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PSICOLOGÍA

Es por aquí

(Getty)

En este lado del planeta, y en nuestra tierra en particular, tenemos un asunto pendiente en lo que al reconocimiento se refiere. Parece reservado a la crianza pero la realidad es que siempre que exploramos nuevos territorios vitales necesitamos algún tipo de guía o, al menos, compañía. Hoy por hoy, afortunadamente, la idea de que los adultos no necesitan el reconocimiento de sus iguales, de sus coetáneos o sus mayores, empieza a perder fuerza, ya de un tiempo a esta parte.

Puede que las nuevas generaciones lo demanden más, o que las anteriores se den cuenta de lo que lo echaron de menos en su momento, o lo que les habría ayudado tener cierto respaldo de los suyos en su forma única de ver el mundo… Lo cierto es que hoy estamos más sensibilizados sobre el efecto que tienen las palabras de reconocimiento en nosotros y en otros. Dar reconocimiento no tiene que ver con dar la razón o abstenerse de poner límites y permitir que el otro haga o diga lo que quiera con respecto a nosotros, a nosotras; tampoco tiene que ver con reservarlo solamente para las ocasiones especiales o para cuando la persona “lo merezca”.

Por otro lado necesitar recibir reconocimiento no tiene que ver con que el mundo se detenga a atender cada vez que sentimos una necesidad o un deseo frustrado, ni con que todos alrededor tengan que emplear toda su energía y recursos en satisfacernos. Quizá estas visiones sobre dar y recibir son algunas creencias que nos llevan a restringir el reconocimiento o a permanecer hambrientos de él a lo largo de la vida.

Reconocer al otro significa hacerle saber que su manera de vivir las cosas nos afecta de algún modo, tiene algún impacto. Dicho impacto puede no ser profundo, ni siquiera movernos a una acción concreta después de recibirlo, pero reconoce la existencia del otro como un individuo con su propia singularidad. Y es esa parte, la de la singularidad, la que necesitamos ver reflejada en nuestro entorno.

La principal manera de reconocer a alguien no es adularlo o criticarlo, sino preguntarle. La curiosidad por nosotros, por nosotras, el interés por comprender desde dónde vemos las cosas, las experimentamos o las creamos, la vamos a recibir como el deseo de esa persona de adentrarse en nuestra experiencia, acompañarnos a vivir como vivimos y quizá, identificarse de algún modo.

La mayoría de las personas no necesitan que este tipo de compañía sea expresada continuamente, pero sí tener la seguridad de que sus personas queridas, importantes, sienten dicho deseo. En momentos de cambio, de aprendizaje o de mudanza más profunda, todos sentiremos probablemente más tanto la necesidad de notar ese contacto como la de que el otro tome más la iniciativa para acercarse. En resumen, una pregunta con verdadero interés probablemente nos ayude más que una conclusión brillante sobre lo que nos pasa.