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«LA FEALDAD ES UNA VIRTUD»

Visita al Club de los Feos, donde la belleza es esclavitud

En Italia hay una asociación que tiene casi 150 años, nacida como necesidad local y hoy día convertida en una entidad que sensibiliza contra los riesgos del bullying o del «body shaming». Cualquiera se puede inscribir.

Fotografías en las paredes de El Club de los Feos, que hablan por sí solas de la historia de esta asociación. Fotografías: Alessandro Ruta

Hay 36.000 feos en el mundo, de momento. No es una estadística perfecta, claro, pero es que ¿cómo se puede medir y contabilizar la belleza? Según el príncipe Myshkin de la novela “El idiota” de Fedor Dostoievski, es algo que «salvará el mundo», afirmación que deja pocas esperanzas para los que no encajan en el canon. El poeta inglés John Keats acuñó “Beauty is truth” -La belleza es verdad-. En estos tiempos uno de los requisitos más evidentes para llegar al éxito parece ser el aspecto físico, es decir, la belleza. Aunque también es cierto que pervive el adagio en latín “De gustibus non disputandum”, -los gustos particulares no se discuten-. Para ellos se inventaron los colores.

En una sociedad marcada por unos patrones de belleza determinados, puede ocurrir que quienes no han sido agraciados con la “hermosura” corran el riesgo de venirse abajo, deprimirse, tener menos posibilidades o incluso echar en falta reconocimientos, likes, corazoncillos en las redes sociales o, en los peores casos, sufrir body shaming, insultos sobre su cuerpo... Las personas jóvenes suelen ser las más afectadas.

Reaccionar ante ello no es fácil en esta era de la imagen, de la imagen positiva sea como sea. Pero en este mundo, que debe ser salvado por la belleza según el personaje de Dostoievski, hay quien ha tomado una ruta a contracorriente que oscila entre la broma tipo novatada y la sensibilización social. Se trata de El Club de los Feos: está en Italia y tiene de momento 36.000 socios, incluido yo.

El carnet de socio de este peculiar club del autor de este reportaje.

PIOBBICO, EN EL CORAZÓN DE LAS MARCAS

La región de las Marcas -Marche en italiano- es probablemente la más infravalorada del país transalpino. Puede que las razones sean dos: no cuenta con casi ninguna comunicación directa con el extranjero y carece de sitios reconocibles de inmediato.

Luego, claro, si les decimos que la capital es Ancona, uno de los mayores puertos del Mediterraneo; o que existen ciudades como Pesaro (el lugar de nacimiento del compositor Gioacchino Rossini) y Urbino (donde vio la luz el inmenso artista Raffaello); o que los creyentes no se pueden perder una visita al Santuario de la Santa Casa en Loreto; o que el expiloto de MotoGP Valentino Rossi es de la pequeña Tavullia; o que el exbaskonista Achille Polonara es de la zona de Porto San Giorgio, quizás ya lo puedan empezar a ubicar en el mapa.

Las Marche tienen realmente de todo, empezando por algunas excelencias a nivel internacional, como los zapatos de altísima calidad que se fabrican en los alrededores de Fermo o las «trikitixas» de Castelfidardo. Fue una tierra que sufrió muchísimo a causa de la pobreza antes y después de la unificación italiana, convirtiéndose en una especie de cantera para Argentina: Messi, Scaloni, Sanpaoli, Rulli, Menotti, Sensini, Ginobili, Sconochini y otras docenas de deportistas son nietos o bisnietos de migrantes marchigiani que se habían escapado a finales del siglo XIX de las provincias de Ancona, Macerata o Ascoli Piceno.

A mitad de camino entre el Norte rico y el Sur del turismo de postal, esta región es una caja de tesoros que todavía hay que descubrir del todo. Y cuando chocas por casualidad con alguno de ellos, te quedas sorprendido y casi fascinado. Es el caso de Piobbico (acento en la primera «o»), un lugar casi perdido entre los montes Apeninos, colocado entre cumbres de casi 1.500 metros (el Monte Nerone) y el río Candigliano, que acaricia el centro medieval, y que es mejor no despertar ni divulgar. Reina el calor extremo en verano y el frío polar en invierno, cuando también se puede ir para allí a esquiar.

En 15 minutos desde Piobbico, se accede a la región de Umbria a través de una carretera de montaña, y si se quiere seguir en otros 30-35 minutos se llega a la maravillosa Toscana. Son dos horas y media hasta Florencia, donde se asienta el aeropuerto internacional más cercano. Sin embargo, desde la costa adriática se necesitan apenas unos 45 minutos. Es donde confluye también la parte sur de Emilia-Romagna, la provincia de Rimini.

Poste en el que se da la bienvenida a Piobbico, un pueblo en el que tienen claro que «la fealdad es una virtud».

LA FEALDAD ES UNA VIRTUD

«Nos vemos en mi bar a las 15:00», este es el mensaje del presidente del Club de los Feos, que confirma la cita en Piobbico, con sus 2.000 almas perdidas entre los Apeninos. Es un bochornoso domingo veraniego, una zona tranquila donde los habitantes se reúnen después de comer en las terrazas para ver a la carrera de MotoGP: Valentino Rossi, como queda dicho, nació no muy lejos de aquí y, en general, el mundo del motor es una religión en la zona, aunque Il Dottore se retirara en 2021.

Llegar a este pueblecito es bastante fácil, lo indican desde la autopista A14, la Bologna-Bari: se toma la salida Fano hacia el interior de las Marche. Una autovía lleva a ciudades conocidas por aficionados al ciclismo, seguidores de la Tirreno-Adriático o del propio Giro de Italia: Fossombrone, Cagli, Colle al Metauro, Fermignano, Acqualagna y la paradisíaca Gola del Furlo, una garganta natural donde el río Candigliano casi parte en dos las rocas.

El paisaje es sinceramente maravilloso y destila quietud hasta entrar en Piobbico, donde un cartel acoge así a los visitantes: «La belleza es una esclavitud, la fealdad es una virtud. Sede mundial de los feos», con el dibujo de una especie de bufón con bigote.

Doy una rápida vuelta por el pueblo, con el Castillo Brancaleoni dominando el valle. Ya me he fijado en el bar de la cita con el presidente pero, como voy adelantado, prefiero esperar y comer en otra taberna. Pido una buena piadina -pan plano elaborado con harina de trigo- rellena queso y jamón cocido. Mientras tanto, intento detectar si destaca algún “feo”, imaginándome quizás gente con un solo ojo o jorobados... Pero no, solamente veo personas “del montón”, un poco mayores como media de edad, pero nadie especialmente horroroso. Y, al mismo tiempo, una voz suave me susurra: «¿Y tú qué te crees, Brad Pitt?».

Tampoco el presidente, Giannino Aluigi, un hombre bajo y sin pelo, me parece un monstruo. Con su acento, una espectacular mezcla entre el tono «acelerado» de los de Emilia-Romagna y ese un poco «masticado» de los de la región de Umbria, enseguida me invita a visitar las dos sedes, una oficial y otra administrativa, del Club de los Feos, que en italiano se denomina ‘Il Club dei Brutti’. Y descubro que todo nació como algo realmente serio, casi una clase de historia, encantador.

,La señal indicadora de direcciones con el Club dei Brutti arriba del todo.

UNA AGENCIA MATRIMONIAL

Corría el año 1879 y la situación en Piobbico resultaba bastante complicada. Por varias razones, especialmente la emigración masiva, el pueblo estaba en riesgo de despoblación y la mayoría de las mujeres estaban solteras y habían pasado la edad “habitual” de entonces para casarse. No tener marido en aquellos tiempos no era como hoy -una situación a la que se sobrevive sin angustia-, habitualmente una decisión personal: cada hijo o hija que se quedaba en casa suponía un peso para las familias, que se frotaban las manos cuando llegaba un o una aspirante a pareja.

Muchas mujeres de 30-35 años no tenían hijos. Tampoco podían hacer una vida independiente, en consecuencia. Irse en busca de alguien por los alrededores no era una actitud recomendable. Y, para colmo, ser zitella, como se llama en italiano a la mujer sin pareja, suponía una humillación absoluta a nivel personal, más aún en pueblos pequeños como Piobbico. Las miradas de los aldeanos y la sensación de sentirse brutta, es decir, fea, eran toda una sentencia.

En una decisión que podría parecer como mínimo valiente, el Ayuntamiento, impulsado por 128 mujeres sin pareja, decidió entonces instituir El Club de los Feos; prácticamente una agencia matrimonial, reglamentada hasta con un acta en una notaría, donde las mujeres podían ligar con hombres disponibles, por supuesto «solteros» ellos también. Entre quienes se presentaron, en los archivos figuran los nombres de Giuseppe Bischi ‘Pistulun’, Francesco Pazzaglia ‘Pio IX’ y Gioacchino Ioni ‘Ghirignanna’. ¿Un Tinder un poco artesanal? Pues sí.

El club tenía lógicamente su presidente, representante máximo de la entidad, y se optó para ello por «el más feo entre los feos», elegido de manera formal en asamblea. El nacimiento del club encajó perfectamente en el pueblo, pero con el paso del tiempo la asociación se convirtió más en una novatada que en algo con un objetivo concreto. El propio presidente acabó transformado en una especie de atracción circense, alguien a quien se subía borracho a un carro para dar la vuelta a Piobbico el día de las fiestas, el 8 de septiembre.

Cartas y fotos de personas «feas» que se amontonan en la sede del club.

LA IMPORTANCIA DEL MENSAJE

Todo esto lo cuenta Giannino, acompañado por su mano derecha y consejero del club, Giampiero, mientras nos enseña los documentos originales de la fundación del club e incluso el himno de la asociación.

La sede oficial se encuentra en una plazoleta muy coqueta, la Piazza San Antonio, en la parte vieja del pueblo, junto a la iglesia que lleva el mismo nombre. La gente pasa, saluda y se va. En el interior hay un montón de fotografías colgadas en las paredes. Destacan algunas con personajes famosos del mundo de la televisión o del cine italiano: son todos socios o socias del club, donde se puede entrar libremente, pagando una pequeña cuota que depende de la voluntad personal del interesado. Lo han hecho personas de distintas procedencias como chinos o latinoamericanos; hombres y mujeres, incluidas dos ‘Miss Italia’, elegidas como las más bellas del Belpaese, Cinzia de Ponti y Gloria Zanin.

Fue de hecho la televisión el medio que en 1979, año del centenario del Club de los Feos, llevó a esta asociación a las casas de millones de espectadores. El por aquel entonces presidente, Telesforo Lelé Iacobelli, que trabajaba de chatarrero, fue invitado al programa “Portobello” de la cadena pública RAI, donde se contaban las historias más curiosas de Italia.

En esa emisión lo explicó todo sobre el club y, de repente, a Piobbico empezaron a llegar miles de cartas de solteros y solteras en busca de pareja. Cartas que todavía están allí en la sede de Piazza San Antonio -la mayoría sin respuesta por no poder responder a tanta demanda-, acompañadas por fotografías (sobre todo de hombres) en las que se pedía “ayuda para casarse”.

Telesforo, fallecido en 2006, fue sin duda el presidente más carismático del último medio siglo. Inventó el Premio No-bel y el Premio Vulcano, maneras divertidas y auto-irónicas de celebrar la supuesta fealdad y poner en valor la verdadera esencia del ser humano, que no reside únicamente en el aspecto físico.

¿Sarcasmo? ¿Provocación? No, hay un mensaje de fondo que importa realmente. Nos lo explica Giannino mientras vamos a la otra sede, la administrativa, un local cuyo propietario es el farmacéutico de Piobbico, «un tío muy guapo»: «La función principal de nuestro club hoy en día es sobre todo sensibilizar sobre el tema de la belleza, que en nuestra sociedad se presenta como requisito casi imprescindible. Para nosotros no es un valor en sí, y en todo caso sería algo muy subjetivo».

«El bullying, el body shaming, los insultos sobre el aspecto físico de las personas no se pueden permitir. Nos han invitado tanto a las escuelas como a programas de televisión para insistir sobre este punto», explica. El club no es hoy una mera broma, sino una herramienta de sensibilización.

Y, como muchas otras entidades, también tiene su fiesta. Coincide con la elección del presidente por parte de los socios, cada año, el ya citado 8 de septiembre que fue el domingo pasado. En torno a esa fecha, en Piobbico durante el fin de semana se reúnen casi 10.000 personas llegadas de toda Italia e incluso del extranjero para celebrar la fealdad, comiéndose un buen plato de polenta al estilo carbonara. Los hay feos y majos, solteros y casados, es una ocasión para divertirse.

Giannino Aluigi, presidente actual del club, junto a Giampiero, secretario, en la entrada a la sede.

TARJETA N. 35.753

Antes de despedirme tengo que inscribirme en el club, porque comparto totalmente que el concepto de la belleza no debe ser un condicionante. Estamos de nuevo en el bar, preparo el dinero de la donación pero Giannino me detiene: «Tranquilo, no hace falta. Además, te regalo una botella de nuestro champán, nos lo produce una bodega de prosecco cerca de Treviso». Me la entrega, la miro, en la etiqueta figura el dibujo del bufón con bigote que había encontrado en la entrada del pueblo, y también un lema: «Veramente brut», un juego de palabras.

La tarjeta de socio es blanca y roja, y es vitalicia. Entrego mis datos personales para rellenarla. Es la número 35.753. Para establecer mi nivel de fealdad no hace falta mucho. Basta una mirada de Giannino que luego apunta en la segunda hoja: «Buen nivel. Puedes mejorar». Es decir, empeorar, supongo. Estampo la firma en un registro que tiene más de 100 años. Estrecho la mano al presidente. Estoy en el club junto a miles de personas en el mundo y me siento de maravilla.