamente de la banda, para montar el puesto de merchandising junto a Bea, quien durante el concierto será la encargada, junto al propio Pepón (chico para todo), de vender el material de la banda.

Nosotros también aprovechamos el parón para llevarnos a Cris y Albaro al camerino y hacerles la entrevista.

LOS INICIOS

Comenzamos hablando de los orígenes, de los primeros tiempos de la banda, cuando los hermanos Arizaleta jugaban a ser músicos en su casa, en una época en que la música se vivía de una manera muy diferente. «La banda la formamos mi hermano y yo con otros dos amigos; en aquellos tiempos, en Iruñea había un montón de sitios donde se podía tocar, quitabas cuatro mesas y se hacía sitio. Era mucho más fácil hacer conciertos para una banda que empezaba, porque había una escena de bares y gaztetxes de la hostia. Era otro rollo, todo muy batallero, tenías veintipocos años y cero pretensiones pero, aun así, la semana antes del bolo no pegabas ojo por los nervios», recuerda Albaro.

«Sí, todo era muy diferente, te daban un bocata, una cerveza y la pasta para la gasolina, y ya estabas contenta; nosotros teníamos una cultura de club y de conciertos que no sé si los chavales de ahora la tienen y, aunque todavía no había festivales, había mucha más música en directo», añade Cris que, en aquellos años todavía militaba en la banda Bol.

Una actitud punk que, en cierto modo, El Columpio Asesino ha sabido conservar, prácticamente, hasta las últimas consecuencias, y que les ha mantenido como ejemplo de libertad creativa, en una mal llamada industria musical, donde parece que, desde hace años, todo se mueve por otros parámetros que nada tienen que ver con lo musical. Amiguismos, favores… algo que nunca ha ido con una banda que, desde el principio, fueron el claro ejemplo del Do It Yourself y que, currando desde abajo, han llegado a tocar en los festivales más importantes.

En aquellos inicios fueron muy importantes para ellos los concursos. La banda capitaneada por los hermanos Arizaleta se presentaba a todos los que podía, con una maquetilla grabada que dio muchísimas vueltas y que, hoy en día, es casi un objeto de culto. «Con aquella maqueta ganamos, junto a Audience y Velcro, el concurso que hacían Radio 3 y FIB, y al que se presentaron más de 2.300 grupos. Era el año de Operación Triunfo, y esto era casi como el OT del underground», bromea Albaro, antes de añadir otros éxitos que consiguieron en aquella época, como el triunfo en el Maketa Lehiaketa de Euskadi Gaztea. Una época fundamental y una serie de galardones que les sirvieron para conseguir su primer contrato discográfico y poder grabar su álbum de debut, publicado en 2003: el denominado “disco del imperdible”, con el que, definitivamente, despegaron como banda, aunque es cierto que la crítica todavía no sabía muy bien dónde encajarlos dentro del espacio sonoro del rock y sonidos allegados. «Cuando sacamos el disco, nos catalogaban como indies, una etiqueta que, en aquella época, estaba más conectada a las guitarras, ya que la electrónica todavía no se utilizaba demasiado; gracias a esas críticas, también descubrimos lo que era el kraut, porque decían que sonábamos a eso, y nosotros no teníamos ni idea de qué era, así que empezamos a mirar y después sí que lo hacíamos de una manera voluntaria. Pero en aquel tiempo, hacíamos kraut porque yo tocaba la batería muy mal y las bases eran muy repetitivas, y esas limitaciones te daban esa sensación de ritmo».

UN SONIDO PERSONAL E INCONFUNDIBLE

Lo que es innegable es que consiguieron un sonido personal e inconfundible, fruto de la inquietud casi juvenil, y de una cultura musical amplia de miras, tal y como nos explica el mayor de los hermanos: «De hecho, a mucha gente no le gustó, porque todavía pensaban que no se podían mezclar estilos, que es algo que ahora están haciendo las nuevas generaciones constantemente. Pero es que ni siquiera era algo intencionado, sino que era lo que nos salía: una canción tipo Morricone, otra Pixies… contrastes brutales que nos molaban y los metíamos ahí».

Una manera de entender la música en la que parece que cualquier cosa tiene cabida, aunque en realidad, no es así: «Nunca nos hemos casado con ningún estilo concreto, pero aunque parezca que vale todo, tenemos bastantes líneas rojas», nos cuenta Cris.

Con esta mentalidad, la banda fue creciendo y experimentando, siguiendo un camino marcado por su creciente interés en los sonidos electrónicos, dentro de unos parámetros que se mantenían muy punks, y en el que fue fundamental la figura de Iñaki de Lucas, productor de los cuatro primeros discos de la banda, y artífice del sonido de bandas como Le Mans, La Buena Vida o Rafa Berrio, entre otros. «Con Iñaki encontramos nuestra forma de trabajar, le encantaba experimentar, y de esta forma, pudimos desarrollar ese toque electrónico que mi hermano y yo teníamos en la cabeza, pero que no sabíamos desarrollar, porque nosotros sabíamos dónde podíamos tener la “gracia”, pero no teníamos ni puta idea de manejar las herramientas, así que le debemos mucho a Iñaki, quien en realidad, fue quien supo sacar ese sonido a El Columpio Asesino», reconoce Albaro.

Otra característica de la banda también ha sido la oscuridad y el “mal rollo” que destilan las letras de Albaro, algo que llama la atención cuando te encuentras cara a cara con él, una persona de apariencia positiva en las distancias cortas y que, sin embargo, se convierte en el rey de la oscuridad cuando escribe: «Una de las cosas que más me flipan es cómo han calado esas letras en la gente; no hay ningún secreto, todo es honestidad, y aunque ahora me ves así, soy una persona que tiendo a hundirme, y eso se refleja en las canciones. Las letras escritas con las tripas no se fingen y eso se ve, escribo como lo siento, no hay nada impostado, ni buscado. De todas formas, creo que no sé escribir de algo mas luminoso. Con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que mi manera de escribir es muy visual, y esa crudeza también la hemos explotado en el escenario a otros niveles».

“TORO”

Todas estas particularidades les hicieron seguir avanzando hasta llegar a un momento y un tema clave para la carrera de la banda, como fue el gran “pelotazo” que pegaron con “Toro”, canción incluida en su cuarto álbum, “Diamantes”', y que aún hoy sigue siendo el gran éxito de El Columpio Asesino, algo que todavía sorprende a sus protagonistas, tal y como reconoce Albaro: «Me llama la atención cómo funciona, porque es el ‘anti hit’», un concepto algo difuso cuando se habla de la banda navarra, acostumbrada a crear constantemente estos ‘anti hits’, casi de manera voluntaria. «De hecho, cuando algo suena demasiado bien, lo desechamos inmediatamente», bromea Cris. Lo curioso es que, a día de hoy, todavía siguen saliendo versiones de una canción que surgió casi por casualidad, así que les preguntamos por cuál es la revisión del tema que más les gusta, y nos confiesan que les gusta mucho la que hicieron, no hace demasiado, las madrileñas Aiko El Grupo.

Como decimos, “Toro” se convirtió en la canción que dio a conocer ante el gran público a una banda que, sin embargo, había sido muy bien posicionada ante la crítica, que siempre ha valorado la coherencia de El Columpio Asesino. «Lo que se valora creo que es que en el grupo no hay una doble cara, y que nunca hemos sacado nada que no nos gustara, ni ha habido en nosotros una pretensión de buscar el ‘hit de estadio’, algo que, por otra parte, nos parece muy respetable», afirma Albaro.

Siguiendo con la historia de la banda, llegamos a “Ballenas muertas en San Sebastián”, su quinto trabajo de estudio y el que marcó, de alguna manera, el principio del fin de una banda cansada, con la sensación de que algo no funcionaba, ya que entre este disco y su “Ataque celestial” hubo un largo parón que ya presagiaba lo peor. Sin embargo, y a pesar de los obstáculos, supieron recomponerse y recuperar la ilusión para grabar el que, a la postre, sería su último trabajo: el mencionado “Ataque celestial” que fue devorado por la pandemia de 2020. «Estuvimos tres años para sacarlo, y estábamos super contentos, porque teníamos cerrada una gira muy guapa con Oso polita, y de repente, a tomar por culo todo. Si ya estábamos tocados, ese mazazo fue como la puntilla. Después de aquello todo cambia, el proceso de unas cosas que se estaban acabando y otras que estaban empezando se aceleró, y entra una generación nueva pisando muy fuerte, y ves cómo los medios empiezan a girar los focos hacia esas bandas, como es norma, así y que todo desembocó en la decisión de dejarlo porque no nos veíamos con fuerzas de meternos en otro disco, lanzarlo con 55 tacos».

Una decisión que, a la postre, ha sido definitiva y que pone fin a una trayectoria que, con sus altibajos, y mirando con la distancia que da la madurez, consideran que les ha dado mucho, tal y como explica Albaro: «En el momento que admites que ya has hecho todo lo que tenías que hacer, es cuando valoras todo lo que ha pasado en estos años. ¿Quién nos iba a decir que íbamos a tocar en China, Filipinas, El Salvador, Chile... cuando mi hermano y yo tocábamos la guitarra en casa, escuchando Radio 3 y pensando, ¡sería la hostia sonar algún día ahí! Así que dijimos, ‘hasta aquí hemos llegado, vamos a pasarlo bien’».

LA MEJOR DE LAS DESPEDIDAS

¿Y qué mejor manera de despedirse pasándolo bien que haciendo una gira por salas? El hábitat natural de una banda que, aunque hayan pisado las tablas de los festivales más importantes a nivel estatal e internacional, sin duda son ‘carne de garito’, y así es cómo ven esta ‘dualidad’ entre los diferentes formatos: «Las salas son las salas, y los festivales te dan de comer. Si vives de esto, no puedes dar la espalda a ningún formato... y que conste que no es una crítica, porque en los festis nos lo hemos pasado muy bien, y hemos conocido a un montón de gente maravillosa».

Así que, ahora se preparan para disfrutar también del placer de pasar estos últimos meses juntos: «Eso es un tesoro y te das cuenta de ello cuando lo vas a perder, no hay cosa más bonita que estar en una furgo con gente a la que amas y haciendo lo que te da la gana: ir aquí, allá… cojo este trabajo, este no… es lo mas parecido a ser un pirata».

Pero todo se acaba, y también llega el momento de ir terminando la entrevista, y de echar la vista atrás y ver qué queda de aquella banda que empezó con mucha ilusión y pocos medios. «Más o menos, seguimos siendo los mismos porque pertenecemos a una generación que dejó un poco de lado el tema de los estilos o las etiquetas, y esa manera de entender la música la hemos mantenido hasta el final, aunque antes todo fuera más emocional, y ahora pienses mucho más las cosas. En ese sentido, somos los mismos, pero por el camino, a lo mejor hemos perdido ingenuidad, porque cuando estás dentro, la mirada te cambia respecto a lo que es la industria musical, te vas contagiando y eres mas cínico», reconoce Albaro que, sin embargo, prefiere quedarse con lo bueno. «Podemos sacar pecho, y nos vamos con la sensación de haber hecho las cosas bien. Lo único que nos puede haber faltado quizá haya sido haber tenido una autoestima más alta, y habérnoslo creído más, pero supongo que eso va en la personalidad de los componentes de la banda, y por eso la banda siempre ha resistido como una familia unida».

Comenzando desde la fila de abajo, de izquierda a derecha: Iñigo Cabezafuego (bajista), Jaime Nieto (teclados), Iñigo Egia (técnico de sonido) y Álvaro Látigo (encargado de escenario). Detrás, Raúl Arizaleta (guitarra), Cristina Martínez (voz y guitarra) y Albaro Arizaleta (batería y voz).

UN FUTURO INCIERTO

¿Y ahora qué? ¿Qué va a pasar cuando se termine el último concierto? Ellos no lo tienen claro, y lo único que saben es que habrá mucha emoción y que no va a ser fácil buscar otro camino después de una experiencia tan potente. «Estamos muy emocionados con la despedida, nuestra vida ha sido El Columpio y hemos renunciado a otras cosas, como trabajos que, a lo mejor, podían habernos dado una cierta estabilidad. Pero esa inestabilidad de las bandas de música está en todos lados hoy en día y, como siempre hemos vivido siguiendo esta única dirección, supongo que habrá que buscar otra cuando se acabe esto», concluye Albaro.

Apagamos la grabadora, y la banda se dirige a la parte de arriba del Antzoki a cenar, para coger fuerzas antes de afrontar la segunda parte de la prueba de sonido, junto a otra persona fundamental, como es el técnico Xabi Egia, que también trabaja con otras bandas como Belako. Todo está listo para el concierto, todo en su sitio, preparado para lo que vamos a vivir dentro de un rato. Y, aunque tiene algo de spoiler, nos gusta poder disfrutar antes que nadie de alguno de los temas que vamos a escuchar en el concierto, como “Sirenas de mediodía” o “Babel”, con la que empezarían un bolo que fue sencillamente genial. Por cierto, muy recomendable la revisión de este tema que, recientemente, han hecho junto a Fermín Muguruza, y que forma parte de un EP especial de colaboraciones que publicaban justo esa noche, en el que también han tomado parte Santi Balmes de Love of Lesbian, Pucho de Vetusta Morla y Eva Amaral. Un último gran regalo de la banda para sus fans, antes de cerrar la puerta definitivamente y dejarnos un poco huérfanos.

Porque sí, su música es rara, oscura, e incluso “malrollera” y sucia -dicho en el mejor sentido de la palabra, porque nos encantan este tipo de sonidos, y nos enganchan las historias de miseria humana que destilan sus canciones-, pero son únicos y, por desgracia, irrepetibles.

¡Cómo los vamos a echar de menos!