2016 OTS. 02 Elkarrizketa BEA CANTERO ESCRITORA «Nos entretenemos con el folklore o la tragedia del otro, según el tour- operador» Tours turísticos por hospitales, niños bomba que se inmolan misteriosamente, la localidad navarra de Noain convertida en un epicentro de la economía mundial… Bea Cantero, se estrena con «Los niños bomba» (Premio Café 1916), una novela disparatada que podría ser distópica si no se pareciera tan inquietantemente a la realidad. Patxi IRURZUN IRUÑEA Y se estrena además con buen pie. “Los niños bomba” es el primer texto largo que escribe Bea Cantero (Valladolid, 1973), bibliotecaria en Noain desde hace años, y con él ha logrado el Premio Café 1916 en Palma de Mallorca. La novela, publicada por Sloper, analiza, sin renunciar al humor, temas como la gestión de nuestros miedos, nuestra intimidad o nuestro ocio. «Los niños bomba» tiene una leve apariencia de distopía, aunque a veces la realidad (o lo surreal) se empeña en superar a la ficción y ya existen «visitings» a favelas, basureros… Por no hablar de los realitys… Hay lectores que lo han leído como distopía y otros no. Me parece interesante que pase eso. Pero lo cierto es que “Los niños bomba” es, como dices, bastante realista. No sé si hay visitings en nuestra sociedad, pero sí podría haberlos; hay condiciones para que las visitas turísticas a hospitales sean algo habitual y próspero. Los turistas son/somos una especie que recorre y habita el mundo con una mirada entre cándida y letal que hace posible que se den con naturalidad cosas impensables. Todo es turistizable. Todo es consumible. Todo puede entretener. En “Los niños bomba” los resultados de la analítica de un enfermo se graban para ser emitidos en un programa de televisión con apuestas, aplausos, lágrimas... pero sí, fuera de “Los niños bomba”, en nuestro mundo, hay visitas organizadas a los campos del Gulag en las que te dan trajes de rayas para hacer más genuina la experiencia. En fin, que lo mío no es precisamente un alarde de imaginación. Para tratar estos temas ha empleado también un tono en ocasiones humorístico, gamberro… ¿Cree que esa es la única manera seria de contar ciertas cosas, de enfrentarse a algunos temas que trata como el miedo, el dolor? Creo que se pueden, y se deben, abordar desde diversas perspectivas. De hecho, el problema es que suele darse la monoóptica y, así, el tema de la enfermedad se tiende a trabajar en términos de drama, de buenos sentimientos... Yo elegí tratarlo como si no importara, como si no fuera una locura visitar hospitales para pasar la tarde, o ser sujeto de experimentación médica para merecer el subsidio de desempleo. Decidí hacer lo que hacemos cada día, seguir impasibles, irnos de vacaciones a una Grecia asolada y desolada y volver morenos, con fotos y diciendo que aquello es precioso. Decidí ver qué pasa cuando el dolor, el paro, el miedo, el terrorismo o la muerte se banalizan. Y lo que pasa es que uno se ríe, si acaso, para no tirarse al tren. Porque lo que pasa, en el fondo, es que nadie le importa mucho a nadie. «Los niños bomba» a los que alude el título quedan como un paisaje de fondo, nos deja escuchando el tic-tac de sus detonadores sin comprender muy bien la situación… Efectivamente, es el paisaje de fondo y es intencionado que quede incierto. Quería crear con “Los niños bomba” una atmósfera de terror, fascinación y absurdo. No me interesaba abordar la acción terrorista, sino su tratamiento mediático y la reacción que provoca en los telespectadores. Antes hemos mencionado algunos de los temas del libro, la gestión de nuestros miedos y dolores, también de nuestra intimidad o de nuestro tiempo libre. ¿Partía con la idea de escribir sobre todo ello? Quería pensar sobre ello. Son temas contemporáneos. Creo que nuestra sociedad está desbordada de palabras y el campo semántico de la salud, el cuerpo y la enfermedad es uno de los más empleados. Qué efectos tiene todo esto me interesaba. También la cuestión de la intimidad me importa. La intimidad es abolida cuando el derecho a mirar y la obligación de transparencia se imponen. Los turistas son gente maravillosa a la que le da lo mismo todo. Por eso van a otro país y, desnortados, se suman a un funeral para «conocer» otros rituales, obviando que eso no es un programa de la tele sino que es un grupo de gente en duelo. A mí no sé si me apetece que vengan veinte australianos a mi entierro. El tiempo libre lo dedicamos a mirar a los otros pero, en muchas ocasiones, con una mirada bastante superficial e invasiva, con la mirada del turista express o la que ofrece un noticiero cualquiera, sin llegar a crear lazos reales con el sujeto observado, sin intentar comprenderlo realmente. Nos entretenemos con el folklore o con la tragedia del otro, según el tour-operador. En lo más anecdótico ha convertido la localidad en que trabaja, Noain, en un importante centro logístico mundial… Para mí Noain es un lugar muy especial. Llevo trabajando muchos años allí y el proyecto de la biblioteca y del centro cultural es construir un lugar especial. Noain como epicentro económico mundial no es sino otra construcción posible.