2016 URT. 23 KOLABORAZIOA Donostia 2016 «annum faustum» Iñaki Uriarte Arquitecto La política cultural no es la cultura. Las instituciones públicas no hacen la cultura, gestionan los presupuestos», recuerda acertadamente el crítico de arte Arturo Fito Rodríguez. Este enunciado sirve para analizar el festejo sobrevenido a Donostia en 2016. Pero ¿qué es cultura? Lo que interesa a las industrias turísticas disfrazadas de culturales. Una instrumentalización del patrioterismo urbano con figurantes activos como engaño colectivo con esta palabra amable y universal, cultura, por los mercaderes de la globalización para atraer inversores, realmente especuladores, a una ciudad que ahora ha conseguido su felicidad cosmopolita: está en el mapa y tiene marca. Esta celebración comunitaria, si no parodia, surge cada año como el gran circo de la cultura entendida de un modo simbólico, incluso demagógico, para exhibición del poder político. La primera gran contradicción es, ya que de cultura se trata, que el lema predominante e incluso único no sea “Donostia 2016. Europako Hiriburua” y que cada país ya lo traducirá si quiere. A continuación como sublema aparece “Elkarrekin bizi”. Esta alusión a la cultura para la convivencia resulta muy forzada, inapropiada, imprecisa, incluso sospechosa, parece un lema impuesto por oportunismo político de los nuevos asalariados de una innecesaria Secretaría General de Paz y Convivencia, ¡qué casualidad!, y por alguna franquicia de vividores como Covite. La cultura es antes inquietud y esfuerzo, conocimiento y satisfacción, comunicación y comprensión, riqueza y belleza. ¿Qué clase de convivencia es que dos personas mueran en la calle en la noche de la festividad patronal? Euskal Herria en general soporta desde demasiados años a unos políticos dedicados temporalmente a culturas lamentables sin ningún arraigo, solvencia y legitimidad, salvo alguna minoritaria excepción. Coincide para mayor agravio con una consejera de Educación, Política Lingüística y Cultura incompetente en esta materia, representante de un Gobierno incapaz de solucionar el conflicto público privado y ridículo universal de Chillida Leku cerrado. Entre tanto ruido cultural, ¿tendrá el arrebato o ansia repentina de exigir, aprovechando la audiencia europea, en representación del pueblo vasco Guernica Gernikara? ¿Sabe de qué se trata? La tortura como cultura. Es más que denigrante, insultante, a la comunidad cultural europea que el Ayuntamiento (PNV) haya impulsado, después de desaparecida años atrás, la premeditada tortura y muerte pública de toros para regocijo de sádicos cómplices asistentes. Uno de los mayores y más graves síntomas de incultura y dejadez de un pueblo es la falta de autoestima por los rasgos peculiares de su idiosincrasia que esencialmente son identidad, lengua y cultura. Esta epidemia social propagada por las instituciones vascas se evidencia ya hace demasiado tiempo, desde el fin de la dictadura, y no solo cuando las han dirigido españolistas. Que el acto central de la inauguración oficial sea un llamativo espectáculo cuasi circense creado por el prestigioso artista Hansel Cereza, antiguo miembro del reconocido mundialmente grupo teatral La Fura dels Baus, significa la absoluta derrota, mostrar al mundo la incapacidad del pueblo vasco para crear un acto no solo digno, sino bello, original y propio de nuestra singularidad cultural. Había, hay, creadores, medios y recursos, para dar respuesta a este desafío. Los síntomas de esta dejadez son numerosos. Así, se aprecia una falta de valoración y difusión de diversos acontecimientos trascendentales surgidos de la conciencia colectiva del pueblo vasco bajo la represión fascista como la creación de las cooperativas industriales laborales, el movimiento de ikastolas; las creaciones artísticas, el resurgir de la música vasca con Ez Dok Amairu, Oskorri; la aparición de Euskadi Ta Askatasuna... Nada se ha oído de una posible y deseable magna exposición pictórica ni tampoco de la edición de algún libro de cartografía histórica que muestre y razone su evolución urbana. Patrimonio, arquitectura y escultura son cultura? Especialmente el que se considera hito cultural referencial, la barbaridad cometida en Tabakalera (1888). Uno de los ejemplos de intervención en patrimonio arquitectónico industrial más desafortunados en Europa con un vaciado interior y saqueo de su expresividad, una desfiguración paisajística del frente fluvial, un lugar sin alma, presentado como un síntoma de cultura contemporánea criticado multitudinariamente por la ciudadanía y también por muchos arquitectos e instituciones consultadas pero que prefieren no hacerlo público. La destrucción creativa. Un despilfarro de 75 millones de euros. Es un gravísimo error, sino fraude cultural, presentar como un triunfo lo que en realidad es un fracaso. Un índice de ignorancia lo muestra el estado del extraordinario conjunto escultórico Canons 22 de 143 metros de longitud situado en el malecón de Zarautz desde 1997, obra de la artista Elena Asins, fallecida el pasado diciembre y a la que el Ayuntamiento (PNV) ni siquiera supo recordar en su muerte. Lo mismo puede decirse de la escultura de acero corten, de Nestor Basterretxea, Plano estallado 1999-2000 en Errenteria, pintarrajeada al borde de la carretera GI-636 para vergonzosa contemplación continua de viajeros. Todo esto sucede en un país donde el 42% de la población no conoce Arantzazu, el paradigma de la arquitectura y las artes de nuestra tierra. La palabra cultura resulta muy damnificada cuando se tergiversa la esencia de una celebración para convertirla en un atrayente festejo turístico comercial de masas mensurables por un supuesto elevadísimo impacto económico. La pregunta final más sencilla es para qué, quién, dónde, cómo, cuándo sirve realmente este acontecimiento. ¿La cultura vasca cómo queda después de tanto, o todo para nada? En síntesis, después de este año de éxtasis es fácil presumir la conclusión con las habituales tópicas declaraciones de los aduladores del sistema y los políticos implicados en el espectáculo de lo que será un gran negocio para la hostelería y una enorme oportunidad cultural perdida para Donostia y Euskal Herria como singular estado europeo. El efecto y consecuencia de esta efeverescencia cultural temporal debería ser la máxima difusión de la cultura propia para disfrute de un nuestro pueblo y para su conocimiento y encaje en la cultura universal.